La cotidianidad nos va dejando una inquietud constante en el alma por la abundancia de celos, perversidad, egoísmo. Para muchos políticos, la meta es llegar al poder. Para pocos, llegar para servir. El individualismo pulula y la nobleza en los propósitos colectivos escasea. Las alianzas para conquistar el poder son más asociaciones para delinquir que una sumatoria de esfuerzos para multiplicar las oportunidades globales, disminuir las brechas sociales y de tecnología. Por eso es frecuente hablar de carteles, tan miserables como el de las ambulancias, la educación o la hemofilia. Sin duda, eso no es solo de la politiquería. A ello se suman empresarios privados que con el propósito de multiplicar sus ingresos le venden el alma al diablo y sacrifican la confianza de la comunidad y el futuro.
¿Sobrevive la bondad? Sin duda, no tan abundante como debiera ser. Es más fácil encontrar bondad en un comedor comunitario que en el Concejo. Muchas fundaciones lo hacen correctamente y sin duda, hay servidores públicos que honran su cargo. Ojalá se multiplicaran.
Toda esta nostalgia por la bondad ha venido a mi mente inspirada en un ser humano extraordinario que falleció la semana pasada: Camilo Arturo Renjifo Renjifo. Inició sus estudios de Ingeniería Mecánica en la Universidad de los Andes y los culminó en la Universidad de América. Fue director de mantenimiento en varios importantes ingenios de nuestra región. Cauca, Manuelita, Cabaña, Castilla. Su sabiduría y honradez generaban toda la confianza del sector. Melómano impresionante, tenía una cultura musical muy amplia por lo cual era consultado frecuentemente por estudiosos de diferentes géneros. Trabajó arduamente por el Cuerpo de Bomberos Voluntarios al cual le aportaba sin ninguna contraprestación económica, sus habilidades mecánicas por lo cual cualquier vehículo o equipo que se importaba para los Bomberos, se sabía que en Cali teníamos un experto que tendría generosamente la solución técnica.
Pero entre tantas particularidades de Camilo, todos coincidíamos en que era difícil encontrar una persona con mayor bondad. Las anécdotas son múltiples: si Camilo iba en una carretera en un paseo familiar, con Inesita su amor eterno, no podía encontrar un carro varado sin bajarse a ayudar; no solo a dar el diagnóstico, sino él mismo a arreglar el vehículo del desconocido lo cual muchas veces le llevó horas y tirarse el paseo de su familia quien lo esperaba pacientemente en el carro hasta que Camilo terminara su labor. Muchos paseos abortaban en la ruta por cuenta de su solidaridad.
Luz María, su hija y gran orgullo, recuerda que una vez que Camilo la recogió al llegar del exterior, tomaron la recta Palmira-Cali y de pronto Camilo se bajó furioso del carro a regañar a alguien. La ira era con un carretillero que forzaba a su caballo a subir una cuesta empinada con una carga muy pesada de materiales de construcción. Lo trascendental no fue el regaño, sino que Camilo desprendió la carreta del caballo y la enganchó a su campero cumpliendo la misión del carretillero hasta llevarla a la carretera. Con consejos se despidió del asombrado carretillero.
Debo confesar que por años pensé que la bondad, cercana a veces a la ingenuidad e incluso a la falta de agresividad, eran señales de falta de carácter, en un medio donde los machos dominantes por la fuerza han sido los líderes. Hoy, cuando veo el panorama de ofensores prevalecidos por la prepotencia y la violencia, que nos avergüenzan como Putin, Trump, los jefes guerrilleros o paramilitares en Colombia, he encontrado que la bondad es virtud excelsa y escasa, que solo se da en seres superiores, como Camilo Renjifo.