Todos conocemos las historias de amigos, familiares o colegas que en años recientes han decidido irse de Colombia, quizás para nunca más volver. El país enfrenta niveles récord de emigración, incluso más altos que los vistos en las épocas de mayor violencia y desesperanza. Las familias cada vez están más incompletas y el futuro del país se pierde más del talento y conocimiento de cientos de miles de personas que escogen dejarlo todo en busca de un mejor futuro.
En mi caso he visto cómo algunos de mis más talentosos colegas han decidido sacrificar sus carreras para irse a otros países a buscar mejores ingresos y condiciones para criar a sus hijos. Y aunque signifique poner fin a varios años de trayectoria, no han titubeado a la hora de hacerlo. La razón es sencilla: no hallan sentido en quedarse, cuando las oportunidades de ascenso y crecimiento son pocas. A diario nos encontramos con convocatorias que ofrecen uno o dos salarios mínimos para jóvenes profesionales y, sin temor al extremo descaro, les exigen además toda clase de requisitos: que sean bilingües, que tengan especializaciones y maestrías, y que como mínimo tengan cinco años de experiencia laboral.
Es difícil que los jóvenes no sientan que su futuro es inviable cuando el mercado laboral y el panorama del país parece ofrecerles tan poco. A esto se suma la silenciosa influencia que todos reciben a diario al ver en sus redes sociales cada vez más amigos que han decidido irse y en sus publicaciones muestran nuevas vidas, a simple vista más lujosas, más tranquilas y seguras.
Las razones por las que millones de colombianos escogen irse son diversas. Es sabido que desde hace décadas las familias latinoamericanas han migrado masivamente para escapar de la violencia, el pandillismo y el narcotráfico, y evitar que sus hijos caigan en esa espiral. Colombia ciertamente no es un caso aparte en ese sentido. También hay que hablar del creciente fenómeno de pesimismo, cuya principal consecuencia es que cada vez más jóvenes perciben su futuro en el país como inviable.
La caída del peso frente a monedas como el dólar y el euro también ha ofrecido nuevos motivos para quienes evalúan irse del país. Sea para enviar mensualidades a sus familias en Colombia o para ahorrar y algún día volver al país con más dinero (lo cual aquí es tal vez el único sinónimo de más oportunidades), la tasa de cambio es una razón cada vez más persuasiva para quienes buscan una alternativa a quedarse aquí por un sueldo de uno o dos salarios mínimos.
Los números son claros: Colombia enfrenta la mayor ola de emigración de su historia y las causas están lejos de corresponder a un presidente o a un gobierno puntual. En cambio se trata de una ola que ha crecido de manera continua en los años recientes. Según estadísticas de Migración Colombia analizadas por el CERAC, la cifra actual casi duplica la de finales de los años noventa, que aún es referente de una de las mayores olas de migración de nuestra historia. Solo en el año pasado, 547 mil colombianos decidieron abandonar su país en busca de mejores oportunidades en otros lugares. Esta cifra casi triplica el mismo indicador del año 2012, exactamente diez años antes. El aumento es alarmante y deja muchas preguntas sobre el futuro que el país le ofrece a sus ciudadanos.
Es mucho lo que Colombia pierde con la salida masiva de sus jóvenes y ninguna solución será alcanzada con discursos vacíos y patrióticos. El país debe mostrar que valora el talento de sus jóvenes y el sector privado debe ofrecerles posibilidades reales de crecimiento y progreso. La única forma de frenar la preocupante ola de emigración está en garantizar a los jóvenes un futuro más próspero y de verdaderas oportunidades.