Hace unos días atrás tuve un enorme privilegio. Por invitación del señor Arzobispo de Cali, Luis Fernando Rodríguez, llegué como invitado especial a la Asamblea del Clero en la que sacerdotes, diáconos, presbíteros y otras personas vinculadas de forma directa la labor de Iglesia se dieron cita para tratar asuntos de interés compartido, tanto de la agenda interna del clero como de su acción pastoral en los distintos contextos en que tiene lugar.
Se me pidió una tarea desafiante para cualquiera, como lo es hacer un análisis de la presente coyuntura en el país, en todas sus complejidades, pero también retos y oportunidades. Esta conversación sobre lo que está ocurriendo actualmente estaba directamente vinculada al discernimiento sobre cuál es el lugar entonces de la Iglesia en circunstancias tan inciertas, incluyendo la construcción de la paz.
No voy a entrar en detalles de mi exposición, pero baste decir que estuvo mediada por un análisis en el que no es difícil adivinar los riesgos, incluso graves peligros, del momento presente, pero que entrañan también, como casi siempre ocurre, enormes o quizás mejor, excepcionales oportunidades para poder tramitar positivamente nuestras conflictividades, incluidas las violentas, pero también la fractura y polarización que se da al interior de nuestra sociedad y con tendencia a profundizarse, con todo y lo que eso implica.
Dije que no entraría en detalles para, a cambio, transmitir asuntos esenciales de la doctrina de Iglesia que guían hoy su lugar y acción en medio, repito, de tanta complejidad. Estos aportes provinieron de una exposición magistral del Padre Mauricio García Durán (SJ), que me resultaron no solo esclarecedores, sino también motivo de renovado espíritu para una acción transformadora.
Fueron muchos los esclarecimientos, así que permítaseme solo enunciar algunos, quizás los más trascendentales, que bien son útiles para todo Cristiano Católico y que toman cuerpo desde el llamado a ser artesanos de paz y reconciliación. ¿En dónde están los retos? Aunque los hay numerosos y de diverso tipo fueron señalados tres principales: sanar las heridas y encontrar formas de promover el perdón y la convivencia en una sociedad fracturada y polarizada, buscar dinámicas sociopolíticas que favorezcan el encuentro y la convivencia, y promover un desarrollo sostenible y justo en una sociedad que también está destruyendo la casa común.
Del Papa Francisco provienen hoy grandes invitaciones para una Iglesia que él anima a que salga al encuentro con la gente, con sus necesidades, sufrimientos, pero también sus anhelos y esperanzas. Es lo que también se ha dado en llamar una Iglesia en salida que se ofrece a los demás, una Iglesia de pastores con olor de oveja y una Iglesia como hospital de campaña, que como claramente lo dice el Santo Padre, la prefiere accidentada y herida en vez de encerrada y enferma.
En la Encíclica Fratelli Tutti (Hermanos todos) sobre la fraternidad y la amistad social que el Santo Padre hizo pública en octubre de 2020, se lee: “Toda guerra deja al mundo peor que como lo había encontrado. La guerra es un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal…”.
Y en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013) el papa Francisco dice que “La paz tampoco se reduce a una ausencia de guerra… En definitiva, una paz que no surja como resultado del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia”.
Así que en esta hora difícil de Colombia y del mundo, estamos llamados todos a ser artesanos de paz, reconciliación y justicia social.