Su historia es como la del judío errante: expulsados de todas partes, finalmente aniquilados. La familia Camondo, sefardita, sale de España al exilio junto con miles de otras familias judías en tiempos de los Reyes Católicos. Van a dar a Venecia, donde hacen parte de uno de los primeros ghettos europeos. Salen de allí atrapados entre las disputas del imperio austro-húngaro y la naciente Italia.

Recalan en Constantinopla, donde construyen un imperio financiero. Son los Rothchild del medio oriente, los banqueros del Sultán. Una disputa entre banqueros judíos y armenios los lleva a su destino final: París, donde creen sentirse seguros.

Nissin de Camondo, quien ha mantenido sus vínculos con Venecia y ha sido ennoblecido con el título hereditario de conde por Víctor Manuel de Saboya, Rey de Italia, llega ya viejo a París donde muere en 1889. Su hijo Moise hereda el título y la fortuna, construye un palacio al frente del parque Monceau, abandona el negocio bancario, y afrancesado como es, se dedica a lo que más le gusta que es coleccionar muebles y obras de arte del Siglo XVIII francés.

En el Siglo XVIII París es el centro del mundo. Luis XV y Luis XVI, que han heredado el poder del Rey Sol, imponen su gusto, el modo de vivir francés y su idioma, alrededor del mundo. El palacio que los Camondo construyen a las orillas del Bósforo es un palacio francés, decorado a la francesa, como lo es el propio Dolmabahce, el palacio del Sultán. Así que no es de extrañar que una vez en París, Moise construya su hotel particulier, inspirado en el Petit Trianon de Versalles, regalo de Luis XV a madame de Pompadur, su amante titular.

Con el descubrimiento de las ruinas de Pompeya, los diseños romanos, de líneas simples y elegantes, son la base del nuevo estilo Luis XVI, que desplaza el ampuloso Rococó. Con esos muebles el Conde de Camondo decora su casa y se pasa la vida comprando en subastas de calidad el mobiliario de aristócratas venidos a menos y muebles sobrevivientes de la Revolución Francesa, que saqueó palacios e iglesias, hasta recrear ese testimonio espléndido de antes de la revolución, donde no hay rastro de su tradición judía ni del arte de su tiempo.

El conde tiene dos hijos, Nissim, bautizado con el nombre de su abuelo y Beatrice. Nissim que se ha enrolado en el ejército francés, su nuevo país, muere durante la Primera Guerra Mundial en un combate aéreo en 1917, en defensa de su patria. Un sacrificio inútil, pues Beatrice, su esposo y sus hijos, mueren durante la Segunda Guerra Mundial, en 1944, en el campo de concentración de Auschwitz en tiempos de la ocupación nazi de París, que dura cuatro años, no sin la complicidad de las autoridades francesas. Ni el dinero puede salvarlos o quizá es lo que los pierde. El final de la estirpe.

A la muerte de su hijo y en su memoria, Moise decide donar el palacio al Instituto de Artes Decorativas de París, con la condición de que debería permanecer tal como lo entregaba, sin posibilidad de hacer nuevas adiciones o préstamos. Y allí está, intocado, abierto al público, un edificio construido a principios del Siglo XX, que es una burbuja del Siglo XVIII, congelada en el tiempo, testimonio familiar de una errancia de siglos y de un destino trágico. Detrás de bronces, porcelanas y gobelinos, la sombra del antisemitismo, la cara oscura de Europa, que revive ahora en medio del río de sangre que anega a Palestina.