En Cali la gente suele ser amable y respetuosa cuando se entra en contacto con ella, pero en sus calles peatones y conductores de vehículos son acosadores e irrespetuosos con los otros, los que les son extraños. Además, tienen curiosos hábitos como detenerse en la entrada de lugares públicos, incluso sin motivo alguno, impidiendo el paso de los demás; o detenerse en los estrechos andenes incomodando a los que vienen atrás, y todos quieren ir de primeros, lo mismo que los carros y ni se diga las motos; y los peatones se bajan a la calzada en cualquier parte antes de que pase el carro, y botan la basura a la calle.

La gran mayoría de los caleños aún no son urbanitas; es decir, personas acomodadas a los usos y costumbres de la ciudad, como define el DLE dicha palabra, y la explicación es sencilla: o nacieron en Cali cuando esta era una pequeña ciudad, o son recién llegados a ella, o lo fueron sus padres o abuelos; muchos desplazados por las guerrillas o los narcotraficantes, o buscando trabajo. Suelen provenir de pueblos en los que todos se conocen y se respetan, y en donde son pocos los extraños que pasan y se los acoge cuando saludan y se les agradece, no como en Cali en donde en casi todas partes casi todos son extraños.

El problema, pues, es debido al muy rápido y excesivo crecimiento de la población de Cali, que en menos de un siglo se multiplicó por 10, además de la creciente población flotante que llega y se va todos los días, salvo los domingos cuando la ciudad parece ser otra; escenario que no ha dado tiempo a que sus muchos nuevos habitantes, que constituyen la mayoría de su población actual, se urbanicen. Y desde luego el narcotráfico ha exacerbado dicha situación, llevándola incluso al vandalismo, y la violencia, a la que se suma la falta de empleos bien remunerados, lo que auspicia la delincuencia.

De ahí la premura en Cali de una pertinente educación cívica y permanente para el mejor comportamiento de todos en la ciudad; de la necesidad de andenes amplios, llanos y continuos para que los peatones no tengan que circular por las calzadas; de una adecuada señalización y demarcación de las vías para regularizar el tránsito tanto vehicular como peatonal; de dotar la ciudad de pequeños basureros (antirrobo) en las esquinas; y de mucho más control por parte de las autoridades del buen comportamiento de los caleños en la ciudad, incluyendo el de los ruidos ajenos, control al que deben colaborar los vecinos.

Y, por supuesto, es perentorio el impulso a las ciudades dentro de la ciudad que se han ido conformando espontáneamente en Cali, las que mucho ayudarían al disminuir el número de habitantes cotidianos en cada una de esas nuevas localidades, y que en ellas los extraños lo serían menos. De todo esto se ha escrito mucho en esta columna, pero toca repetirlo y apoyar las iniciativas en ese sentido, como lo es el hecho de que los conductores de automóviles, e incluso los motociclistas, están respetando más a los peatones; o que ya cada vez más ciudadanos no se abstengan de votar en las elecciones.