Me dijo la brillante escritora Laura Restrepo en estos días en una entrevista en Caracol Radio que ella votará por Petro sin miedo porque, finalmente, Colombia es una democracia y si se quiere quedar en el poder, como tantos piensan, pues habrá que encontrar la manera de sacarlo. Ese es, si no me equivoco, el más grande temor generalizado de un alto porcentaje de este país que ha visto en los últimos veinte años cómo el vecino se incrustó en el poder como si fuera un fósil y terminó momificando un país esplendoroso.
Petro ha dicho abiertamente que con cuatro años no alcanza a hacer lo que quiere hacer. En realidad, nadie alcanza en 4 años. Pero tocaría hacer una reforma constitucional -otra vez- como la del ‘articulito’ aquel, para prolongar el tiempo en la Casa de Nariño. Eso tampoco es tan fácil.
Colombia es un país de tradición institucional sólida. Con todo y los escándalos de, por ejemplo, la Corte Constitucional en manos de los protagonistas desastrosos del Cartel de la Toga, las cortes han demostrado independencia en los tiempos más recios de nuestra historia reciente. Así que la cosa tampoco debe estar regida por miedos.
Lo que sí debe regir es el tipo de país que queremos. En trece días, candidatos con propuestas realmente distintas, se definirán en las urnas. Petro tiene, incluso, probabilidades altas de ganar en primera vuelta. Lo de la segunda no está definido: todo indica que iría con Fico Gutiérrez, pero no dejemos de mirar más allá del rabillo del ojo, al particular Rodolfo Hernández. En una democracia tan alborotada, tan populosa, tan agrietada, tan inconforme, con tanta miseria, con tanta hambre, con tanta violencia, tanta corrupción, tanta desazón y tanta inflación como la colombiana actual, 13 días en una contienda electoral son la vida misma.
Está Sergio Fajardo muy deteriorado. Lástima, es brillante y probado. Pero ese despelote del centro, esa soberbia tan bestial, esa supremacía moral tan innecesaria, hasta esa inocencia tan incomprensible ante las jugarretas políticas de Ingrid, terminaron pasándole una factura altísima al centro. Sin embargo, uno escucha en cada esquina alguien diciendo que igual va a votar por Fajardo en primera vuelta. Y de eso se tratan también las elecciones: de votar con libertad, esperanza y emoción.
Pero el destino de Colombia pareciera estar marcado por los extremos.
Así que probablemente asistiremos a una contienda final donde -como tantas veces- habrá votos en contra y no a favor. El reto será asumir derrotas y triunfos. Y será entonces el momento de dos talantes: por un lado, el del registrador que -que pena- pero no puede demorarse lo que está diciendo que se va demorar en dar los resultados. Aquí, cada cuatro años, una hora después de cerradas las urnas, ya casi que sabemos quién es el presidente. No puede ser distinto esta vez. Y, segundo, el que gane y el que pierda. Ya vimos incendiada a Colombia, ya sabemos las consecuencias de los paros, ya conocemos la violencia, ya sabemos cómo es tener el vandalismo al lado, ya conocemos de rabias contenidas y de ciudades rotas. Es tiempo de grandeza, de verdad. De asumir triunfos y, también, derrotas. Aquí muchos se están jugando su lugar en la historia.
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