China es hoy el país con más cámaras de vigilancia en el planeta. Se calcula que del aproximadamente 1 billón que hay en todo el mundo, este país tendría más de la mitad. Su uso es evidente desde la llegada a sus fronteras. Crucé desde Hong Kong hace una semana y el mensaje para los que llegan es claro: acá todo se ve, todo se sabe y los ojos del Gran Hermano son grandes.
Los chinos con los que conversé lo aceptan sin mayor cuestionamiento. Reconocen, en línea con el discurso del gobierno, que la seguridad requiere un sacrificio de la privacidad. Y, además, creen que así son las cosas acá y punto. Lo que el Estado o el Partido Comunista quieren, lo obtienen.
Las cámaras son, de verdad, omnipresentes. Están en hasta los rincones más inesperados y de forma masiva. En la esquina de una calle transitada puede haber fácilmente 15 cámaras: unas dirigidas hacia los peatones en ambos sentidos, unas más altas que otras, otras dirigidas hacia las placas de los carros y otras que uno ni sabe qué buscan ni que vigilan.
El Estado chino ha creado un aparato de vigilancia que va mucho más allá de grabar videos y tomar fotos. El control de las comunicaciones, con censura y con monitoreo, la creación de bases de datos de rostros, voces, iris y ADN, son parte de un mismo sistema unificado. En agregado es información que, en nombre de la protección de la vida y de soberanía nacional, sirve para monitorear con detalle a los ciudadanos.
Con la paranoia permanente de un gobierno autoritario de perder el más mínimo milímetro de poder, el objetivo real de la video vigilancia en China tiene menos que ver con la seguridad ciudadana y más con la seguridad del régimen. Su propósito real es vigilar a las personas para contener a quienes representan una amenaza para el sistema.
En últimas el control total del Estado es útil para contener el crimen, sí. Pero eso es un beneficio colateral, útil para justificar y legitimar medidas. Para el fin que sea, la gente sabe que acá el Estado sí tiene el control: vigila, pero también castiga. La amenaza no es solo en palabra y eso sirve para espantar bandidos y, también, para controlar opositores políticos.
Por eso último, la experiencia china de monitoreo extremo no es para calcar. Pero algo sí tendremos para aprender sobre la importancia que tiene en la búsqueda de la seguridad la certeza de consecuencias. Colombia podrá poner millones de cámaras, pero sin una respuesta efectiva para lo que ven y detectan son poco más que el adorno que son hoy.
En nuestro país no previenen, no terminan ni siquiera siendo útiles para que a los delincuentes los condenen. Todo por la obvia razón de que la Justicia no opera. A nadie le importa quedar grabado cuando el mayor riesgo es ser expuesto en redes sociales. El discurso de persecución de quienes estamos buscando mejorar la seguridad debe, de forma urgente, coincidir con que en la práctica se castigue. Un Gran Hermano que solo mira, pero ni dice ni hace, parece más a una madrina que solo mima.