Considerando el que a cada vez más personas les tocará vivir en ciudades, vale recordar la importancia de experimentar cómo hacerlo mejor en ellas. En Cali, por ejemplo es preciso aprender a disfrutar de su grato clima, que tanto alaban sus visitantes; a gozar de sus rotundos paisajes, a emocionarse viendo sus árboles y flores; saber cómo poder tolerar el mal comportamiento de muchos en sus calles; entender que para poder vivir en Cali hay que ‘estarse yendo’ como recomendaba Manuel Lago; y gozar de sus rasgos ‘arabescos’ y no solo los de Demetrio Arabia.

Aprovechar su sabroso clima trabajando en casa a la madrugada, la que siempre es fresca y silenciosa; descansar al medio día, que es cuando hace más calor, haciendo una corta siesta en una grata hamaca, más sabroso que una cama; disfrutar del fresco atardecer y del inicio de la noche comiendo en un balcón o una terraza, o escoger restaurantes que las tengan cuando se sale de casa a cenar y conversar con amigos, y ojalá cerca de un parque para ir después a ver la gente pasar, mirar la luna llena cada 28 días y poder fumar un rico habano con ellos.

Disfrutar de sus paisajes mirándolos desde los diferentes lugares en los que se está, ya sea el río Cali, los cerros de Cristo Rey, las Tres Cruces o de La Bandera, y caminar sus cerros como Miky Calero; o mirar el valle alto del río Cauca desde las faldas de la Cordillera Occidental, o ver sus Farallones cuando no los cubren las nubes. Y salir a los alrededores de Cali los fines de semana por la ‘salida al mar’; hacia la Cordillera Central; al sur o el norte de este muy amplio y verde valle; y por supuesto al ‘andén’ del Pacífico, en el que insiste Carlos Jiménez.

Emocionarse viendo los muchos grandes bellos árboles que hay en Cali cuando se circula por la ciudad, especialmente cuando toca esperar en los semáforos, como recomienda Aura Lucia Mera, o disponiendo de un conductor, o andando sus parques y zonas verdes. Pero mirar al suelo al caminar por sus andenes, pues en Cali son una vergüenza si es que existen, y al tener que caminar por las calzadas, como lo hacen muchos, hay que estar atento a los carros y motos que circulan como si estuvieran en una competencia deportiva de todos contra todos.

Aprender a tolerar el lamentable comportamiento de muchos en las calles de esta ciudad, compartiendo con humor algún comentario sobre su atarvanería, y agradeciéndoles cuando se comportan bien e invitarlos discretamente a informarse sobre su ciudad, al tiempo que en silencio se le recuerda su madre al motociclista en contravía a toda mecha. Y teniendo mucha paciencia y poco afán, para lo que no sobra consultar con un sicoanalista amigo, y tener presente que, paradójicamente, en casos de emergencia siempre todos corren a ayudar.

Y al viajar, constatar que al regreso a Cali se redescubre su clima, paisajes, vegetación, y la amabilidad de sus gentes cuando se dialoga directamente con ellas. Como repetía don Agustín Nieto Caballero a sus estudiantes del Gimnasio Moderno de Bogotá, al regreso de sus muchos viajes, ese es el mejor momento; y entonces sí hablar de Cali, como pide Mario Fernando Prado, pero no solo bien sino también de lo malo, y de lo que se aprendió y disfruto en otras partes y cómo lograrlo aquí.