Sin que pareciera haber aprendido las lecciones de los impases en política exterior durante sus primeros dos mandatos, el presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva viaja por el mundo tratando de aparecer como el estadista salvador en representación del llamado ‘Sur Global’. En la Cumbre del G7 en Japón a la cual fue invitado con otros países que no hacen parte de la alianza occidental, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, le ‘hizo el feo’ evitando reunirse con el carioca, con razón, pues el apoyo de Lula a una “solución pacífica” sin indicar quien es el agresor en la guerra y declarando que Crimea es Rusia, no cae bien en un presidente cuyo país está siendo sistemáticamente destruido por el Kremlin.
Adicionalmente Lula pareciera pretender ubicarse al mismo nivel geopolítico que China, aprovechando su membresía en los Brics, algo que pudo haber sido válido hace 20 años, pero no ahora que China es la potencia que le hace contrapeso a Estados Unidos. El mayor suceso geopolítico del momento, la guerra Rusia-Ucrania le queda grande a un Lula excesivamente pragmático, cuando en los conflictos de hoy el factor identidad pesa más que el pragmatismo al momento de encontrar cualquier solución.
Ya Lula había caído en la trampa de la soberbia internacional en 2010 en Teherán, cuando en compañía del mandatario turco Recep Erdogan anunciaron con bombos y platillos que habían logrado un acuerdo sobre el programa nuclear iraní, lo que a la postre no fue sino un globo al aire.
En este caso al igual que en anteriores actuaciones donde el mandatario brasileño ofreció sus servicios de mediación en el conflicto palestino-israelí, Lula, a pesar de sus buenas intenciones, está jugando póker con un par de ‘doses’, sobrestimando el poder diplomático y político de Brasil.
Más cerca de casa, en el convulsionado continente latinoamericano, Brasil, ‘el grandulón del patio’, ha mostrado pocas señales de tener poder suficiente para liderar una región rota por fisuras ideológicas y que nunca se ha podido constituirse en un bloque geopolítico de peso en el panorama global. Unasur, el gran proyecto de su primer periplo yace en ruinas víctima de los males que aquejan a esta región desde la independencia. Nunca trató el organismo de defender la democracia en Venezuela, por el contrario, Lula el quizás llamado a liderar, mantuvo un contubernio con Chávez fulminador de la democracia patriota y mantiene la misma tónica con Maduro. Los épicos ‘realities’ de Unasur durante la administración de Álvaro Uribe mostraron un organismo mal concebido y peor administrado. Ahora que algunos buscan desenterrar el cadáver y revivirlo, vuelve a aparecer el hedor de la ideología más que unas bases firmes de integración suramericana.
La absurda comparación que hizo Lula del régimen tiránico de Ortega en Nicaragua con Angela Merkel por los años servidos, más allá de lo ridícula, es muestra fehaciente qué para el otrora sindicalista las dictaduras de izquierda se valen.
Se le abona al mandatario brasileño su coherente postura frente al acontecer en Perú apoyando a la presidente Dina Boluarte, elegida en el marco de la Constitución tras el autogolpe de Castillo, en contraste con la asumida por su contraparte mexicana, Amlo, cuyo embajador acaba de ser expulsado de Lima. La Alianza del Pacífico, quizás el más significativo avance multilateral regional en los últimos años queda paralizado por la tozudes de Amlo de seguir reconociendo a un defenestrado presidente golpista.
Como siempre se ha dicho: Brasil es “la potencia del futuro” y sigue siendo. Lula no ayuda para que sea la del presente.