Con el perdón de los lectores que acompañan este espacio con su lectura semanal, antes de darle la bienvenida esperanzadora a 2025 tengo que recordar con preocupación que cada vez se acerca más 2026, el año en que el país espera respuestas, unidad y estrategia de parte de sectores que hoy protagonizan una penosa falta de sincronización.

Empiezo por decir que este ha sido un mal gobierno, caracterizado por su vocación de seguir enfrentando a la ciudadanía y de capitalizar políticamente la división. Dos años y seis meses después de su llegada al poder, el país ha conocido en profundidad su incapacidad ejecutiva y su absurda vocación de llenar a punta de retórica los vacíos de su falta de gestión y la inviabilidad de sus reformas.

Ya a estas alturas, ni los más ingenuos ni los más moderados guardan la esperanza de que el gobierno a última hora decida bajarle al tono de constante ataque a todos los sectores contrincantes en busca de lograr consensos. Ya está más que claro que no es de su interés político y que su decisión, lamentable, desde luego, ha sido profundizar y capitalizar políticamente toda la división social durante estos cuatro años. El llamado acuerdo nacional que tanto dicen buscar jamás podrá llegar mientras el discurso del Ejecutivo sea de permanentes agravios contra magistrados, periodistas, críticos, opositores y empresarios.

Ya tenemos absoluta claridad sobre el desastre que enfrenta el país en estas horas. Y si de algo hay cada vez mayor certeza es que entre más se acerca la temporada electoral, más se empeña el presidente en radicalizar su tono contra todos sus críticos. Casi a diario, Petro ha decidido destinar el calificativo de nazi a sus rivales, algo que no solo representa una gravísima ofensa a las víctimas del nazismo y un denigrante uso político de uno de los peores episodios de la humanidad, sino también consiste en una burda falacia argumentativa que les enseñan a evitar a los estudiantes de primer semestre de cualquier carrera de las humanidades: el ‘reductio ad hitlerum’. Es decir, la falacia del “todo el que no piensa como yo es un nazi”. Con ese nivel de argumentación y de respeto por el contrincante político será difícil esperar un debate con la más mínima altura de cara a 2026.

Cualquier encuesta de los meses recientes demuestra que el gobierno cuenta con una aprobación cercana al 30%, lo cual está lejos de ser el margen de aceptación con que soñaría un presidente que dice responder a las mayorías y a “el pueblo”. Pero sería un grave error subestimar la fuerza política del petrismo para 2026 por cuenta de esos números, especialmente si los sectores opositores no tienen claridad en su rumbo y la apuesta del gobierno sigue siendo dividir de manera premeditada a la ciudadanía. Es mucho lo que pueden hacer con ese 30%.

Si los líderes de la oposición siguen cometiendo los mismos errores guiados por el sectarismo y el fundamentalismo, el partido de gobierno seguirá estando en ventaja. Por lo pronto es urgente el surgimiento de una alternativa que invite a unir a la ciudadanía y que sepa tratar con respeto a todos los sectores del debate, incluyendo a los defensores del actual gobierno, en vez de apostarle a las provocaciones que solo profundizan la división. De otra manera, el tono de las elecciones de 2026 estará cada vez más definido por la radicalización y la polarización, algo que en nada beneficiará al país. Empecé este año siendo escéptico y lo cierro con verdadera preocupación.