Hasta hace pocos meses me desempeñé como gerente regional para el Suroccidente de un importante medio de comunicación nacional. Con gran frecuencia debía ir a Popayán y a Buenaventura. Cada vez que iba a tomar esas rutas, tocaba preguntar si había bloqueos. Y a rezar para que no fuera a surgir un intempestivo cierre en el camino.
Cada obstrucción conlleva los riesgos de atracos masivos, agresiones por parte de los incitadores, aplazamientos o demoras eternas. No hay derecho a que circular por las carreteras de nuestra región, tenga una carga de incertidumbre tan tenaz.
Si estuviera aún trabajando allá, mi otra ruta era hacia el norte del Valle para visitar Buga, Tuluá, Sevilla y Cartago. Pues esta semana, manifestantes tuvieron también bloqueada la carretera principal entre Palmira y El Cerrito.
Pero recordemos que hace un par de semanas, otro grupo cercó por cuatro días, en el concurrido barrio Versalles, las vías cercanas a la Secretaría de Vivienda de Cali, donde queda el Dagma, Edru y otras entidades municipales. Versalles es un barrio aún residencial, pero donde se ha desarrollado un importante clúster de la salud, liderado por instituciones tan importantes como la Clínica de Occidente y Dime. El drama de esa invasión fue tenaz, pues se le dificultó el acceso a los residentes en los edificios. El hacinamiento era 7/24 y los pacientes a tantos consultorios, clínicas y urgencias de la zona, sufrieron dramáticamente. Fui personalmente a ver si era cierto lo que me contaban, pues no entendía tanta pasividad de los gobiernos y de las autoridades, ni el silencio de muchos medios. No me imagino lo que hubiera sido este bloqueo en un país desarrollado. Allí sería inconcebible. Ni las autoridades lo permitirían ni los medios lo tomarían como parte de la normalidad.
Asumir los bloqueos como parte del “paisaje cultural y político” de un país o de una región traerá consecuencias lamentables. Los comerciantes, transportadores, importadores, empresarios de la agroindustria, terminarán buscando alternativas diferentes en rutas e incluso en focos económicos, pues los bloqueos hacen vulnerable la cadena de suministros. Tanto el Pacífico como el Cauca están llamados a tener un importante desarrollo turístico. ¿Lo lograrán cuando los bloqueos le cambian la tranquilidad al turismo familiar?
Pequeños grupos inconformes, muchas veces con reclamos razonables, hay que reconocerlo, con unas pocas piedras y desgajando ramas de los árboles, se atraviesan en la suerte del sector productivo, de las ambulancias, de los trabajadores, del alimento de los cerdos o las gallinas, de los productos agrícolas que se pierden en las paradas eternas. ¿Dónde está la autoridad que defiende a la mayoría? ¿En qué momento el buen dirigente público es aquel debilucho que no es capaz de solucionar las peticiones de las minorías sin sacrificar el bien general?
Ese es el reto. Volverse confiable desde el poder nacional, regional y municipal con realidades para solucionar peticiones de décadas sin permitir que los derechos colectivos al trabajo, a la libre locomoción, a la tranquilidad y a la seguridad se vuelvan desechables. Hoy cualquier inconforme con ínfulas de líder, tiene una frase en su boca: “Vamos a bloquear la vía y no la abrimos, hasta que nos den la solución”. Lo triste es que muchas de esas comunidades tienen necesidades básicas insatisfechas y ameritan ser escuchadas y solucionadas. Pero la solución no puede ser irse contra el resto del país para lograrlo. Y si nuestros gobernantes no reaccionan, como lo hicieron esta semana en el Cauca, derribando los obstáculos en la vía, regresaremos a los bloqueos múltiples de las calles del 2021, capítulo que no quisiéramos repetir.