Por monseñor César A. Balbín Tamayo, obispo de Cartago
Una de las problemáticas que más preocupa al mundo de hoy es la seguridad alimentaria, para el presente y para el futuro. Para el presente, por el principio de la oferta y la demanda. Por el poco apoyo de nuestros gobiernos al agro. El gran pecado de destruir parte de la producción con el objeto de elevar los precios, y que se lucren solo los comerciantes. Sumándole a esto los grandes conflictos, que poco a poco van escalando y desplazando a miles y miles de familias.
Y para el futuro, no solo por estas perversas estrategias, tal vez amparadas por tratados de libre comercio, sino también por el acelerado cambio climático. Los países subdesarrollados y más pobres serán los que verán morir de hambre no solo a los niños, sino incluso a adultos y ancianos.
En el mensaje a la FAO del papa Francisco en julio del año 2023, dice: «Millones de personas siguen padeciendo la miseria y la malnutrición en el mundo, debido a conflictos armados, así como al cambio climático y los desastres naturales resultantes.
Los desplazamientos en masa, sumados a los otros efectos de las tensiones políticas, económicas y militares a escala planetaria, debilitan los esfuerzos que se realizan para garantizar una mejora de las condiciones de vida de las personas en razón de su dignidad intrínseca. Vale la pena repetirlo una y otra vez: ¡la pobreza, las desigualdades, la falta de acceso a recursos básicos como el alimento, el agua potable, la sanidad, la educación, la vivienda, son una grave afrenta a la dignidad humana!».
A lo anterior, el Santo Padre añade que el objetivo de hambre cero, no será de fácil cumplimiento, mientras no se aúnen fuerzas entre el conjunto de naciones y de organizaciones. Es preocupante constatar que a no pocos niños, y adultos mayores los coge la noche, cuando mucho, habiendo pasado solo una comida al día, cuando no es que ninguna.
Ningún cristiano se debería acostar tranquilo sabiendo que esta realidad está a la vuelta de su casa. «Vengan benditos de mi Padre… Porque tuve hambre y me dieron de comer» (Mt 25,34-35). Y también es necesario decirlo: es una tentación o costumbre profundamente reprochable, actitud de algunos de nuestros políticos de alargar la mano derecha para dar un pan y la izquierda para recibir el voto… La Iglesia no puede caer en este juego.
Hoy cuando la Palabra de Dios, nos presenta a Cristo como Pan de Vida, el que nos da la vida eterna, que se nos entrega como alimento, siguiendo la reflexión del capítulo 6 de evangelio de San Juan, es necesario que nuestra vida responda de manera positiva ante el hambre física de nuestros hermanos y que el hambre espiritual de cada uno de nosotros nos lleve a comer de este paz que es Cristo: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». (Jn 6, 51) La Iglesia, de manera especial en nuestro Valle del Cauca, seguirá sirviendo al Señor Jesús, en los pobres que llegan a nuestros comedores parroquiales y de los Bancos de Alimentos, para seguir cumpliendo con el mandato del Señor.