Quince días después de la Operación Perseo adelantada por las Fuerzas Armadas de Colombia en El Plateado, corregimiento de Argelia, Cauca, pareciera que la tranquilidad se abre paso entre su población. Para que sea duradera y se cumpla el objetivo de retomar el control total del Cañón del Micay, el Estado debe comenzar por recuperar la confianza de quienes habitan la región, mientras les brinda esperanzas de una vida alejada de la violencia en la que florezcan las oportunidades.

Años de ausencia estatal, de estar a merced de organizaciones criminales, de vivir de las economías ilegales no terminan nada más con la llegada de la Fuerza Pública ni mucho menos con visitas fugaces de funcionarios públicos. La de El Plateado y sus alrededores es una sociedad minada desde sus cimientos, que se debe reconstruir casi desde cero, sin promesas falaces que terminan convertidas en nuevas frustraciones.

No se puede negar el éxito del golpe militar y de inteligencia que el Ejército Nacional le propinó a la estructura ‘Carlos Patiño’ de las disidencias de las Farc, comandadas por alias Iván Mordisco, y a sus socios en el negocio del narcotráfico. Aunque la determinación llegó con bastante retraso porque habían pasado cerca de ocho años desde que se les cedió el control a los grupos violentos, era inadmisible que el Gobierno Nacional siguiera impasible frente a lo que sucede en esa región caucana.

La reticencia inicial de las comunidades a la recuperación del territorio por las fuerzas del orden, es más que natural. Y solo se podrá sobrellevar con una intervención decidida, que se refleje en presencia gubernamental permanente y en la solución de aquellos asuntos que reclama la sociedad rescatada. El fracaso de la mayoría de los procesos de paz o de las acciones militares realizadas para restablecer la seguridad en el país, es que no significaron que el Estado regresara de manera integral y se mantuviera en el tiempo.

Tampoco tiene sentido hacer propuestas difíciles, por no decir imposibles, de cumplir, como la del presidente Gustavo Petro, quien en medio del fragor y seguramente para tratar de amainar los ánimos, propuso comprarles toda la hoja de coca a los campesinos de El Plateado. El problema no es lo que pueda costarle al erario la adquisición de miles y miles de hectáreas sembradas con cultivos ilícitos; lo grave es el mensaje que se transmite en el sentido de que las economías ilegales sí pagan.

En lugar de ello, el Gobierno Nacional debería concretar las inversiones que se harán en este corregimiento de Argelia, así como en el resto de poblaciones ubicadas en el Cañón del Micay, abandonadas a su suerte y a la que les ha impuesto la violencia durante décadas.

No basta con obligar a la huida a las organizaciones criminales ni con mantener apostados en el lugar a cientos de soldados y policías. La confianza es el principio fundamental para la recuperación integral de El Plateado y ello se consigue garantizando una mejor calidad de vida a sus habitantes, con más escuelas, colegios e instituciones de formación superior; con un servicio de salud de calidad; con instituciones públicas fortalecidas.

Sin desarrollo y oportunidades para su gente, la intervención en el cañón de Micay habrá fracasado.