“Es una evolución preocupante, y todo va en la dirección equivocada”. Las palabras del portavoz del Secretario General de las Naciones Unidas no pudieron ser más contundentes con respecto a las dimensiones que en las últimas horas ha tomado la guerra en Ucrania.
Sobre todo después de que el propio presidente de Rusia, Vladimir Putin, en un mensaje televisado, notificó ayer a su país y a la comunidad internacional que el conflicto que libra en territorio ucraniano cobró aspectos “de carácter mundial”, y no descartó atacar a las naciones que le proporcionaron a Kiev las armas que ha utilizado esta semana para contrarrestar la reciente ofensiva de Moscú, en una clara alusión a los Estados Unidos y a Inglaterra.
¿Será posible que los gobernantes de los países más poderosos de la Tierra pongan su deseo de venganza y su delirio de dominación por encima del futuro de la Humanidad? Porque está claro que el hecho de haber empleado misiles capaces de transportar una ojiva nuclear es una decisión que debe poner en vilo a la comunidad internacional, ante el temor universal que significa la posibilidad de que alguna de las partes en conflicto inicie una guerra atómica de consecuencias incalculables.
Es por eso que en estos momentos de crispación mundial hay que confiar en que haya voces sensatas con el suficiente peso a nivel orbital que le hagan entender tanto a Rusia como a las potencias de Occidente el sinsentido de los enfrentamientos bélicos, como si ignorar la historia fuera suficiente para minimizar los riesgos que implica el uso de armas nucleares, tales como ocurrió en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, cuando murieron más de 200 mil seres humanos.
Es ahora cuando la diplomacia internacional debe emplearse a fondo, de la mano de la Organización de Naciones Unidas, pero no exclusivamente de ella, sino que cada país, cada gobierno, debe hacer intensos y sentidos llamamientos para que las partes acepten sentarse a dialogar sobre otras formas de dirimir la invasión a Ucrania, que ya completó mil días sin llegar a ningún resultado, más allá de provocar la muerte de al menos 31.000 ciudadanos de ese país y 78.000 rusos.
Ojalá que el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, no tenga razón cuando afirma que Putin es un “vecino enloquecido”, que está utilizando su nación como “terreno de ensayo” militar, y Moscú no insista en seguir usando misiles de mediano alcance de última generación, pero como siempre estará latente la posibilidad de que los carguen con ojivas nucleares cuyos resultados de detonación son insospechados, el resto de la comunidad internacional no puede quedarse solamente expectante ante el suceder de los hechos.
Los países en desarrollo deben presionar para que instancias como el G20, que acaba de reunirse en Brasil sin resultados notables, y la misma ONU, lideren un basta ya de la guerra y un basta ya de poner en vilo la supervivencia de los seres humanos por cuenta de gobernantes que están dispuestos a todo por lograr sus particulares intereses, sin importar el costo que en vidas representen sus censurables propósitos.