La invasión de Ucrania por los ejércitos rusos y la impotencia del mundo para detener una guerra que mata a miles de personas y arrasa con una nación, vuelve a poner en duda el papel que cumple la Organización de las Naciones Unidas en la preservación de la paz mundial. Y aumentan la necesidad de adoptar transformaciones que la hagan útil para impedir las catástrofes que padece la humanidad por carecer de mecanismos efectivos para resolver los frecuentes conflictos entre los Estados.

La ONU fue producto del triunfo de los aliados que derrotaron el nazismo y el fascismo. En su declaración de principios, el primer objetivo que se le fijó fue servir de organismo para impedir las guerras y propiciar la paz, algo que despertó la unanimidad del mundo. Y la esperanza de un futuro en el cual no se reprodujeran las espantosas tragedias humanitarias que dejaron las Guerras Mundiales, en especial la Segunda, donde murieron más de sesenta millones de seres humanos, la mayoría civiles inermes.

En el fondo, lo que se produjo fue la posibilidad de que los países triunfantes aseguraran su control sobre el mundo, además de establecer mecanismos para evitar las conflagraciones, defender los derechos humanos y propender por el desarrollo civilizado y pacífico de la humanidad. Y en la práctica, su campo de acción fue limitado por la capacidad de veto de las cinco potencias que dominan el Consejo de Seguridad, organismo que maneja el poder efectivo del organismo multilateral.

Eso explica por qué la ONU no pudo impedir la invasión de Ucrania, no fue el escenario para dirimir las diferencias y no puede hacer nada para detener el baño de sangre que destruye a una nación con una historia milenaria. Es que Rusia es miembro del Consejo de Seguridad, ejerce el poder de veto contra cualquier decisión que no lo favorezca o le impida continuar su invasión. Y para colmo, ejerce como presidente de ese Consejo, algo inexplicable.

El ejemplo anterior es el de Siria, donde los intereses geoestratégicos se impusieron sobre los criterios humanitarios. Una guerra fratricida arrasó con ese país y el apoyo interesado de Rusia mantuvo en el poder a un tirano y millones de sus ciudadanos debieron emigrar.

Ahora es Ucrania. Objeto de una invasión que no tiene asidero distinto al propósito expansionista de la Rusia de Vladimir Putin, su pueblo se defiende con la ayuda de decenas de países. Y millones de ucranianos han tenido que abandonar sus vidas para protegerse de la destrucción y la barbarie.

¿Y la ONU? Antonio Guterres, su Secretario General, viajó a Moscú para buscar detener la guerra y luego a Kiev para presenciar el horror que deja la invasión. Allí, mientras se solidarizaba con el pueblo ucraniano mostró la impotencia del organismo que dirige. La realidad es que nada puede hacer puesto que está atado por el poder de veto de Rusia que le impide cumplir el papel asignado en la fundación de la entidad.

Por ello, la ONU es cada vez más intrascendente. Y continuará así si no se producen las transformaciones que le permitan actuar para impedir las guerras y superar el veto de las potencias.