Los caleños hemos tardado demasiado tiempo en recuperar y aprovechar todo el enorme potencial de desarrollo que ofrece el centro de nuestra ciudad.
Pese a que desde hace décadas están claramente diagnosticados los graves problemas que aquejan a ese importante sector, es preciso reconocer que se ha avanzado muy poco para solucionarlos. Y las pocas acciones emprendidas han tropezado con la falta de eficiencia que suele caracterizar a la gestión pública en Colombia. Tal es el caso, por ejemplo, del Proyecto de Renovación Urbana Ciudad Paraíso, que completa 14 años en ejecución y sigue enredado entre múltiples trabas.
Mientras tanto, y como era previsible en una ciudad que ha venido creciendo de forma desordenada por cuenta de múltiples factores sociales y económicos, el centro ha seguido deteriorándose aceleradamente. Hasta el punto de ser, para miles de caleños, una zona casi indeseable a la que se entra solo para atender asuntos de trámite, pero nunca en plan de disfrute.
La inseguridad, la invasión de ventas ambulantes, el caos de la movilidad y los graves problemas de aseo, entre otros factores, alejan a los ciudadanos del que debería ser, como ocurre en otras latitudes, un vibrante punto de encuentro para todas las expresiones de la vida urbana.
La suerte del centro, sin embargo, podría empezar a cambiar a partir del presente año. El alcalde Alejandro Eder, quien en un gesto simbólico de gran importancia tomó posesión de su cargo en la Plaza de Cayzedo, ha propuesto como una de las grandes banderas de su Plan de Desarrollo la recuperación de esa zona.
Y por ello se ha reactivado en las últimas semanas el debate ciudadano sobre cuál es la ruta estratégica que se debe adoptar en ese Plan para lograr cambiarle la cara al centro, donde confluyen múltiples usos y características del territorio: residencial, comercial, histórico y turístico, entre otras.
Algunas voces plantean que se debe apostar por concentrar allí una especie de ‘distrito de rumba’, pues se tendría un impacto menor al que la actividad festiva genera en otras zonas de Cali. Y otras apuntan a que un espacio tan rico, en el que la ciudad tiene tres grandes teatros, seis museos, más de un centenar de librerías y 70 inmuebles considerados patrimonio, debe llenarse de contenidos que exploten su vocación cultural. En realidad, ambas perspectivas no se excluyen entre sí y podrían llegar a conjugarse adecuadamente.
Lo más importante es que, por primera vez, la discusión sobre la realidad del centro ha salido de las esferas oficiales y está convocando voces que nunca antes habían sido partícipes de ella, como por ejemplo las de los jóvenes. Son ellos los que en tiempos recientes se han atrevido a explorar las posibilidades que ofrece ese sector y buscan aportar ideas que van más allá del cemento y el ladrillo. Es preciso que todos los caleños sigamos el ejemplo. El futuro de Cali implica hablar del centro.