Las más recientes cifras del Dane sobre la pobreza en Colombia dejan algunas cosas positivas para destacar, pero muchas otras que deberían obligar a toda la sociedad colombiana, y muy especialmente al gobierno de Gustavo Petro, a reflexionar sobre la realidad del país y el rumbo hacia el que debemos llevarlo.
Por un lado, es una buena noticia que la pobreza monetaria se haya reducido en casi un 3% durante el 2022, pues ello significa que 1,3 millones de colombianos lograron salir de esa condición.
Esa cifra, aún con todo lo bueno que representa, no puede llamar a engaños sobre la terrible situación que sigue enfrentando la mayoría de la población colombiana, a un año de haber llegado a su fin la pandemia de Covid 19. El ‘virus’ de la pobreza no se ha ido, sigue ahí.
Y es que la ‘fotografía’ que reveló el Dane es verdaderamente dramática. A pesar de la recuperación que experimentó la economía después de la pandemia, todavía hay 18,3 millones de compatriotas que están bajo la línea de pobreza monetaria. Es decir, se trata de personas que, según la misma medición oficial, sobreviven con un ingreso de menos de $396.864 al mes.
Lo más grave es que, según consigna el mismo informe del Dane, el indicador de la pobreza monetaria extrema empeoró y pasó de 13,7% de la población en el 2021, a 13,8% en el 2022. Eso, en números redondos y con la definición precisa del Dane, significa que hay casi siete millones de colombianos que deben arreglárselas para sobrevivir con menos de $198.698 cada mes.
Una simple división de esta última cifra entre 30 días basta para hacerse un interrogante que lleva las frías mediciones técnicas a los límites de lo absurdo: ¿cómo es posible que en Colombia, un país de tanta riqueza natural y con tanto potencial de desarrollo, haya gente condenada a vivir con menos de $6.623 en el bolsillo al día?
No es una simple pregunta retórica. Es el asunto de fondo que este país, atrapado por los odios políticos, atascado en el juego de la polarización, ensimismado en discusiones ideológicas improductivas y cada vez más amenazado por una violencia que se recicla y se multiplica, ha dejado de ver.
El gran acuerdo nacional que el presidente Gustavo Petro insiste en impulsar, y que un año después de su llegada al Gobierno sigue siendo una idea etérea y manipulada según la coyuntura política del momento, debería girar en torno a soluciones realistas, prácticas, de alto impacto y de rápidos resultados para este grave problema.
Conviene recordarlo especialmente por estos días, cuando en el Congreso de la República se decide el futuro de la reforma laboral y el Gobierno atiza la discusión sobre un asunto tan crítico como la reforma agraria. Está comprobado que la mejor y más efectiva fórmula para combatir la pobreza es la generación de empleo y de ingreso productivo.
Cualquier medida que atente contra ese objetivo solo contribuirá a atizar más el ‘incendio’ de la pobreza. Ya es hora de que el Presidente lo tenga claro.