El drama de la migración ilegal que pasa por Colombia y se arriesga en la travesía por el Tapón del Darién en su búsqueda desesperada por alcanzar un mejor futuro, sigue sin dar tregua. Qué hacer para detener una situación cada vez más compleja, cómo lograr las soluciones integrales y coordinadas entre las naciones afectadas por este fenómeno, entre otras razones para evitar que el sueño de tener una vida más digna termine en tragedia, es el trabajo que aún está pendiente.
Contrario a lo que podría pensarse, el flujo de migrantes que tienen a Colombia como país de tránsito en su propósito de llegar a los Estados Unidos, no ha disminuido. Cambian sí las nacionalidades, dependiendo del lugar en que se produzcan las crisis políticas, se exacerben los conflictos internos o se recrudezca la situación económica. Si antes fueron los cubanos, luego los haitianos y en tiempos recientes los venezolanos, por territorio patrio pasan ecuatorianos, chilenos, peruanos y también indios, nepaleses, somalíes o etíopes, entre otros.
A esos inmigrantes no parecieran importarles los riesgos, o peor aún, son traídos con engaños, sin la suficiente información sobre lo que encontrarán a su paso, ni mucho menos conociendo el infierno que atravesarán cuando los dejen abandonados a su suerte en el Tapón del Darién, una selva inhóspita que se puede convertir incluso en su cementerio. Tampoco saben de las aguas bravas del Pacífico ni de la precariedad de las embarcaciones que los transportarán en su camino hacia Panamá, su destino inmediato.
Es el negocio inmoral que han montado quienes saben de su sufrimiento y explotan sus necesidades. A esas mafias nada les importa la suerte que corran aquellos que han atravesado continentes u océanos, llevan semanas viajando y aún les faltan meses, además de penurias iguales o peores, para ‘coronar’ su destino final, al que la mayoría nunca llega. De los 251.758 inmigrantes que ingresaron ilegalmente a Colombia entre enero y julio de este 2023, apenas unos pocos cientos lograrán su sueño
Las autoridades nacionales parecen impotentes e incapaces de ponerle freno a la situación. Es claro que nada puede hacer Colombia sola o que Panamá difícilmente detendrá esa ola de migrantes que a diario recibe en su territorio, como no lo está haciendo el resto de países centroamericanos o incluso México.
Por ello, si se pretende acabar con el negocio en que se convirtió la migración ilegal y brindarles acompañamiento a quienes no tienen alternativa diferente que buscar un mejor destino en otras latitudes, es necesario que las acciones sean coordinadas y las decisiones conjuntas. Es decir, se requiere de una política continental, construida con la participación de todos los gobiernos afectados.
Si no se logra llegar a un consenso transnacional, cientos de miles de inmigrantes ilegales seguirán llegando en su travesía a países como Colombia, serán sometidos por las mafias que los manipulan, sufrirán los peores vejámenes, se ahogarán en las aguas del Pacífico o quedarán sepultados entre la selva espesa del Darién. Todo frente a los ojos de la sociedad, cada vez más indiferente frente a lo que es un drama sin tregua.