Niveles de mercurio tres veces por encima de los máximos permitidos, una relación cada vez más estrecha -y peligrosa- entre narcotráfico y minería ilegal, así como un daño ambiental que no se logra detener. De tal tamaño son los problemas que persisten en los Farallones de Cali, cada vez más parecidos a una Hidra de Lerna, la criatura mitológica a la que por cada cabeza que se le corta le aparecen dos más.
La Mesa Territorial contra la Minería Ilegal y la Contaminación por Mercurio, realizada hace un par de semanas en la capital del Valle, dejó nuevas preocupaciones. Por ejemplo, que en los suelos y fuentes de agua del Parque Nacional Natural se han encontrado hasta 31 partes por millón del metal que se usa en la explotación minera clandestina, prohibido desde hace tiempo en Colombia, cuando el límite máximo para que no cause daño es de 11 partes por millón, según la Organización Mundial de la Salud.
Hasta ahora las autoridades ambientales han dado un parte de tranquilidad al garantizar que esa contaminación no afecta el agua que toman los caleños. Pero puede ser cuestión de tiempo que el mercurio detectado en los nacimientos que le dan vida a seis de los siete ríos que bañan la ciudad, llegue hasta las bocatomas de los acueductos locales y veredales si no se detiene de forma definitiva esa actividad ilícita.
Cómo conseguirlo es el gran interrogante. Para los Farallones se ha intentado todo, desde crear batallones de alta montaña del Ejército para que protejan la reserva natural más importante del sur del Valle. También se cierran cada cierto tiempo decenas de bocaminas, se incauta y quema maquinaria usada para la extracción minera, se desmantelan los campamentos y se detiene a quienes promueven la actividad.
A las pocas semanas todo reaparece multiplicado: llegan más mineros desde diferentes lugares del país, se le abren nuevos boquetes a montaña, se comercializa clandestinamente el mercurio, que procede seguramente de México o de Perú porque en Colombia no existen yacimientos de ese metal.
Ello indica que el dinero que mueve la minería ilegal en el país circula a raudales, y que hay un tinglado montado a su alrededor que permite obtener los recursos que se necesitan para la extracción. En esa ecuación es en la que entra la estrecha relación entre esa actividad y el narcotráfico, que aprovecha, como lo ratificó la Mesa Territorial promovida por la Procuraduría General de la Nación y el Programa de Protección Ambiental de la Oficina de Asuntos Antinarcótico del gobierno de Estados Unidos, para lavar a través del oro el dinero del mercado de las drogas ilícitas.
No es casualidad, entonces, que en el sur del Valle y el norte del Cauca proliferen las organizaciones criminales, aumenten los cultivos ilegales y se abran más rutas para el tráfico de estupefacientes hacia el Pacífico, mientras es imposible ponerle fin la extracción minera en reservas naturales como los Farallones. El problema es que al daño ambiental evidente que causan esas actividades, ahora se suma el riesgo al que están expuestos quienes, como los caleños, dependen del agua que nace en su principal Parque Natural.