Pocas ciudades en el mundo cuentan con el patrimonio que tiene Cali, representado en los siete ríos y 51 quebradas que la bañan. Cuidarlos debería ser tan natural como el agua que corre por ellos, pero el deterioro que sufren a su paso por la capital del Valle evidencia que poco se reconoce su importancia y la necesidad de protegerlos como la fuente de vida que son.
Los informes recientes de Cali Cómo Vamos y los reportes del Dagma, la entidad ambiental local, demuestran que hay afluentes en estado crítico y otros que comienzan a deteriorarse, de acuerdo con los índices que miden la calidad del agua. El río Cañaveralejo, y no es una novedad, es el que presenta la peor situación, pasando de una condición regular a una mala.
Preocupa, así mismo, que en su travesía el río Cali haya bajado de una condición aceptable a una regular, o que no estén siendo suficientes los esfuerzos para que el Aguacatal tenga una mejoría. El Cauca merece capítulo especial, porque a la suciedad que arrastra casi desde su nacimiento se suma la que recibe a su paso por la capital vallecaucana. Mediciones de la CVC confirman que luego de salir de la ciudad, este río está casi muerto, con niveles bajísimos de oxígeno y sin vida en esa parte de su cauce.
La minería ilegal, que arroja mercurio y químicos a las fuentes de agua, muchas veces desde su nacimiento, no es la única que provoca la contaminación de los ríos caleños. Hoy la mayor carga la reciben por el vertimiento de aguas residuales, en particular aquellas que provienen de los asentamientos irregulares que se han permitido a lo largo de sus riberas, que no cuentan con sistemas de alcantarillado que canalicen esas descargas o las lleven a plantas de tratamiento.
El problema no es de ahora, pero lo que hoy sucede sí es el reflejo de la falta de gestión recurrente de la autoridad ambiental local así como de políticas públicas que no han respondido a la necesidad de proteger o recuperar el recurso hídrico que abastece de agua potable a dos millones y medio de caleños. Preocupa, además, que los caleños en general no parecieran comprender el efecto que sus acciones tienen sobre sus siete ríos o que sin su compromiso no será posible salvar al que es su mayor riqueza.
Con del evento internacional sobre biodiversidad más importante, la COP16, a la vuelta de la esquina, y como ciudad anfitriona que es, Cali debería preocuparse por hacer un compromiso serio y verificable de conservación de sus afluentes hídricos. Primero ejerciendo la autoridad como debe hacerlo, sancionando a quienes provocan la contaminación y el deterioro progresivos de sus ríos; así mismo gestionando los recursos que se requieran para su mejoramiento.
Pero lo más importante es educar a sus ciudadanos así como a las comunidades que habitan en sus cuencas o cerca a sus riberas en la importancia de cuidar el patrimonio más importante para ellos y para las generaciones venideras. Sin agua no hay vida y mucho menos futuro.