La música ha sido para cientos de niños y jóvenes de Potrero Grande, al oriente de Cali, el muro que los ha salvado del que parecía ser el futuro predestinado para ellos, uno signado por la falta de oportunidades, más vulnerables al mal y atrapados por la violencia. Igual les ha ocurrido a otros cientos en Llano Verde, en la Comuna 15, o en Siloé y otros barrios de la ladera de la ciudad. Hoy, esos oasis construidos entre notas e instrumentos musicales, están en riesgo.
Con alarma, las directivas de la Fundación Batuta, un programa creado en 1991 en alianza entre el Gobierno Nacional de la época y entidades privadas, ven un panorama incierto a partir del próximo año. El recorte del presupuesto nacional afectaría también los recursos destinados a la cultura y lo más probable es que la ayuda estatal que recibía el programa, que representa el 70 % de sus ingresos, ya no llegue más o disminuya en tal proporción que obligue a cerrar varios, si no todos, los proyectos vigentes.
Batuta trabaja desde hace doce años con el Tecnocentro Somos Pacífico en el programa de Formación Musical Sinfónica, que tiene una misión aún más poderosa que enseñar a tocar un instrumento, iniciarse en el canto o conformar una orquesta reconocida hoy a nivel nacional. Es, sobre todo, una oportunidad que se les brinda a los niños y jóvenes que participan en él, de crecer, de trabajar en equipo y de ver un presente más prometedor y un mañana mucho mejor para ellos y su entorno.
Igual sucede con el ensamble ‘Ciudad de Cali’ de los centros musicales Compaz y Vozes, que desde el año 2017 hace parte del programa ‘Sonidos de esperanza’, patrocinado por el Ministerio de Cultura. Gracias a él, en las empinadas calles de Siloé ahora es más frecuente escuchar los sonidos de obras corales y musicales que los de las balas.
Como los de Cali, la Fundación Batuta apoya a 171 centros musicales en 97 municipios de 32 departamentos de Colombia. Son 22.648 niños y jóvenes beneficiados, entre ellos 660 en condición de discapacidad de los estratos 1 y 2, de los cuales el 69 % está en estado de vulnerabilidad o de pobreza extrema. A la mayoría de ellos, la música los ha salvado de las garras de la delincuencia, del crimen y de la violencia y a muchos les ha brindado la posibilidad de tener un futuro promisorio alejado de las economías ilegales.
Por todas esas razones, hay que pedirles a la Nación, pero también a la empresa privada y a la sociedad en general, que se hagan todos los esfuerzos para permitir que la Fundación Batuta siga recibiendo el apoyo económico que necesita para darle continuidad a sus programas y para ampliar aún más su alcance en el territorio nacional.
En la cultura, y en este caso en la música, está la esperanza de miles de niños y jóvenes colombianos, desde Nariño hasta el Chocó, del Amazonas a la Guajira, en el oriente y el centro del país. ¡Que Batuta siga sonando!