Un día. Ese fue el tiempo que pasó entre el anuncio del Gobierno Nacional y las disidencias de las Farc comandadas por ‘Iván Mordisco’ sobre la instalación de la mesa de diálogos por la paz, prevista para el próximo 8 de octubre, y el ataque vil a Timba, Cauca, que dejó dos personas muertas y cinco heridas. Una forma mezquina de demostrar su voluntad de ponerle fin al conflicto, que debería tener como condición primera dejar a la población por fuera de la guerra.
Ayer, a las 7:10 a.m., un carro bomba fue activado frente a la subestación de Policía de ese corregimiento, en el municipio de Buenos Aires, al norte del Cauca y en límites con el Valle. Además de la sede de la Fuerza Pública, el hospital, la escuela y varias viviendas cercanas resultaron destruidas. Una maestra que llegaba a su lugar de trabajo y un habitante de Jamundí que se desplazaba en su moto fueron las víctimas fatales de ese ataque aleve.
No fue una acción en solitario de la organización armada ilegal que opera en la región, se disputa el manejo del narcotráfico y pretende someter a la población a través del terror y la zozobra. A la misma hora un cilindro bomba apareció bajo un puente en la vía Panamericana, a la altura de Santander de Quilichao y junto a una pancarta alusiva a esas disidencias.
Otro carro cargado con explosivos se pretendió dejar frente a la estación de Policía de ese Municipio, pero gracias a la acción de los uniformados fue activado en una zona despoblada, con lo cual se evitó otra tragedia. Mientras tanto, la base militar Los Pinos, ubicada en Suárez y cerca del embalse de Salvajina, fue atacada con cilindros bomba lanzados desde una camioneta, sin que causaron heridos o daños materiales.
Lo que las disidencias bajo el mando de alias Iván Mordisco pretendían era causar, sin duda, un día de terror en el norte del Cauca, propósito que solo consiguieron de manera parcial gracias a la reacción de la Fuerza Pública. Timba se llevó la peor parte de esa guerra escabrosa, que nada tiene que ver con luchas sociales ni mucho menos ideológicas, como pretenden hacerla pasar sus autores, y sí todo con el negocio de las drogas ilícitas, del que se lucran.
Por ello es difícil creer en la intención honesta de esa organización criminal de entablar unos diálogos que conduzcan a ponerle fin al conflicto o por lo menos a alcanzar unos acuerdos en el marco de la paz total en la que insiste el gobierno del presidente Gustavo Petro. Es evidente el ensañamiento con el Cauca, que afecta por igual al Valle del Cauca y se extiende por el suroccidente colombiano.
Las soluciones para lo que ocurre en esta parte del país no se encontrarán en los consejos de seguridad que se repiten cada vez que ocurre una barbarie. Tampoco se lograrán abriendo de par en par las puertas de los diálogos a las organizaciones violentas sin ponerles condiciones ni hacerles exigencias, incluida la de dejar por fuera de sus ataques a la población civil. Los ataques de ayer son la muestra fehaciente de que no existe una verdadera voluntad de grupos criminales como las disidencias de las Farc, de alcanzar la paz que tanto anhelan los colombianos.