En la palestra pública se encuentran tres vallecaucanas, ‘dando de qué hablar’. Son noticia y sus actitudes, sus palabras, su comportamiento merecen toda clase de comentarios. Pero aun cuando tienen en común ser vallecaucanas, su ámbito de desempeño es completamente diferente. No se pisan las mangueras, cada cual en su espacio. Además de respirar y exhalar vallecaucanidad, tienen en común la fiereza de su carácter, el criterio con que asumen su posición donde sea que les corresponda estar. No se arrugan. ¿Esta conducta será acaso parte del ADN vallecaucano? ¿Lo dará la tierra, la brisa de las 5:00 de la tarde, el olor de la caña?

Todo lo que hacen no merece aplauso. No hay que olvidar que cuando nos critican, el que juzga tiene una opinión, la suya, pero yo que recibo la crítica, tengo la realidad, la mía. Como quien dice que una opinión no fabrica realidad. Hay una, en especial, que marca tendencia, construyendo diferencia. Salirse del rebaño para ser individuo es valiosísimo. En especial porque con su actitud cimenta (mi tema favorito) salud emocional.

El tejido social se configura con hilos de distintos grosores, pero cada hilo que ayude a mejorar el entorno es meritorio. Margarita Rosa De Francisco ha repetido que su ideología es progresista: “si estamos defendiendo la causa progresista, las criticas al administrador de turno serán siempre necesarias, pero no la descalificación de todo un proyecto que existe como documento programático concreto, forjado por técnicos, economistas, expertos en salud, líderes sociales y miembros de la sociedad civil que, por cuenta de ‘los pecados de Petro’ no puede ser tirado a la basura. (…) Para cualquier gobierno de corte progresista construir (…) y limpiar será una hazaña que dure generaciones”.

Claro, recibe todo el palo del mundo, pero su forma de responder, la decencia de su argumentación sin enlodar, sin insultar, sin desacreditar, es admirable y ojalá se volviera tendencia en la política colombiana.

Argumentó con Daniel Samper y con Vicky Dávila y no hubo ningún insulto, ninguna descalificación personal, a pesar de la distancia de sus criterios. Por el contrario, las otras dos vallecaucanas, Vicky y María Fernanda Cabal, pareciera que hurgaran en las alcantarillas y sus argumentos denigrando del opositor o contrario producen desasosiego. Es como si la salud emocional de Colombia importará un higo, porque lo importante es ganar enlodando al contrincante. Las ideas pasan a segundo plano y los ataques viscerales están a la orden del día.

Aunque las tres son ‘públicas’ admiré la actitud de Margarita Rosa porque no se dejó (ni se deja) enganchar. No sucede lo mismo con las otras dos. El Valle hace varios años, lideró a nivel nacional proyectos de género buscando equidad para abolir las desigualdades entre hombres y mujeres. La idea no es igualarse por lo bajo, en lo denigrante masculino (ira, lenguaje soez, violencia, agresividad, intimidación) sino construir diferencia pensando en el bien común.

Las tres podrían liderar, como vallecaucanas, una forma diferente de hacer política argumentando, no denigrando. La energía femenina de decencia y respeto podría contagiarse. Las tres vallecaucanas que brillan podrían halonar ese cambio. Una ya empezó ¿las otras dos podrían copiarlo? ¿Es demasiada utopía que la decencia se vuelva tendencia?