“Iniciamos la Semana Santa, tiempo favorable para la oración y la reflexión. Son muchos los temas que invitan hoy al país a detenernos y profundizar sobre el aporte que debe dar cada quien, en el camino hacia una sociedad en la que se aseguren todos los valores humanos de la vida, la dignidad y la fraternidad”.

Así empieza el mensaje que los obispos de Colombia le enviaron a la Nación con motivo de la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Unas palabras muy dicientes, en el sentido de que llaman la atención sobre una realidad contundente: la pacificación y el bienestar colectivo no son responsabilidad de los gobernantes, de las autoridades, de los mayores, de los otros, de los demás.

No, lograr conformar una sociedad respetuosa, solidaria, tranquila, igualitaria, no es una obligación que se le pueda imponer, exigir o esperar que lo proporcione un grupo social o político determinado. Debería ser, en cambio, el mayor propósito de cada persona nacida en el territorio nacional y de quien por cualquier circunstancia lo habite.

Ese es el postulado que el cristianismo hoy pretende expandir por el mundo: “Amaos unos a otros”, y es la máxima que el Papa Francisco, cansado en su cuerpo, pero iluminado en su mente, implora que practiquen todos los hombres y mujeres de buena voluntad, más allá del credo que profesen o de que no pertenezcan a ninguna religión.

Así lo dejó en claro en el emotivo mensaje que les envió a los migrantes que atraviesan la inhóspita selva del Darién, en su camino hacia Estados Unidos a través de Colombia y Panamá, a quienes pidió no olvidar nunca “su dignidad humana”.

“No tengan miedo de mirar a los demás a los ojos, porque no son un descarte, sino que también forman parte de la familia humana y de la familia de los hijos de Dios”, les dijo el Pontífice, que no se cansa de invitar a todos y a cada uno a poner la vida y el bienestar común por encima de las diferencias económicas, sociales, políticas, culturales, geográficas o de cualquier otra índole.

De ahí que no cesen sus llamados a parar las guerras en Ucrania, en Gaza y en todos los rincones del mundo donde los intereses de unos pocos se imponen sobre pueblos enteros, sometiéndolos a la violencia, al destierro y a la angustia que implica no tener la certeza de un mañana.

Como tampoco deja de clamar, al igual que los obispos del país, para que en Colombia “los desafíos que surgen, una y otra vez, como resultado de la fuerza de la violencia que tiende a escalar, merezcan todo el rechazo de la sociedad en su conjunto y la toma de medidas necesarias para garantizar la convivencia y los derechos humanos personales y comunitarios”.

Es por ello que los prelados católicos terminan su mensaje invitando a poner en práctica una reconocida máxima del discurso conciliador de Francisco, quien permanentemente llama a recurrir sin cansancio a la “la fuerza mansa del diálogo” y dicen que ese es el reto como sociedad: “centrar la palabra, como la mejor y más poderosa herramienta para superar los conflictos sociales, políticos, comunitarios y familiares”.