Héctor Fabio Fernández O., Delegado Arzobispal de Comunicaciones Arquidiócesis de Cali
Todas las religiones han propiciado un lugar, un espacio para celebrar y expresar su culto a su divinidad, porque esos espacios tienen una especial significación del Dios que se trate. Así como para los judíos el Templo de Jerusalén era el sitio por excelencia de la presencia de Dios y así en todas las confesiones religiosas.
Pero, y aquí es donde está la lección del evangelio de hoy, Jesús rompe con todo esto, “La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” no vive únicamente entre unos muros de piedra, sino que se hace presente en cada persona que es capaz de reconocerlo como Dios.
Por eso, en el diálogo que hemos escuchado, los judíos no entienden nada, porque Él les está hablando del Templo de su cuerpo y ellos creen que les está hablando del Templo de piedra, cuando no entendían que hacía referencia a la resurrección.
El ver la reacción por parte de Jesús como expulsaba a los vendedores del templo, puede generar desconcierto, en cuanto que no es la manera de reaccionar de Él, pero lo que desea manifestar es el respeto y el decoro del Templo como lugar de encuentro en donde cabemos todos, ricos y pobres, el que observa la ley y el pecador.
Que en ese lugar, a través de la oración y las diversas celebraciones, sea el inicio de un camino de conversión. Lo novedoso del cristiano es comprender que también pasamos a ser templos vivos por la presencia de Cristo en medio del mundo, porque llevamos su presencia a todas partes.
Eso nos hace comprender que tenemos una vocación específica en el mundo, una misión a la cual somos enviados después las celebraciones litúrgicas, es poder salir al encuentro del otro y así compartir la alegría del Evangelio, en especial con el necesitado, el enfermo, con quien está alejado y con los que nos rodean.
De nada serviría tener unas celebraciones muy solemnes en nuestros templos y no seamos capaces de poner en práctica lo que celebramos.