Con la avalancha y la magnitud de las noticias que llegan desde Medellín, resulta imposible dejar de pensar en lo que está pasando en Antioquia. Y, al menos para mí, también resulta casi un acto reflejo hacer un pequeño ejercicio de comparación sobre cómo estamos hoy en el Valle del Cauca.
Desde los años en los que me formaba como economista en los salones de la UAO, tenía en mi mente la idea de que los paisas habían construido un estilo de liderazgo único, audaz, enfocado en resultados y basado en la idea del bienestar colectivo de toda la sociedad antioqueña.
Después, como editor económico de este diario, tuve la oportunidad de entrevistar a personas como Nicanor Restrepo o David Bojanini, líderes a los que por años les pusieron ‘tapete rojo’ de bienvenida en diversas empresas y entidades vallecaucanas.
Y en muchos momentos en los que mi ciudad se convirtió en un lugar sin esperanza, llegué a sentir envidia por esa ‘conexión’ que los paisas habían forjado para sacar adelante propósitos comunes.
Pero todo eso se me ha venido al piso. ¿A dónde fue a parar ese liderazgo brillante de los antioqueños? Alguien me dirá (y con justa razón), que en el Valle no estamos en una posición muy adecuada para hacer ese tipo de interrogantes. Pero eso no invalida la pregunta. ¿Qué les pasó a los paisas?
Por un lado, el divorcio entre EPM y el Grupo Empresarial Antioqueño, GEA, a raíz de los entuertos de Hidroituango, dinamitó la más poderosa alianza que existía en este país entre lo público y lo privado.
Por otro lado, la politiquería rampante del alcalde Daniel Quintero -un hombre que como su similar de Cali, Jorge Iván Ospina, no tiene pudor alguno en exhibir sus apetitos de poder-, tiene hoy a EPM enfrentada con la Alcaldía. Y a esta con el Concejo, en un conflicto en el que insultos como “lavaperros” y “fachos”, entre otros, están a la orden del día. Medellín hundida en la desconfianza y la polarización.
Y, como si todo eso fuera poco, el proceso empresarial que concluyó hace menos de 48 horas con la escisión del todopoderoso GEA dejó en el camino grandes dudas, aún no resueltas, sobre hasta dónde ese liderazgo que tanto promovían se orientaba realmente hacia el bienestar colectivo.
Tales dudas son las que tienen muchos pequeños accionistas de ese conglomerado, quienes después de que salieran a la luz pública tantos cuestionamientos sobre los manejos, las decisiones y los privilegios de los líderes del GEA, se sienten hoy un poco ‘tumbados’.
No se trata de posar de jueces -porque, repito, aquí no estamos en una mejor posición-, pero creo que sí vale la pena reflexionar sobre una lección que nos deja el panorama paisa: es muy fácil perder el camino. La soberbia, la ambición, la acumulación de privilegios pueden desconectarnos de la realidad.
Aquí nos pasó. Hace dos años, por cuenta de un estallido social que derivó casi en una pequeña guerra civil, Cali y el Valle del Cauca tocaron fondo en una espiral de violencia que nos costó muchas vidas y enormes pérdidas económicas. La indiferencia fue nuestro gran pecado. La casa estaba ardiendo desde tiempo atrás, pero nadie se quiso dar por enterado.
Sin embargo, ese trauma también reavivó la llama del liderazgo regional. Y a diferencia de lo que ocurre hoy en Antioquia, nuestra clase dirigente recordó que la única manera de gestar desarrollo económico y social sostenible es comprometerse a trabajar unidos, especialmente por los que menos tienen.
Aún tenemos muchas tareas pendientes, especialmente la de enderezar el manejo de lo público en Cali en las próximas elecciones, pero da tranquilidad y confianza saber que vamos por un camino distinto al de nuestros amigos paisas. Que Dios nos ayude. Y también a ellos.