Para obtener 3497 aletas de tiburón se tienen que sacrificar 1000 de ellos, lo que significa producir una verdadera tragedia ecológica.

Esa fue la cantidad incautada en el aeropuerto El Dorado de Bogotá, camuflada entre vejigas de pescado y que según las autoridades salió por vía terrestre desde Roldanillo y con destino final en Hong Kong, China.

Si bien hay que reconocer la labor de las autoridades aduaneras al decomisar ese cargamento, lo sucedido genera inquietudes y deja muchas preguntas por responder.

La más importante es saber de dónde salieron esos millares de aletas, si se obtuvieron en el Pacífico colombiano y si en ese tráfico están involucrados los barcos pesqueros que llegan desde cualquier lugar del mundo a aguas de nuestro país aprovechando la dificultad para ejercer la vigilancia.

Se tiene sospecha de que el Santuario de Fauna y Flora de Malpelo, patrimonio natural de la humanidad y que hace parte del Valle del Cauca, es el epicentro de esa matazón de tiburones.

Pese a los esfuerzos de la Armada Nacional, patrullar esos 2,6 millones de hectáreas marítimas con una de las mayores riquezas ecológicas del planeta, es casi imposible.

Lo sucedido no se puede ignorar; en Colombia es ilegal la pesca de tiburones con fines de comercialización, por lo que las responsabilidades se deben determinar y las sanciones deben aplicarse.

Los recursos naturales de Colombia debe ser protegidos como una de sus mayores riquezas.