Cada día será más abundante este diccionario. Recuerdo en Estados Unidos las librerías con obras diversas con las frases y términos para entender al segundo Bush, aquel que sobrevoló las fronteras de su país, solo cuando fue presidente. Su mundo hasta ese momento eran Texas y el oeste americano. Sus errores e imprudencias eran más populares que las frases coherentes sobre su gestión de gobierno. Por eso muchos escritores se solazaban en su personalidad liviana y pescaban con divertimento cantidades de perlas.
En Colombia, un presidente que rompió el molde fue Turbay. Lo cierto es que los cuentos sobre su supuesta incultura pretendían tapar la sagacidad y el pragmatismo de un hombre que con méritos llegó a la Presidencia del país, haciendo una carrera desde la base de los directorios municipales. Seguramente no leyó mucho, pero enseñó bastante. Los demás presidentes han tenido en términos generales una línea, llamémosla previsible para el cargo. Independientemente de su filosofía política e incluso de su origen social, los mandatarios han sido de fácil lectura para sus gobernados.
En medio del encierro y la zozobra de la pandemia y después los bloqueos, la ansiedad por el cambio se hizo presente en todos, pero especialmente en los jóvenes. ¿Cuánto voy a vivir? ¿Vale la pena vivir como vivimos? ¿Debo regresar a la universidad o con la virtualidad no vale la pena? Disminuyeron las ofertas laborales y el ingreso familiar se impactó, la angustia se hizo presente, ¿cómo salir?, ¿cómo cambiar? En la angustia por ese cambio, se requería alguien atípico que encarnara la diferencia. En la puerta estaba Petro y con inmensa habilidad política y cuestionable manejo de redes, fue sacando del escenario a sus contrincantes. Al final, un desconocido constructor de Santander, enfocado solo en la lucha contra la corrupción y con mínimo contacto con el electorado, fue su rival al cual venció.
En esa campaña nos íbamos dando cuenta que estábamos eligiendo entre dos riesgos enormes y especialmente entre dos desconocidos en su personalidad. Así lo ha demostrado Rodolfo Hernández en los pasos posteriores a su derrota, a su comportamiento con su fórmula vicepresidencial, con sus seguidores. Hoy lo tengo en la cloaca.
Ganó el otro, Petro, cuya personalidad era un misterio, como su ‘liderazgo’ en la Alcaldía de Bogotá, donde no consolidó un buen equipo y convirtió en desecho a grandes amigos. Este presidente requiere un diccionario para poder entenderlo. Intentémoslo imaginándolo en la voz de él mismo:
Consenso: Acuerdo colectivo de fuerzas y personas para que hagan lo que yo pienso.
Diálogo social: Conversación con diferentes comunidades en las que yo ya sé lo que ellos quieren, por eso basta con que me escuchen lo que pienso de ellos y de sus necesidades.
Cambio: Es la más profunda transformación de la sociedad. Algunos piensan que la reversa también es un cambio. A mí eso no me afecta, basta que reconozcan que soy motor de un cambio.
Balcón: Me recuerda el baño en mi adolescencia. Es aquel lugar donde el mundo adquiere una luz especial, allí caben todos los pensamientos y las palabras, sin tiempo ni responsabilidad.
Fuerzas Armadas: Mis contradictoras de siempre. No me generan confianza. Siento más cercanas a las guardias indígenas, campesinas o cimarronas.
Transición Energética: Cambio en la vocación de exploración de recursos fósiles en Colombia. Mi bandera política es que debe ser ya. La bandera de los ministros que piensan con responsabilidad es que es un propósito de largo plazo. ¡Allá ellos!
Francia: País lejano al cual quiero tener cerca. Si es en Colombia, fórmula femenina cercana a quien quiero tener lejos.
Nosotros: ¡Yo!