El viernes santo de 1990, durante la homilía, el padre Tiberio Fernández pronunció unas palabras que fueron premonitorias: “Si mi sangre contribuye a que en Trujillo amanezca y florezca la paz que tanto estamos necesitando, con gusto la derramaré”.
Tres días más tarde, un grupo de paramilitares interceptó el vehículo en el que se movilizaba junto a tres personas más, y cinco días después, su cuerpo mutilado y decapitado fue encontrado flotando en el río Cauca, en jurisdicción del municipio de Roldanillo. Sus acompañantes aún permanecen desaparecidos.
En febrero de 1985, el padre Tiberio había arribado a Trujillo y se convirtió no solo en el guía espiritual de los habitantes de la región, sino en un hombre con un fuerte liderazgo que lo llevó a promover la creación de más de 30 empresas comunitarias y microempresas familiares como panaderías y carpinterías, entre otras.
En la parte alta del Parque Monumento, ubicado en las montañas que bordean la localidad, donde se conmemora el asesinato y la desaparición de cerca de 235 víctimas en el municipio entre 1986 y 1992, se encuentra un mausoleo con la tumba del padre Tiberio.
Una de las personas que más conoció al sacerdote fue su sobrina Gladys Fernández, quien rememora a su tío. “Fue mi maestro, mi amigo, mi cómplice, fue realmente mi orientador desde muy niña. Yo digo que lo que soy hoy se lo debo a mi tío”.
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“Él fue un guía que, además, me estímulo a ser sensible frente a las problemáticas sociales. Sin embargo, el ejemplo que él me dejó, sobre todo, fue el de su liderazgo y compromiso con las comunidades campesinas y más necesitadas. Eso es lo que yo más llevo en mi corazón”.
Al conmemorarse los 30 años de su muerte, el pasado 17 de abril, Gladys, quien no vive de rencores, destaca las cualidades del religioso: “Recuerdo a un sacerdote que se hizo con las uñas, una persona consecuente, con errores y aciertos, como todo ser humano, pero ante todo mi tío fue un ser humano comprometido con lo que él creía que podía transmitir desde su ejercicio sacerdotal, un trabajo más allá de lo puramente religioso”.
También resalta las destrezas gastronómicas del padre. “Él llegaba a La Vigorosa, a la casa de mi mamá o a la casa de mis tías a tomarse lo que llamamos la merienda de chocolatico y arepita, y nos hacía reír mucho con sus cuentos y chistes. Además, era muy buen cocinero, sobre todo preparaba muy bien el sancocho y los fríjoles. Me acuerdo que con mi mamá preparaban unos hojaldres deliciosos”.
No siempre lo rememora con melancolía. Por estos días de aniversario, dice que lo recuerda con mucha alegría “porque su memoria está presente en todo, en las reuniones, en los discursos y en su oratoria”, porque si algo lo caracterizaba era la capacidad para dirigirse al público. Recuerda que durante el sermón de las siete palabras, la iglesia estaba a reventar porque todos lo querían escuchar.
El padre Tiberio denunció la violencia contra la población civil, provocada por la alianza entre narcotrafican- tes, agentes locales y regionales y la fuerza pública.
“Días antes de su muerte, luego de regresar de Roma, lo notaba un poco extraño. Él era muy reservado y no le contaba a su familia lo que estaba viviendo por las amenazas que recibía. Cuando él llegó al pueblo, luego de su escala en Bogotá, donde me entregó unos detalles que todavía conservo, lo recibieron como a un héroe, con una caravana desde el aeropuerto de Cali hasta Trujillo”, asegura Gladys.
Dice que cuando se supo de su desaparición, guardaba la esperanza de que apareciera con vida. “Nunca imaginé que lo fueran a matar y menos con la sevicia y crueldad con que lo asesinaron, fue un horror”.
Por su parte, Gerardo Fernández, hermano de Gladys y también sobrino del sacerdote, refiere el legado de su tío. “Indudablemente lo que resalto es el compromiso de él para con los trujillenses; la apropiación que él hizo a través de su labor evangélica y de su capacidad humana de relacionarse y de identificarse con las necesidades, con el dolor, con el sufrimiento y con la marginalidad de la gente pobre de este territorio”.
“Él era un personaje que a nivel eclesial daba la impresión de ser muy conservador, muy ortodoxo, y resulta que no: era todo lo contrario, era un ser de vanguardia, de alegría, de libertad y de flexibilidad, porque entendía que el reino de Dios es de gente alegre, comprometida, pero alegre”, agrega Gerardo.
Otra persona que fue cercana al sacerdote es María Ludivia Vanegas, catequista y, en la actualidad, vicepresidenta de la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo (Afavit).
“El padre Tiberio era una persona extremadamente sensible frente a los problemas de los trujillenses y, particularmente, de los campesinos. Extraño también mucho su buen humor y los chistes que echaba cuando se acercaba a ayudarles a las señoras que vendían empanadas en el pueblo”.
Cuenta María Ludivia que tiene un oratorio con un grupo de amigas, donde rezan el rosario en memoria del padre.
“A pesar de que ya son 30 años de su ausencia, nosotros creemos que él está presente entre nosotros. Constantemente subimos a su mausoleo a llorarlo; aún nos duele su muerte”, afirma.
Ley de víctimas
Sobre la Ley 1448 o Ley de Víctimas, Gladys Fernández, sobrina del padre Tiberio Fernández, dice que es “lo más positivo que le ha podido suceder al país y a todas las víctimas porque fuimos reconocidas ya que anteriormente éramos unos seres anónimos”, y agrega que “es una obligación del Congreso y del Gobierno su prórroga porque es un instrumento muy importante para dignificar a quienes sufrimos los rigores de la