Lugares comunes, riñas y poca creatividad abundan en la precampaña electoral en Cali y el Valle. A poco más de seis meses de las elecciones de octubre nos debemos preguntar si los actuales candidatos (as) a alcaldías y gobernación darían la talla de cara al reto de gobernar.

Pasan los días y resulta escaso encontrar en el ramillete de candidatos ideas técnicamente robustas y pertinentes frente a los vacíos en gobernabilidad que padece la administración pública y que proyecten a nuestra región como una de clase mundial.

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Sonará cliché, pero tenemos todo para serlo. En el caso de Cali, cuál de todos los actuales precandidatos ha comprendido el significado de la especialidad, a propósito de ser reconocidos por la ley desde 2018 como un Distrito Especial. ¿Comprenden qué significa que nuestra capital tenga los apellidos Deportivo, Cultural, Turístico, Empresarial y de Servicios?, ¿un epíteto más?, ¿un arreglo burocrático pendiente por resolver en dos gobiernos?, o tal vez la oportunidad de aprovechar y potencializar nuestros recursos endógenos, tejiendo alianzas por fuera de nuestros límites geográficos, impulsando actividades de diversificación productiva y la generación de nuevas empresas.

Y por los lados del Valle del Cauca, territorio eje de los 178 municipios y 4 departamentos de la región Pacífico: quién nos habla acerca de potenciar dinámicas subregionales: escalar iniciativas de clúster y encadenamientos productivos que apoyen actividades económicas con vocación exportadora o que incentiven las ventas de los productos o servicios en otros territorios del país y del mundo. ¿Seguiremos bajo la mínima de administrar pobreza, o buscaremos la máxima de gestionar riqueza?

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Como para tantos la política y el populismo van de la mano, ¿cuál de todos superará el debate entre asistencialismo y la efectiva materialización de políticas sociales? Entre los más visibles, no es posible leer con claridad narrativas que comprendan que garantizar seguridad y convivencia, la inversión social y el fomento productivo, son complementarios y deben abordarse de manera integral.

Que las inversiones en salud, educación y vivienda, entre otras, son inversiones para el desarrollo y que, de hacerse con eficiencia y transparencia, tendrán un efectivo impacto en la cualificación del recurso humano y en la generación de nuevas fuentes de empleo e ingresos para los más pobres. Por desgracia, una parte de nuestra dirigencia persiste en el error de creer que hay que atender primero la inversión social y luego la inversión en fomento productivo, cuando en realidad son ofertas paralelas y no demandas excluyentes.

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En lugar de reñir por nimiedades políticas, o jugar a atraer votos con la corriente de la polarización, cuáles están ocupados en fortalecer las instancias de diálogo público-privado, en buscar acuerdos estratégicos en relación con los bienes ambientales y el desarrollo sostenible, en hacer propicio el clima de inversión, el diálogo, la colaboración y el intercambio de información y conocimientos entre líderes, organizaciones e instituciones.

Más allá de su nicho electoral, ¿alguno se propone juntar esfuerzos entre los municipios y departamentos para enfrentar desafíos comunes? Con la inscripción definitiva de candidatos a partir de julio, ojalá se devele el camino de una política electoral apuntalada por líderes de verdad, con visión de progreso, transformación y que se sueñen un territorio equitativo, productivo y competitivo enfilado a integrarse con el mundo.