El 27 de febrero de 1980, cuando Julio César Turbay era presidente de Colombia, 16 guerrilleros del M-19 al mando del Comandante Uno se tomaron la Embajada de República Dominicana en Bogotá y retuvieron a quince diplomáticos. Al cabo de 61 días, y tras una negociación que se convirtió en modelo mundial, secuestrados y secuestradores fueron llevados a Cuba.

Cuatro décadas después, Rosemberg Pabón, el docente, reposa en la humanidad de quien obedeciera con idolotría las ‘orientaciones’ de Jaime Bateman Cayón. Solo que ahora su subversión es contra la violencia y contra la política que ataca y agrede.

“Me gané el respeto y el cariño de Álvaro Uribe”, le dijo a El País quien también reconoce que Gustavo Petro ha llevado a lo alto la posta del M-19, al ganar más de ocho millones de votos en las últimas elecciones presidenciales.

¿Cómo fue que usted llegó a liderar la toma de la embajada?

Yo estaba en un operativo en Antioquia y Jaime (Bateman), que era como el hermano mayor de nosotros, me dijo: ‘vamos a liberar a nuestros presos políticos, pero no solo a los del M, sino a todos’. Le dije que para mí era un honor que me metieran en ese grupo y él me contestó: ‘es que usted lo va a dirigir’. Dije: ‘me da miedo, de pronto no cumplo’. Y él dijo: ‘todos cumplimos, la fe mueve montañas’, y me desarmó. No me puede despedir de mi mujer, así que le dije a un sobrino: ‘si algo grande pasa la próxima semana, escóndeme a mi mujer a mi niña’, y así lo hizo cuando oyó semejante estruendón.

¿Y qué es lo que más recuerda de ese episodio, 40 años después?

Una cosa linda es que cuando íbamos saliendo, tras 61 días de estar metidos en la Embajada, los soldados nos hacían la V de la victoria. Era hermoso, pero contradictorio, porque estábamos en el bando contrario, pero también lo vimos en la calle: pañuelos blancos y la bandera tricolor, y dijimos: de verdad vale la pena luchar por Colombia.

De poder repetir lo vivido, ¿volviera a entrar a la embajada?

No, muy verraco. Siempre pensé que no iba a salir vivo. Cuando empezamos a dialogar, me di cuenta que la cosa era muy difícil, pero teníamos un arma muy importante: era una idea utópica, que se podía realizar. Bateman era el creador de todas las locuras, él pensaba y nos llamaba para que las hiciéramos y nosotros nos sentíamos contentos: (Álvaro) Fayad, (Carlos) Pizarro e Iván Marino (Ospina), que era mi maestro.

¿Qué queda del Comandante Uno?

Una persona más cuajada, con más experiencia y más tranquila, envejecido, tal vez, pero con mucho ánimo. Soy profesor de economía solidaria y le enseñó a los pelados que hagan emprendimiento, que se unan.

¿Y qué fue lo mejor y lo peor de él?

Todo el grupo M aprendimos a no hacerle daño a la gente, a pesar de que eran operaciones militares difíciles, intentamos hacer muy buena inteligencia para evitar que cayera gente. De mis compañeros, mis hermanos, aprendí que la plata era sagrada. Si íbamos a un operativo donde cogíamos mucha plata, sabíamos que ningún centavo era nuestro. Por ejemplo, en la embajada un señor Víctor Sasson me entregó un millón de dólares y Bateman me había dicho antes que si recibíamos algo, se lo diera a quien me dijera 'tus ojos son verdes', y yo la entregué con convicción. Eso le daba mucho respeto y legitimidad al que fuera jefe y lo hacíamos todos, no solo Rosemberg. Teníamos la película clara.

Una anécdota con Bateman...

Cuando estaba en la cárcel, nos mandó una orientación: ‘hay que votar por López’. No entendimos, pero había que hacerlo. Y cuando Belisario nos dio la amnistía, Bateman dijo una locura: ‘que dé el siguiente paso’, porque la amnistía no es la paz, que haga reformas sociales y nos ponemos la bandera azul y nos vamos por todo el país’. Nosotros decíamos: cómo así que nos vamos a volver goditos. Quiero decir que era una mente lúcida, tranquila, amplia, flexible. Bateman no tenía dogmas, una cosa es tener principios y otra es ser dogmático y fundamentalista, él no lo era.

¿Qué pasó con el partido del M-19?

Se partió. Yo creo que nos equivocamos todos los que estábamos en la dirección cuando la Constituyente, que fue tan grande que nos hizo perder el horizonte. La Constituyente era como parir cinco niños, nos dejó débiles, siendo una cosa tan grande, nos debilitó.

¿Y qué diferencia encuentra entre la Alianza Democrática M-19 y el partido Farc?

No me ponga a comparar con los compañeros, que yo no quiero pelear con nadie. Yo aprendí unas tesis de no violencia, ahora leo con mucho cariño y respeto y profundidad a Marshall Rosenberg y Johan Galtung, que dice: ‘no hay que solucionar los conflictos ni resolverlos, sino trascender los conflictos’.

Se lo pregunto porque, como ustedes, ellos también se quedaron con el nombre de la antigua guerrilla…

No queríamos eso, queríamos hacer un partido del tamaño de nuestros sueños, que son los sueños de todos los colombianos. La mejor definición del M la dijo López Michelsen: ‘es una razón social, es el inconformismo que llevamos todos en el corazón’. Y dijimos: ‘este la tiene más clara que nosotros’. Aprendimos incluso que no teníamos oposición, que el viejo López nos quería y que Carlos Andrés Pérez, de Venezuela, nos cuidaba, aunque era del otro lado.

A propósito, ¿qué recomendación les daría a los exfarc?

No les recomiendo nada porque son gente que respeto profundamente, han estado 50 años en la guerra con ideas y propuestas. Otra cosa es que uno no coincida con ellos en algunas, pero yo me crié en la Juventud Comunista y tenía profundo respeto por Marulanda y Jacobo. Solo recomiendo: ustedes, tranquilamente, analicen con mucha libertad y flexibilidad y no les dé miedo equivocarse ni redireccionar el rumbo, corrijan cuando sientan que se equivocan.

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¿Cómo se llegó a la Asamblea Constituyente?

Hoy yo veo el sancocho nacional que planteaba Bateman. Eso fue la Constituyente: éramos diversos, el uno podía la yuca; otro la papa, y todos le echábamos leña y fuego para que ese sancocho hirviera. Ese era el pensamiento de él, la Constitución del 91. En los 106 años de historia bipartidista hubo 57 guerras entre liberales y conservadores. Aunque mucho historiador de izquierda dice que había un contubernio, primero hubo 45 años de hegemonía conservadora y luego 16 años de la Revolución en Marcha roja, o sea 60 años de gobiernos sectarios, duros y solo un gran acuerdo, el de Benidorm, planteó una paz bipartidista que hasta ahora se ha cumplido, y la gente no rescata eso. ¿En 57 guerras cuántos muertos hubo de lado y lado? Y ahí no había Farc ni elenos, solo azules y rojos. Pero de ese acuerdo queda la carrera administrativa: nos enseñaron que el Estado había que administrarlo con seriedad, porque antes cada Presidente llevaba su gente y no había memoria histórica. O sea que la República nuestra es reciente.

¿Y qué recuerda de las deliberaciones?

Que estaban todos los colores. Ahí se muestra el país: estaban los indígenas, que nunca sonaban; los comunistas, que no se aceptaban, pero Aída Avella estuvo ahí y la UP llevó a Alfredo Vásquez Carrizosa, que siendo un viejo conservador, de la derecha, era el más respetado en la libertad de los presos políticos y en la defensa de los Derechos Humanos. También vi a Palacio Ruda, un liberal hiperlúcido que había sido ministro de Hacienda, y un hombre de cavernas, Lemos Simmonds. Yo estaba con Pastrana, que había sido presidente y ahora era minoría, y otro godo, pero agradable y muy inteligente, Rodrigo Lloreda. Él me decía: ‘usted es utopista, romántico por naturaleza’, y yo le decía ‘usted es azul de metileno, pero es demócrata’. Ya en la lista nuestra estaba Álvaro Leyva, que ha defendido siempre a las Farc, otro liberal que había sido ministro, una poetisa y un sabio sociólogo, (Orlando) Fals Borda. Nosotros metimos 19, pero los 19 no eran M.

Desde los diálogos en La Habana se ha hablado de la conveniencia de otra constituyente, ¿qué opina?

Todo depende de las fuerzas. La política es como el billar, a usted le toca tacar y si hace carambola, sigue; el que tiene relativas mayorías quiere cambiar para bien de sus intereses. Lo importante no es si hay constituyente, si no si profundizamos la Constitución y la hacemos más democrática, para que no nos volvamos a armar, yo no quiero ver más jóvenes en la guerrilla de ningún lado, de ningún color. Eso lo tengo claro.

Cambiando de tema, ¿se arrepiente de haber renunciado a la Alcaldía de Yumbo para aspirar a la de Cali?

La gente piensa que fui buen alcalde porque fui guerrillero. No, primero estudié ciencia política en Los Andes, que es el arte de gobernar bien...en la Alcaldía salimos adelante porque tenía un equipo de hombres y mujeres de primera línea. Sí, nos equivocamos habiendo renunciado. Es que cuando estábamos en la guerra Pizarro a veces se sentía Bolívar, y entonces uno decía yo soy como Sucre o como Córdoba, y también en la política uno sueña, pero a veces se le van las luces y se equivoca.

¿Es cierto que se volvió uribista?

La paz se hace con el enemigo, con el que uno se mata. Y una vez se firma, pues ya no es enemigo. Cuando creamos la Casa de la Paz en Bogotá fue Turbay Ayala y dijo: ‘la oligarquía no quiere que venga a hablar con ustedes y mi familia está molesta, pero les digo, si firmamos la paz, ustedes ya no son enemigos míos’. Eso me tiró un símbolo: Turbay era un tipo generoso, por eso fue jefe de Estado y por eso sacó adelante la embajada. ¿Quién criticó cuando Navarro fue ministro de César Gaviria? Lo vimos bien, a pesar de que era del otro lado, y después pusimos a Camilo González y a Gustavo de Roux, y a seis compañeros de izquierda, Gaviria los nombró el último día. Con Samper, a pesar de los dineros calientes, estuvieron Petro, Vera (Grabe), Eduardo Chávez, ¿y quién criticó?: Nadie. ¿Entonces Juan Manuel Santos es uribista? ¿Frank Perk, el general Naranjo, el mismo Sergio Jaramillo, todos trabajaron conmigo en ese Gobierno y eran santistas a morir: Roy, el expresidente es padrino de un hijo suyo y su campaña la hizo con la mano en el corazón, y a ellos no los critica nadie y a Rosemberg le dan clavo. En los cuatro años que estuve con él, con el presidente Uribe hablé cuatro veces, nunca me dio una orden, me dijo: ‘juéguesela, así cómo se jugó la vida en el M, hágalo acá’.

Pero no me ha contestado...

Uribe me llamó a trabajar con él porque industriales de derecha que están en Yumbo le dijeron ‘es un hombre bueno, serio, llámelo’, y él habló conmigo y yo estaba en la olla económicamente. Tenía dos amigos en el poder: Lucho Garzón, alcalde de Bogotá, y Angelino Garzón, gobernador del Valle, y a los dos les pedí: ‘tirénme un cable’, hombres de izquierda, hermanos míos, y no me tiraron el cable; no los voy a criticar, simplemente no me dieron la mano, y un señor que yo no conocía, me dice: ‘venga trabaje en un área donde usted puede aportar: economía solidaria, cooperativas, acción comunal, voluntariado’. No me dijo ‘usted tiene que decir que es uribista’, sino ‘aquí hay un espacio’, pero me dan clavo como un diablo.

Tal vez el ‘clavo’ sea porque le regaló su gorra de excombatiente...

Yo iba a entregar la bandera y mi mujer me dijo: ‘no, la bandera es de todos, es un símbolo; la gorra es suya, usted la sudó’. Yo tenía 20 gorras, que le he dado a todo el mundo. La de la embajada está en un museo en Cuba, con las armas, y a Uribe le dije: ‘esta gorra me ha acompañado en la guerra y la paz, quiero regalársela como símbolo de reconciliación nacional’. Lo que vale es el mensaje, no la gorra. ¿Qué hago si me gané el respeto y el cariño de Uribe, que es una persona influyente?

¿Y qué opina de que él se oponga al Acuerdo firmado con las Farc?

Yo tengo la oportunidad de hablar con él y siempre le llevó cosas escritas sobre la no violencia, sobre hacer el acuerdo con el enemigo, y si él me dice ‘mi enemigo es Petro’, es con él con el que hay que hacer la paz, y con Robledo y con Fajardo. O sea, no puede ser: ‘vamos a hacer un acuerdo nacional solo con la derecha’, tiene que ser con todos.

Pero también se dice que usted hizo campaña con Gustavo Petro...

Unos compañeros me pidieron que fuera a un acto que él iba a hacer en Cali... Yo no tengo ningún problema, si no hablo mal de los que fueron enemigos míos, menos de los que estuvieron conmigo. Le dije a Petro, ‘usted ha demostrado que la posta nuestra, que la pusimos muy alto en la Constituyente, la cogió y la llevó grande. No se olvide de ese proceso. Usted sacó ocho millones y pico de votos, está llevando bien la posta y lo quiero felicitar’. ¿Eso es malo? ¿Fui a pedirle empleo?: No. ‘¿Qué te recomiendo? no pelees con las personas, no toques la familia de Uribe, pelea contra la política económica, pero no con las cosas personales. Nosotros con quién hicimos el acuerdo, con el enemigo, y vos hablás siempre de Álvaro Gómez, del acuerdo sobre lo fundamental. ¿Con Fajardo, Robledo?: es con el contrario’.

Entonces, ¿políticamente dónde está ahora, en qué partido?

Hoy estoy con Marshall Rosenberg y su tesis de la no violencia, cuyo pensamiento grueso es: para avanzar, hay que trascender. Eso lo deberían entender todos los políticos grandes que están participando en Colombia, trascender para transformar. No me quiero meter en temas de partidos, quiero ayudar en la paz, que Duque haga una paz integral y yo entrego mi vida tranquilamente, con alegría.

Algunos afirman que este Gobierno no quiere cumplir con el Acuerdo...

Lo digo de otra manera: está enredado. No pensemos en los 12.000 de las Farc, sino en los doce millones de víctimas. El gran acuerdo es para salvarlas a ellas. Si se redirecciona para beneficio de ellas, vamos para adelante, esa es la Colombia que queremos, una Colombia justa, en paz… Entre las cosas positivas de La Habana es que se tocó, por primera vez, lo de los cultivos ilícitos. ¿Qué faltó? Es que somos sectarios y fundamentalistas, Santos, que había aprendido tanto, alumno distinguido de Uribe, invite a Uribe a La Habana. En vez de llevar a Roy o junto con Roy allá debió estar Uribe, porque también él era enemigo de las Farc y es una parte que se necesita que esté sentada en la mesa para que no cojee, pero nos falta a veces generosidad. Si él (Santos) llama: ‘me he equivocado, hemos peleado, pero camine, ayude, usted nos sirve, nos puede dar luces, queremos oír su posición’, allá se hubieran arreglado, porque llegaron a muchos acuerdos. No. Generoso en la victoria, tienda siempre la mano cuando va ganando.

Pero quedan las disidencias de las Farc, el ELN, los otros grupos armados...

A este sardino Presidente hay que ayudarle entre todos. Hubo una paz que se demoró ciento y pico de años, la liberal conservadora; la paz con nosotros, 34 años, la tercera parte; y con las Farc, 25 años. ¿Vamos a esperar 25, 34, 100? No, Presidente, pase a la historia, hágala ya: paz integral, con las disidencias (1.600); con el ELN, que son 3.000 a 4.000; el EPL, que son más de 1.000; con las fuerzas que están en Urabá, con Sinaloa. Esa es una paz integral y Colombia necesita paz. No diga ‘es que ya la hicimos con la grande y los otros son grupos reducidos y los podemos vencer’. Nosotros en el M éramos 882, no es número: tres locos, tres kamikazes hacen un daño tremendo. Entonces sume eso y son más de seis mil: hay que ponerle cuidado y plantear programas serios. Yo digo, ‘presidente Duque, si usted está interesado en ese tema, cuente conmigo las 24 horas del día y con miles de personas más que están dispuestas a jugársela por eso, pero salvemos este país’.

A propósito, se van a cumplir 30 años de la firma del Acuerdo de Paz con el M-19. Cómo lo compara con el de La Habana?

Mejor, comparemos tres. El Pacto de Benidorm se ha cumplido: hubo paz entre liberales y conservadores, que en 1956 dijeron ‘repartámonos el poder’ y así fue. Después llegó otra gente que dijo ese pacto es bueno, pero ampliémoslo y vino el Acuerdo con el M-19 y el resultado es la Constitución, la primera de 21 en la que él que ganó no impone, aquí no hubo ganadores ni vencedores, y en La Habana se hizo un acuerdo que no se ha estudiado a profundidad, pero si se cumple, el problema de la tierra, que ha sido de los ejes neurálgicos en la historia de Colombia, es un salto enorme, o sea, si le damos tierra a los campesinos, los dotamos de tecnología, si desarrollamos el cooperativismo, la economía del bien común, esto es otro país.

Para terminar, ¿le puedo preguntar por quién votó en las presidenciales?

Por Petro, por lo que le estoy diciendo: yo vi que él tomó la posta de nosotros y la puso alta. No le hice campaña, que es diferente. Ahora, al sardino Duque, ayudémosle. Yo no quiero que le vaya mal a él, porque nos va mal a todos. Yo no caigo en esa trampa.

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