Desde el viernes 3 de abril Penguin Random House Grupo Editorial publicó, por primera vez en castellano y para todo el mundo, la edición digital de ‘La peste’. Con esta novela imprescindible se inicia la publicación de toda la obra del Nobel de Literatura Albert Camus (1913 - 1960). Esto se logró según un acuerdo alcanzado con la agencia Wylie y Éditions Gallimard que permitió los derechos en español para todo el mundo, tanto digitales como en libro físico, para publicar todas sus novelas y ensayos, y varios textos inéditos que empezarán a ver la luz a partir de enero de 2021 en los sellos Debate, Literatura Random House y Debolsillo, en su colección Contemporánea.
‘La peste’, un clásico de actualidad
Así como fue un éxito editorial en el momento de su publicación original, 10 de junio de 1947, ‘La peste’ se ha convertido estos días en un ‘best seller’ en varios países de Europa, entre ellos Francia e Italia, durante la pandemia del nuevo coronavirus, debido a que ofrece a los lectores orientación en tiempos de desconcierto.
“Continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones?”, se lee en uno de sus pasajes.
Ambientada en Orán a finales de los años cuarenta del siglo XX, ‘La peste’ imagina la dura vida en esa ciudad durante un inesperado brote de peste bubónica. El arco narrativo avanza desde el contagio inicial y el confinamiento de la población hasta el final de la epidemia, y la hondura de sus planteamientos, así como la humanidad de los personajes, lo que confiere a la historia la riqueza propia de la gran literatura.
Pese a estar ubicada temporalmente el siglo XX, se piensa que la obra está basada en la epidemia de cólera que sufrió la misma ciudad de Orán durante 1849 tras la colonización francesa. Se sabe que esta ciudad había sido diezmada por varias epidemias repetidas veces antes de que Camus publicara su novela.
Según el diario El País de España, “a finales de enero las ventas de La peste alcanzaron en Francia su punto máximo: 1.700 copias en una semana, según datos de Edistat, portal que recopila estadísticas sobre libros. La editorial parisina Gallimard ha registrado un alza del 40% respecto a la cantidad vendida en un año. Pero también en Italia, el país más afectado en Europa, con más de 3.000 positivos, el libro subió desde la posición 71º hasta el tercer lugar del ranking de IBS, una de las redes de librerías más grandes del país, llegando a triplicar sus ventas”.
A lo largo de las décadas, esta obra de Albert Camus se ha interpretado de varias maneras. Tras su primera publicación, el autor confirmó lo que muchos habían visto con claridad por sí solos: la novela era una alegoría de la ocupación nazi en Francia. Pero a ese paralelismo se sumó con posterioridad la capacidad profética del relato.
Como se dice al final, “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás”, sino que “puede permanecer durante decenios dormido” hasta el día en que “despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
‘La peste’, pues, advierte sobre los peligros invisibles que acechan a toda sociedad. Sin embargo, estamos también ante un relato profundamente humanista, que pone de relieve el heroísmo de personas ordinarias cuando se enfrentan a situaciones extraordinarias. La novela aboga por la prudencia, la comunicación y la solidaridad, y personajes como el doctor Rieux y el periodista Rambert enseñan que las desdichas pueden sobrellevarse con determinación y valor. En este espíritu vitalista reside, sin duda, su permanente vigencia.
“¿Qué nos enseñó ‘La peste’, de Albert Camus? Que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero también emerge lo mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás”, concluye el escritor Rafael Narbona en un ensayo titulado ‘La peste’: Albert Camus en los tiempos del coronavirus.
Novela en audiolibro
Para el 30 de abril, Penguin Audio, el sello de audiolibros de Penguin Random House, publicará también una versión de ‘La peste’ en formato audio. La novela será narrada por el actor y doblador Carlos Di Blasi, y tendrá una duración aproximada de ocho horas.
Como se sabe todos los audiolibros de Penguin Audio están disponibles en las principales plataformas de distribución, tanto en España como en Latinoamérica y Estados Unidos.
Penguin Audio, que lanzó a la venta sus primeras producciones en 2014, es en la actualidad uno de los editores de audiolibros en castellano más grandes del mundo. Su catálogo incluye cerca de 1.200 títulos, entre los que se encuentran obras de grandes autores de todos los sellos del grupo editorial, como Ken Follett, Isabel Allende, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte, Gabriel García Márquez, Julia Navarro, Stephen King, Ildefonso Falcones, John Green, Roberto Bolaño, Patrick Rothfuss o Kate Morton, entre muchos otros. Ahora se suma la obra de Albert Camus.
Fragmentos de 'La Peste'
Los curiosos acontecimientos que constituyen el tema de esta crónica se produjeron en el año 194… en Orán. Para la generalidad resultaron enteramente fuera de lugar y un poco aparte de lo cotidiano. A primera vista Orán es, en efecto, una ciudad como cualquier otra, una prefectura francesa en la costa argelina y nada más.
La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. Su aspecto es tranquilo y se necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de las otras ciudades comerciales de cualquier latitud. ¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra? El cambio de las estaciones sólo se puede notar en el cielo. La primavera se anuncia únicamente por la calidad del aire o por los cestos de flores que traen a vender los muchachos de los alrededores; una primavera que venden en los mercados. Durante el verano el sol abrasa las casas resecas y cubre los muros con una ceniza gris; se llega a no poder vivir más que a la sombra de las persianas cerradas. En otoño, en cambio, un diluvio de barro. Los días buenos sólo llegan en el invierno.
El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere.
***
Por la tarde de ese mismo día, al comienzo de la consulta, Rieux recibió a un joven que le había dicho que había venido ya por la mañana y que era periodista. Se llamaba Raymond Rambert. Pequeño, de hombros macizos, de expresión decidida y ojos claros e inteligentes, Rambert llevaba un traje tipo sport y parecía encontrarse a gusto en la vida. Fue derecho a su objeto. Estaba haciendo una información para un gran periódico de París sobre las condiciones de vida de los árabes y quería datos sobre su estado sanitario. Rieux le dijo que el estado no era bueno, pero quiso saber, antes de ir más lejos, si el periodista podía decir la verdad.
—Evidentemente —dijo el otro.
—Quiero decir que si puede usted manifestar una total reprobación.
—Total, no es preciso decirlo. Pero yo creo que para una reprobación total no habría fundamento.
Con suavidad Rieux le dijo que, en efecto, no habría fundamento para una reprobación semejante, pero que al hacerle esa pregunta sólo había querido saber si el testimonio de Rambert podía o no ser sin reservas.
—Yo no admito más que testimonios sin reservas, así que no sustentaré el suyo con mis informaciones.
—Ese es el lenguaje de Saint-Just —dijo el periodista, sonriendo.
Rieux, sin cambiar de tono, dijo que él no sabía nada de eso, pero que su lenguaje era el de un hombre cansado del mundo en que vivía, y sin embargo inclinado hacia sus semejantes y decidido, por su parte, a rechazar la injusticia y las concesiones. Rambert, hundiendo el cuello entre los hombros, miraba al doctor.
—Creo que lo comprendo —dijo al fin, levantándose.
El doctor lo acompañó hasta la puerta:
—Le agradezco a usted que tome así las cosas.
Rambert pareció impacientarse:
—Sí —dijo—, yo le comprendo, perdone usted esta molestia.
El doctor le estrechó la mano y le dijo que se podría hacer un curioso reportaje sobre la cantidad de ratas muertas que se encontraban en la ciudad en aquel momento.
—¡Ah! —exclamó Rambert—, eso me interesa.
***
Al día siguiente, 30 de abril, una brisa ligera soplaba bajo un cielo azul y húmedo. Traía un olor a flores que llegaba de los arrabales más lejanos. Los ruidos de la mañana en las calles parecían más vivos, más alegres que de ordinario. En toda nuestra ciudad, desembarazada de la sorda aprensión en que había vivido durante una semana, ese día era, al fin, el día de la primavera. Rieux mismo, animado por una carta tranquilizadora de su mujer, bajaba a casa del portero con ligereza. Y, en efecto, por la mañana la fiebre había descendido a treinta y ocho grados; el enfermo sonreía en su cama.
—¿Va mejor, no es cierto, doctor? —dijo la mujer.
—Hay que esperar un poco todavía.
Pero al mediodía la fiebre subió de golpe a cuarenta. El enfermo deliraba sin parar y los vómitos recomenzaron.
Los ganglios del cuello estaban doloridos y el portero quería tener la cabeza lo más lejos posible del cuerpo. La mujer estaba sentada a los pies de la cama y por encima de la colcha sujetaba con sus manos los pies del enfermo. Miraba a Rieux.
—Escúcheme —le dijo él—, es necesario aislarse y proceder a un tratamiento de excepción. Voy a telefonear al hospital y lo transportaremos en una ambulancia.
Dos horas después, en la ambulancia, el doctor y la mujer se inclinaban sobre el enfermo. De su boca tapizada de fungosidades, se escapaban fragmentos de palabras: "¡Las ratas!", decía. Verdoso, los labios cerúleos, los párpados caídos, el aliento irregular y débil, todo él como claveteado por los ganglios, hecho un rebujón en el fondo de la camilla, como si quisiera que se cerrase sobre él o como si algo le llamase sin tregua desde el fondo de la tierra, el portero se ahogaba bajo una presión invisible. La mujer lloraba.
—¿No hay esperanza doctor?
—Ha muerto —dijo Rieux.
La muerte del portero, puede decirse, marcó el fin de este período lleno de signos desconcertantes y el comienzo de otro, relativamente más difícil, en el que la sorpresa de los primeros tiempos se transformó poco a poco en pánico. Nuestros conciudadanos, ahora se daban cuenta, no habían pensado nunca que nuestra ciudad pudiera ser un lugar particularmente indicado para que las ratas saliesen a morir al sol ni para que los porteros perecieran de enfermedades extrañas. Desde ese punto de vista, en suma, estaban en un error y sus ideas exigían ser revisadas. Si todo hubiera quedado en eso, las costumbres habrían seguido prevaleciendo. Pero otros entre nuestros conciudadanos, y que no eran precisamente porteros ni pobres, tuvieron que seguir la ruta que había abierto Michel. Fue a partir de ese momento cuando el miedo, y con él la reflexión, empezaron.
***
Una vez aislado el cuerpo del portero, había telefoneado a Richard para consultarle sobre esas fiebres inguinales.
—Yo no lo comprendo —había dicho Richard—. Dos muertos. Uno en cuarenta y ocho horas, otro en tres días. Yo había dejado a uno de ellos por la mañana con todos los indicios de la convalecencia.
—Avíseme si tiene usted otros casos —dijo Rieux.
Llamó a algunos otros médicos. La encuesta le dio una veintena de casos semejantes en pocos días. Casi todos habían sido mortales. Pidió entonces a Richard, que era secretario del sindicato de médicos de Orán, que decidiese el aislamiento de los nuevos enfermos.