Una noticia me llamó la atención hace algunos años, en ella contaban sobre el caso extraordinario de un hombre que logró obtener una orden estatal que obligaba a la empresa donde trabajaba a darle permisos cuando él necesitara asistir a un concierto. Según un diagnóstico médico sufría de una dependencia patológica a la música y cuando se le prohibía ir a un concierto de sus bandas preferidas, así fuera por cuestiones laborales, se ponía en riesgo su salud mental.
El hecho es real, y desde luego solo pudo ocurrir en un país escandinavo. Sociedades así de comprensivas con sus ciudadanos son pocas: Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia e incluso, Canadá. Mientras que personas como aquel hombre existen muchísimas en todo el mundo, en muchos otros países donde no hay ese nivel de tolerancia. Particularmente, en Colombia, se conoce a estos ‘enfermos’ por la música como melómanos.
Desde una perspectiva negativa -hay quienes así lo ven-, la melomanía podría considerarse como una enfermedad mental, tal vez incurable, que afecta seriamente la vida de quienes la padecen, complicándoles la convivencia con los otros (piense en padres, novias, esposas si las llegan a tener, hijos y a veces amigos) que no comparten la misma obsesión por la música del melómano. Pero, sobre todo, para estos 'enfermos' los valores tradicionales se invierten respecto a lo que ellos consideran más importante en la vida; esto puede resumirse con un meme que muestra al Joker (Joaquin Phoenix) sonriendo y con este mensaje: “¿Por qué amas a tus discos más que a tus hijos? No lo comprenderías”.
Al respecto, sorprende que de entre todas las rarezas pisconeurológicas que describe Oliver Sacks en su libro Musicofilia, donde analiza fenómenos como las alucinaciones musicales, la amusia (incapacidad para apreciar la música), la sinestesia musical (oír colores), el oído absoluto, entre otros; jamás mencionara la melomanía, que de hecho, se podría definir como otra clase de musicofilia, ya que literalmente significa eso: amor a la música. Aunque podemos decir que el melómano, y específicamente el coleccionista, tienen algo de fetichista, de compulsión acaparadora y fanatismo religioso, en diversas dosis, a veces nocivas, y otras como la única forma de satisfacer su obsesión. Pero estos son casos para otro psiquiatra.
Sin embargo, los melómanos son personas felices —aun viviendo en un paraíso de la tolerancia como Colombia— para quienes un concierto o un disco, o muchos conciertos y muchos discos, los hace sentir más a gusto con la vida. Muchos de ellos, al cabo de los años, casi siempre se convierten en una suerte de bibliotecarios o sumos sacerdotes de un amplio conocimiento musical que comparten de la manera más apasionada, contagiando a otros de su amor por la música.
Este es el caso de Jacobo Celnik, un melómano bogotano nacido en 1979, año crucial para la música, cuando se lanzaron The Wall de Pink Floyd, Breakfast in America de Supertramp, Overkill de Motorhead, Hihgway to Hell de AC/DC y el último álbum de Led Zeppelin: In Through the Out Door.
Nieto del librero polaco Azriel Celnik, quien junto a los Ungar, Lerner y Buchholz, tuvieron las librerías más importantes de Bogotá a mediados del siglo XX y donde se reunían los escritores y artistas capitalinos. De su abuelo, y de su padre José Celnik, otro consumado melómano de música clásica, Jacobo heredó su melomanía, pero su gusto estuvo marcado desde el principio por los sonidos del rock británico.
“Descubrí la magia de la música a los once años, cuando hice sonar por mi cuenta, en el equipo de sonido Sony, modelo 78 (que todavía conservo), el disco ‘Now’ de los Rolling Stones”, cuenta en su más reciente libro ‘Melómanos, historias de una obsesión’ (Aguilar, 2020), un volumen con 17 retratos de coleccionistas y melómanos, en los que se evidencian las diferentes formas esta pasión donde los discos siempre son tesoros en riesgo de ser robados, vendidos por necesidad, o en el peor de los casos, destruidos por venganza.
“La melomanía se construye de la mano de los amigos, para alguien que inicia en el coleccionismo es importante rodearse de gente conocedora que pueda hacerle apreciar la mejor música”.
¿De dónde surge la idea de escribir sobre los melómanos?
A lo largo de mi vida he conocido de primera mano muchas anécdotas de coleccionistas, pero lo que me impulsó a contar estas historias sobre la melomanía fue cuando me enteré que estaban vendiendo un lote de cd's en el centro de Bogotá, que según supe habían sido de un coleccionista venezolano. Cuando llegué a esa colección me impresionó lo bien curada que estaba, mostraba que detrás estuvo alguien con un gusto muy exquisito, allí habían álbumes de rock clásico y progresivo, de bandas británicas y europeas.
Esa es la historia que cuento en el capítulo seis del libro, pero en ese momento, al saber el origen de esa colección me puso a pensar en quién había sido el dueño de esos discos y porqué tuvo que desprenderse de ellos. Cuando se lo comenté a mis amigos me dijeron que allí había una buena idea para trabajar un libro. Después me puse en la tarea de recuperar historias que ya conocía, anécdotas a las que empecé a hacerles seguimiento.
No todas la historias de melómanos tienen finales felices…
El libro muestra los lados A y B, son diferentes perfiles sicológicos de la melomanía y sobre los hechos que suceden entorno al amor y desamor por la música.
En su libro descubre que Carlos Sierra es el melómano venezolano que vendió sus discos debido a la situación de su país, pero al final usted decide devolverle uno de Eric Clapton, el que tiene la dedicatoria: “Para Carlitos, mi amor y mi todo. Gracias por darle sentido a mi vida. Te amo, Alejandra”.
A mí muchas personas me han regalado música, por diferentes motivos, cuando tuve un magazín cultural una disquera de Inglaterra me mandaba discos, y amigos que ya no querían discos me los regalaban. Entonces, de alguna manera la melomanía enseña también a ser generosos y mejores personas, porque la música brinda un conocimiento que vale en la medida que se comparte. Nadie es dueño de nada, simplemente los discos van llegando por ciertas circunstancias que no manejamos.
¿Cuáles son las diferencias entre melómanos y coleccionistas?
Son muy diferentes, el coleccionista sí tiene el apego al disco, la necesidad de acapararlo. En algunos momentos difíciles de mi vida he tenido que desprenderme de discos que me dieron un salvavidas económico, después recuperé unos y otros aún no, pero no pasa nada, de igual forma los disfruté y aprendí a desapegarme. Por otro lado, la melomanía es el amor por la música, y tú puedes ser melómano sin tener discos, no necesitas el objeto físico.
"Los prejuicios musicales son malos, yo a los 11 años escuchaba bandas con más de 20 años de antigüedad y me sentía completamente identificado, no hay época ni edad limitada para entrar en contacto con la música. Uno puede escuchar lo que quiera cuando quiera".
¿Cuáles son las categorías de coleccionistas que define en su libro?
Está el coleccionista metódico, el completista, el egoísta, el envidioso, el marrullero, el que tiene una memoria prodigiosa, pero en ese sentido yo soy un coleccionista completista en Cd’s de rock británico. Es decir, de los grupos de rock nacidos en ese país, incluyendo los de Irlanda, que surgieron entre 1954 y 2004, de los que me gustan yo quiero tenerlo todo. Por ejemplo, a mí me gusta Duran Duran y quiero toda su discografía, incluso sus discos más flojos. Hay dos discos que me faltan porque son muy difíciles de conseguir, no estaré satisfecho hasta conseguirlos. En mi colección tengo aproximadamente 5.140 Cd’s, cerca de 1000 vinilos, unos 70 cassettes, unos 800 dvd’s, 100 Bluray’s y 52 cintas en VHS.
También conozco coleccionistas que tienen repetidas sus colecciones en Cd y en Vinilo, esos son del tipo obsesivo compulsivo, otros son acaparadores que compran todo los de un artista así sea repetido para no dejar a los demás.
¿Cómo describiría esa sensación de tener toda la música de un artista?
Es como la que producen las endorfinas cuando uno come chocolate, es lo mismo con la música. Hace poco sentí eso en París cuando en una tienda de segundazos en el boulevard Saint Michel, me encontré tirado en una canasta a 1 Euro, el ‘Big Thing’ uno de los discos de Duran Duran que llevaba años buscando. No lo podía creer, era una sensación de gloria. Como si marcara un gol desde fuera del área, al minuto 89, colgando al arquero y que la pelota entrara de picabarra. Esa sentimos cuando encontramos un disco, placer infinito frente a la obtención de algo añorado. El melómano coleccionista no tiene límites, es una enfermedad incurable.
¿Cuáles son los mayores temores de un coleccionista de música?
Que te roben un disco, definitivamente. A mí me robaron uno de Chris Squire, el bajista de Yes, y lo tuvo que robar alguien que sabía quién era ese artista y lo que significa el disco para los fans de Yes. Justamente por eso uno evita invitar personas extrañas a la casa, uno se vuelve muy receloso, por eso no presto discos.
Otro temor es no conseguir una joya, como cuando ves un disco muy preciado y no tienes cómo comprarlo en ese momento, luego vuelves y ya lo han vendido. Eso me ha pasado muchas veces. También detesto que maltraten los librillos de los discos, o peor, que te regalen uno con una dedicatoria rayando el arte del disco o tapando los créditos, eso es barbarie pura.
Solo hay una melómana en el libro…
Eso obedece a que inicialmente, para este primer volumen de ‘Melómanos’, no encontré otras historias de mujeres obsesionadas por la música, seguramente hay muchas. Conozco un grupo de melómanas que se llaman ‘Los Rulos Vinyl Club’ que hacen una labor muy juiciosa y apasionada por la música.
¿Qué prefiere los conciertos o escuchar álbumes de estudio en la casa?
Yo disfruto más oír la música en el estudio de mi casa, soy de pocos conciertos, sobretodo acá en Colombia donde la logística es muy desordenada, hemos mejorado, pero aún estamos lejos de los estándares británicos y gringos.
Mi experiencia con Los Rolling Stones en Colombia me disuadió de volver nuevamente a un concierto, puede venir Led Zeppelin en una reunión y no me arriesgaría.