Como una experiencia singular al que no todas las personas pueden acceder por diferentes motivos, es como definen el hecho de vivir, quienes tienen un implante cerebral.
Un claro ejemplo es el de Ian Burkhart, un estadounidense que sufrió un accidente de buceo en 2010, el cual lo dejó paralizado desde los hombros.
“Con 19 años, fue muy difícil de oír”, contó el estadounidense a AFP por medio de una videollamada desde su domicilio en Ohio.
Allí le implantaron un dispositivo del tamaño de un guisante, el cual poseía un centenar de electrodos, que se encontraban cerca de la corteza motora, la zona del cerebro que controla los movimientos.
Este dispositivo era el encargado de registrar su actividad cerebral y de transmitirlo a un ordenador, que descifraba con ayuda de un algoritmo la manera exacta en la que él quería mover su mano.
El mensaje era transmitido a un manguito de electrodos colocado sobre su antebrazo derecho, que estimulaba los músculos pertinentes.
Su primer movimiento
Recién operado, Burkhart miró su mano y luego de imaginarse cerrándola, logró hacerlo.
“Fue el momento mágico que demostró que era posible, que no era ciencia ficción”, recordó Ian Burkhart, quien es considerado un voluntario antiguo de un ensayo experimental de interfaz cerebro-ordenador.
Cabe indicar que hoy en día, este sector en pleno auge busca utilizar implantes y algoritmos que logren restaurar la movilidad perdida, las capacidades de comunicación o tratar los problemas neurológicos como la epilepsia.
Un tiempo después, Ian Burkhart se volvió tan hábil con su mano que llegó a tocar solos de guitarra con el videojuego Guitar Hero.
Lastimosamente, la financiación del ensayo se agotó luego de siete años y medio, el implante fue retirado en el 2021.
Para este hombre que hoy en día tiene 32 años, “fue realmente una época triste”, aseguró.
Pero el duro golpe fue atenuado luego de que le permitieran utilizar dicha tecnología en un laboratorio, unas cuantas horas por semana.
Otro hecho que afectó la vida del hombre, fue que su cuero cabelludo se infectó, pues al intentar cerrarse permanentemente, no logró conseguirlo debido al trozo de metal que allí sobresale.
A pesar de todo esto, para Ian esta experiencia ha sido positiva, por ello defiende a toda costa las interfaces cerebro-ordenador.
Por ahora el hombre tiene previsto recibir otro implante en el futuro, pero espera que esta vez sea de forma permanente.
No tuvo la misma experiencia
Para Hannah Galvin la historia no es la misma. Esta australiana, quien a los 22 años vio sus sueños de danza clásica destrozados por una epilepsia incapacitante.
Por ello recibió un implante experimental en el cerebro, un electroencefalograma, el cual registra la actividad eléctrica, en el marco de un ensayo realizado por la empresa NeuroVista.
“Habría hecho cualquier cosa. Me pareció una oportunidad de recuperar mi vida”, contó a AFP la mujer que actualmente tiene 35 años, desde Tasmania (Australia).
El implante debería avisarle si un episodio convulsivo era inminente, pero luego de ser implantado, el dispositivo no dejó de activarse, lo que le hizo pensar a la mujer que éste funcionaba mal.
Pero no era así, pues Hannah Galvin sufría más de 100 convulsiones al día, situación que ni ella ni sus médicos conocían.
Galvin se sentía avergonzada en público por los constantes pitidos del dispositivo. “Era un robot raro dentro de mí, y quería arrancármelo de la cabeza”, recalcó.
La extracción del implante le proporcionó un alivio, pero su autoestima quedó muy dañada, llevándola incluso a tomar antidepresivos.
Hoy en día la mujer dice llevar “una vida feliz”, pintando y fotografiando. Por ello, aconseja a los pacientes que se plantean un implante cerebral, ser “más cautelosos” que ella.