Las células plasmáticas, también llamadas glóbulos blancos (linfocitos), hacen parte del sistema inmunológico del cuerpo; se forman en la médula ósea, junto a los glóbulos rojos (eritrocitos), para convertirse luego en los anticuerpos que defienden al organismo de infecciones, virus y gérmenes.
Pero, cuando las células plasmáticas se alteran, comienzan a reproducirse en forma de células cancerosas en la médula ósea, dispersándose en la sangre por todo el cuerpo y afectando sus defensas. A esta condición se la conoce como mieloma múltiple y es un tipo de cáncer en la sangre, aunque no está entre los más frecuentes.
Como explican en la plataforma de la Sociedad Americana de Cáncer (ACS por su siglas en inglés), “en el mieloma múltiple, la proliferación desmedida de células plasmáticas en la médula ósea puede desplazar a las células productoras de células sanguíneas normales, causando recuentos bajos de células sanguíneas”.
Debido a esto, la enfermedad se presenta con unos síntomas muy específicos, como dolor en los huesos (por carencia de calcio) o sensación de dolor en todo el cuerpo, especialmente la columna vertebral, el pecho o las caderas. También, se puede presentar con estreñimiento, náuseas y pérdida del apetito y peso, cansancio, micción frecuente y sed.
Además, algunas complicaciones que pueden desencadenarse con el mieloma múltiple son las infecciones frecuentes, propensión a fracturas óseas, insuficiencia renal y anemia.
De acuerdo con un artículo de la Clínica Mayo, el mieloma múltiple suele ser la continuación de otra enfermedad. “Comienza como una enfermedad llamada gammapatía monoclonal, de significado incierto, en la que el nivel en la sangre de las proteínas M es bajo. Las proteínas M no causan daños en el organismo”, explican.
La ACS afirma “que el mieloma múltiple es un cáncer relativamente poco común”. Solo en Estados Unidos, la probabilidad de desarrollar un mieloma múltiple en el transcurso de la vida es de 1 entre 132 personas, un promedio del 0,76 %.
No obstante, los tratamientos disponibles, como quimioterapia, radioterapia o, cuando es necesario trasplante de médula, pueden lograr erradicar la enfermedad, pero siempre con riesgo de que pueda reaparecer, por lo que muchos la consideran un cáncer crónico, que obliga a las personas a vivir con sus síntomas y medicarse de por vida.
“Es una enfermedad tratable y, aunque sigue siendo incurable, su pronóstico ha mejorado y cada vez hay más series que superan los cinco años de media de supervivencia”, afirman los doctores Ramón García-Sanza, María Victoría Mateosa y Jesús Fernando San Miguela, del Servicio de Hematología del Hospital Universitario de Salamanca, en un artículo de la revista clínica Elsevier.