Era domingo, 22 de mayo de 2022. En el barrio Inmiyumbo Lleras del municipio de Yumbo, los vecinos escuchaban música a alto volumen mientras le hacían aseo a sus casas o cocinaban el almuerzo. Karol Bastidas, 16 años, se trasteaba a su nuevo apartamento que sus padres le habían construido. Era el regalo por sus 15, aunque se lo entregaron un año después.

Apenas faltaba pasar el cortinero. Era de aluminio. Karol lo sujetaba mientras subía por unas escaleras al aire libre hacia su nuevo hogar. El cortinero tropezó con un escalón y se escuchó un estruendo. Enseguida, Karol recibió una descarga eléctrica.

— El cortinero hizo arco con un cable primario que tenemos frente a nuestra casa. No era un cortinero tan largo, pero lo que creemos es que atrajo al cable, como si fuera una especie de imán – cuenta la mamá de Karol, Claudia Ricaurte, que aquel domingo recibió una cantidad considerable de voltios cuando levantó el cuerpo de su hija, lo que le causó varias quemaduras. De su cabello, recuerda, salía humo.

Días después, el 11 de junio de 2022, a Karol, Selección Valle de Balonmano, los médicos del Hospital Universitario del Valle le amputaron sus dos manos, por encima del codo.


— Fue un accidente absurdo – continúa Claudia.

Es martes, en la mañana. Karol acaba de salir del Centro Médico Imbanaco, donde tres veces por semana hace terapias de rehabilitación.
Ahora estamos en una cafetería, y es como si sus manos no le hicieran demasiada falta. Con sus muñones, Karol toma un servilletero, corre los palillos, acerca la grabadora del reportero a su mamá cuando alguien pone reguetón a todo volumen, revisa su celular.

— Karol ha sido muy valiente, ha aprendido a ser independiente.

Mientras estaba en el hospital manejaba el control del televisor con sus pies. Ahora se baña, se maquilla, se cepilla, se pone algunas prendas, puede coger una cuchara. Por supuesto que necesita ayuda para ciertas cosas, como amarrarse los tenis, sujetar el brasier, pero ha sabido desenvolverse. Sin embargo, necesita de unas prótesis biónicas para volver a realizar con normalidad la mayoría de sus actividades cotidianas – comenta Claudia.

A los 16, Karol se escucha como una mujer madura. Ser deportista de Balonmano, comienza a narrar, no estaba en sus planes. Todo sucedió un día cualquiera cuando cursaba el sexto grado en el colegio José María Córdoba de Yumbo. Se iban a disputar los Intercolegiados y un profesor entró al salón para anunciar que estaban abiertas las prácticas de ese deporte. Karol no tenía idea que el balonmano era un juego entre dos equipos cuyo objetivo de cada uno es pasarse la pelota con las manos hasta introducir el balón en la portería contraria. Por probar, se inscribió con sus amigas.

Pronto hizo parte de un club en Yumbo y fue convocada a la Selección Valle de Balonmano, con la que recorrió parte de Colombia hasta el día del accidente con el cortinero. Ella soñaba con ser grande en ese deporte. Sus manos eran el futuro.

Ahora es atleta. También modelo. Ya hizo fotos para El Templo de la Moda y será la imagen de la séptima edición de la Pasarela de Inclusión de Cali, que se realizará del 1 al 3 de junio en el Centro de Eventos Valle del Pacífico.

— Lo que Karol representa por su belleza y por su historia es muy poderoso. Además, tiene un look demasiado bello y por eso la elegí para representar un certamen internacional como la Pasarela de la Inclusión en todo su esplendor – dice al teléfono el coordinador de la pasarela, el diseñador de modas Guio Domínguez.

Frente a la habitación de Karol en el Hospital Departamental estaba Víctor, un habitante de calle que recibió una descarga eléctrica cuando al parecer intentaba robarse un cable en la calle. Ella lo recuerda con una sonrisa, pese a que alguna vez Víctor se llevó las chanclas de su mamá.
En otra ocasión Karol vio cómo Víctor, sigiloso, se escapó del hospital.
Pese a la descarga eléctrica que había recibido, a él no le pasó mayor cosa.

Claudia, la madre de Karol, se preguntaba en cambio por qué a nosotros: por qué si Karol es buena hija, deportista, una estudiante, le sucede un accidente en el que pierde sus dos manos. Ambas son creyentes. Ambas, de alguna manera, tenían conflictos con Dios.

Las respuestas a sus preguntas las empezaron a encontrar a través de Luis Fernando Lara Rodallega, un joven de 23 años nacido en El Carmelo, subcampeón mundial juvenil de Para Atletismo. En 2017, Luis Fernando sufrió un accidente muy similar al de Karol. Se electrocutó cuando intentaba saltar una reja. Durante un minuto recibió una descarga eléctrica. Le amputaron las dos manos. Tras la recuperación se vinculó al equipo de Para Atletismo del Valle.

En el hospital conocían su historia y las enfermeras le pasaron el teléfono a la mamá de Karol. Cuando Luis Fernando entró a la habitación, con sus muñones acomodó el catéter, tomó un pedazo de papaya, se acomodó la gorra, bebió agua. Karol lo miraba en silencio mientras se decía: “él me va a ayudar”.

Para esa tarde estaba programada la cirugía de amputación de sus manos. Por esas cosas del destino, la operación se aplazó. Luis Fernando la acompañó el resto del día. Le dijo que disfrutara la vida, que estaba viviendo una segunda oportunidad y eso, siempre, se debe a un propósito superior. Y le habló del Para Atletismo. Como en el balonmano, Karol no tenía en sus planes correr. Cada semana entrena en el estadio Pascual Guerrero y en las Canchas Panamericanas con el equipo del Valle del Cauca.

— Ellos también son mi familia. Una cosa es decirlo, y otra vivirlo y verlo. A mí, mis compañeros me ayudan a amarrarme los zapatos. A los invidentes, los guiamos. Lo que a mí me falta, al otro le sobra. Recuerdo que mientras competíamos en Barranquilla, se estaba jugando el Mundial de Fútbol de Qatar. Un compañero, invidente, manejaba el celular a la perfección para escuchar los partidos. Ver cómo lo hacía fue una motivación. Entrar en el equipo me hizo entender que no era la única a la que le suceden este tipo de sucesos. Cuando entreno con mis compañeros me digo: en realidad no tengo nada grave. Y sigo adelante.

En la cafetería, Karol toma un sorbo de Milo y continúa:

— O era encerrarme en mi casa, o era enfrentar la realidad. Ahora llego a entrenar en buseta, o en el MÍO, desde Yumbo, con un compañero. Y me devuelvo a la casa sola. Quiero ser ejemplo para muchas personas, inspiración.

En ocasiones, Karol visita los hospitales y les cuenta su historia a los pacientes que serán o ya fueron amputados.

***
Mientras en Cali anochece, en Japón, Álvaro Ríos Poveda apenas termina su desayuno. Cuando era niño, cuenta a través de WhatsApp, veía una serie de televisión que en Colombia se llamaba ‘El hombre nuclear’, aunque su título original es The Six Million Dollar Man.

La serie cuenta la vida de Steve Austin, un astronauta y piloto de prueba que sufre un accidente durante un vuelo experimental y pierde su ojo izquierdo, ambas piernas y el brazo derecho. Una agencia gubernamental que trabajaba en un proyecto secreto llamado Biónica reemplaza sus miembros perdidos por partes cibernéticas que cuestan seis millones de dólares, lo que explica el nombre de la serie.

— Cuando yo vi ese programa siendo niño me dije: juepucha, a esto es lo que me quiero dedicar. Desde chiquito todos mis juegos consistían en armar cosas, desarmarlas, siempre pensando en hacer brazos, piernas, ojos, manos.

Álvaro, quien estudió en el colegio Berchmans de Cali y después electrónica y medicina en la Javeriana de Bogotá, no tenía ni idea que ya existía la carrera a la que se quería dedicar: ingeniería biomédica.

La historia es larga, pero el caso es que actualmente dirige su empresa, Human Assistive Technologies (HAT), radicada en Ciudad de México, que, para explicarlo de manera sencilla, hace manos biónicas. A través de retroalimentación sensorial, estas manos le permiten a quien las recibe mover los dedos y determinar la fuerza que se necesita para coger un objeto sin dañarlo o que se resbale, mover la mano casi como si fuera natural.

Entre sus pacientes hay dos soldados ucranianos que perdieron sus manos en la guerra con Rusia. Hace un año, Álvaro conoció a Karol.

— Le dije que la podía apoyar, colocándole unas manos biónicas de última generación. Ella está en el proceso de rehabilitación preprotésica.
Entrenamos la parte física, de fuerza, la elasticidad, para que sus codos y antebrazos tengan la misma movilidad de antes del accidente, y la parte de control para, a través de la inteligencia artificial que instalamos en la mano biónica, interpretar esa señal y generar los movimientos.
Esperamos que en un par de meses Karol tenga sus manos funcionando.

Álvaro asegura que está siendo todo lo posible para que el costo de las manos de Karol sea el menor posible. Incluso dona su trabajo. Lo que se requiere es pagar los materiales – aluminio en grado militar, además de los motores de la inteligencia artificial – y los gastos de Karol y su mamá para llegar hasta México a terminar el proceso. El costo de todo ello está calculado en 311 millones de pesos. Para pagarlos, se abrió una Vaki (juntos por los brazos nuevos de Karol) y recibir la mano de todos los colombianos; dos manos; biónicas.

— No puedo decir que siempre estoy feliz o tranquila después del accidente, he tenido mis días de recaída, aunque son muy pocos.
Recuerdo la tarde en que me dieron la noticia de que debían amputarme las manos. Ese día estaban en la habitación del hospital mi tío, mi papá, mi mamá, la psicóloga y los médicos. Mi papá pensaba que a mí me iban a tener que amarrar después de una noticia así, que iba a tirarme de la cama, a desconectar el catéter, pero no. Lloré, obvio, y les pregunté a los que estaban conmigo si iba a poder terminar de estudiar y a seguir entrenando balonmano. Hubo un momento de silencio, hasta que me dijeron sí, con las mejores prótesis lo iba a lograr. Ahora he desechado la idea de seguir jugando balonmano. Quiero dedicarme al atletismo, y entrar en la universidad. Quiero estudiar nutrición y dietética deportiva. Quiero dedicarme al deporte, y para eso necesito mis nuevas manos– dice Karol.