En la acelerada vida moderna, el término “estrés” se ha vuelto casi omnipresente. Es una respuesta natural del cuerpo ante los desafíos y demandas que se enfrentan en la rutina diaria. Sin embargo, el estrés puede ser muy perjudicial para la salud en general si no se maneja adecuadamente.

El estrés podría definirse como una respuesta biológica y psicológica del cuerpo ante situaciones que se perciben como desafiantes o amenazantes. Es una reacción de supervivencia que se originó en antepasados como una forma de gestionar peligros físicos inmediatos, como por ejemplo la confrontación con un depredador.

Los retos labores pueden ser una causa de estrés en muchas personas. | Foto: Getty Images

Aunque la vida moderna difiere en gran medida de ese entorno ancestral, el mecanismo del estrés sigue siendo un recurso vital para la adaptación y varios son los factores que pueden generarlo.

  • Presiones laborales y académicas: plazos ajustados, altas expectativas y demandas constantes pueden llevar a un estrés laboral o académico significativo.
  • Problemas personales: conflictos familiares, problemas financieros, rupturas sentimentales y otros problemas que se presentan como consecuencia de las relaciones sociales pueden causar estrés emocional.
  • Cambios importantes: eventos como mudanzas, cambios en el trabajo o la escuela, y transiciones vitales pueden generar estrés debido a la incertidumbre y el ajuste necesario.
  • Factores ambientales: ruido constante, contaminación y condiciones ambientales estresantes también pueden contribuir al estrés.
  • Estilo de vida: hábitos poco saludables como una dieta desequilibrada, falta de ejercicio y falta de sueño pueden aumentar la vulnerabilidad al estrés.
Estrés. | Foto: Hinterhaus Productions 2016

Todas las sensaciones mentales por estas situaciones también se traducen en dolencias físicas que si no se tratan adecuadamente o se producen en alta intensidad y frecuencia pueden derivar en enfermedades.

Aterosclerosis

El estrés crónico puede aumentar la presión arterial y elevar los niveles de hormonas como el cortisol y la adrenalina. Estos cambios pueden contribuir a la aterosclerosis (acumulación de placa en las arterias) y aumentar el riesgo de enfermedades cardíacas, como ataques al corazón y accidentes cerebrovasculares.

Esta acumulación de placa, que también puede llegar a las arterias carótidas (que suministran sangre al cerebro) puede aumentar el riesgo de accidentes cerebrovasculares. Si una placa se desprende y bloquea el flujo sanguíneo al cerebro, puede causar un accidente cerebrovascular isquémico.

Los vasos sanguíneos y arterias pueden verse afectados por el estrés. | Foto: Getty Images

Obesidad

El estrés puede desencadenar comportamientos poco saludables, como comer en exceso o recurrir a alimentos reconfortantes y altos en calorías para hacer frente al estrés emocional. Además, esta respuesta biológica puede afectar las hormonas que regulan el apetito y el metabolismo, lo que puede contribuir a un aumento de peso desmedido.

El exceso de peso ejerce una presión adicional sobre las articulaciones, lo que aumenta el riesgo de desarrollar osteoartritis y otros problemas articulares, especialmente en áreas como las rodillas, las caderas y la columna vertebral, que dificultan el movimiento.

El estrés causa alteraciones alimenticias que pueden derivar en problemas de obesidad. | Foto: Getty Images

Pero aparte de asuntos que implican la salud ósea y muscular, la obesidad es uno de los factores de riesgo más importante para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares como la cardíaca coronaria, la hipertensión arterial, accidentes cerebrovasculares y la enfermedad arterial periférica.

El exceso de grasa corporal puede contribuir a la acumulación de placa en las arterias, lo que restringe el flujo sanguíneo y aumenta el riesgo de eventos cardiovasculares.

Alteraciones gastrointestinales

El estrés puede afectar el sistema gastrointestinal, causando problemas como el síndrome del intestino irritable, la acidez estomacal y la inflamación del tracto gastrointestinal.

Este eje de comunicación bidireccional, entre el cerebro y el intestino, implica una interacción compleja entre el sistema nervioso central, el sistema nervioso entérico (que controla el tracto gastrointestinal) y el sistema endocrino. Cuando se enfrentan situaciones estresantes, se desencadenan una serie de respuestas físicas y químicas que pueden afectar la función y la salud de los órganos implicados en la función gastrointestinal.

En situaciones de estrés, el cuerpo entra en modo de “lucha o huida”, lo que provoca la liberación de hormonas como el cortisol y la adrenalina. Estas hormonas pueden afectar el flujo sanguíneo y la contracción de los músculos en el tracto gastrointestinal, lo que puede causar síntomas como tensión abdominal, calambres y cambios en la motilidad intestinal. La alteración de este último aspecto puede interferir en la velocidad a la que los alimentos se mueven a través del sistema digestivo, lo que deriva en síntomas como diarrea o estreñimiento.

De igual manera, el estrés puede contribuir a la alteración de la barrera intestinal, aumentando la permeabilidad de las paredes del intestino. Esto se conoce como “intestino permeable” o “síndrome del intestino permeable”, y puede permitir que sustancias no deseadas pasen al torrente sanguíneo, lo que potencialmente puede desencadenar respuestas inflamatorias.

Es importante destacar que no todas las personas que experimentan estrés desarrollarán estas condiciones, ya que la susceptibilidad a las enfermedades está influenciada por una combinación de factores genéticos, ambientales y de estilo de vida.

La gestión efectiva del estrés a través de estrategias como la meditación, el ejercicio, el apoyo social y el autocuidado puede desempeñar un papel crucial en la prevención de estas enfermedades y en el mantenimiento de una salud óptima.