Alberto Llano Restrepo, mi querido hermano
Alberto nació en septiembre 1 de 1956 y murió el 31 de julio de 1993. Su vida fue intensa, llena de experiencias signadas por su temperamento alegre, osado, y por su energía creativa y transformadora. Único hombre con seis hermanas, fue el consentido y travieso tercer hijo de Marichú Restrepo y Alberto Llano. Estudió en el Colombo Británico y en el Berchmans. Hizo su bachillerato en el Bolívar. Amiguero, noviero, en los tres colegios tuvo gallada al igual que en su barrio.
Encontró su profesión en la Escuela de Arquitectura de París, donde se graduó e inició su carrera. Pero al morir su padre volvió a Cali y, con el apoyo de su madre, tomó las riendas de la empresa familiar que había pasado por un duro momento, aunque ya había introducido en el mercado el Té Hindú. Alberto se nutrió en la India, principal productor de té, y dio inicio a la internacionalización de la empresa: trajo a las plantaciones de Bitaco expertos internacionales y diseñó la nueva fábrica. Mi hermano fue pionero en las nuevas siembras de corredores biológicos para beneficio de las aguas y la biodiversidad; inició la construcción de reservorios, la plantación de hierbas aromáticas, y los primeros ensayos de saborización natural de tés. Su tesis de grado se concentró en las construcciones necesarias para la hacienda Himalaya; a él le debemos un legado arquitectónico sin igual en Bitaco, que se mimetiza con la belleza de los jardines de té, las aromáticas y el bosque de niebla.
Pero también debió afrontar la cruda realidad nacional: los grupos ilegales que empezaron a pasar y a pernoctar en el corredor estratégico de Bitaco. Alberto enfrentó con tal valentía a los grupos violentos que le costó la vida. Él consideraba que la única manera digna de frenarlos era enfrentándolos y permaneciendo en el territorio; creyó que sus colaboradores, con quienes tenía una cercana relación, podrían contrarrestar a los insurgentes. Porque sus empleados lo querían. Aún hoy, quienes lo conocieron siempre me hablan de él, recuerdan cómo trabajaban, como se reían. Nadie lo olvida, era un líder carismático y alegre.
Dos años antes de su muerte se casó con Lina González quien nos sigue acompañando en su tarea publicitaria, y nueve meses antes había nacido Alberto, su hijo. Nunca olvidaré a Alberto papá galopando en su caballo árabe, feliz con su bebé de un mes en brazos. Alberto amaba profundamente los caballos; desde niño nuestro padre lo estimuló a montar, y cuando se graduó de arquitecto, le regalamos su caballo árabe, Scare. El día de su asesinato iba para una cabalgata. Después de su muerte, Scare permaneció años esperándolo, muy triste hasta que murió; al igual que sus perros.
Yo soy la hermana que le siguió, fui su cómplice con las novias, con el parche de amigos rockeros. Él me acompañó en varios momentos muy importantes de mi carrera artística y me compartió sus sueños. Cuando me senté en su escritorio y asumí sus retos, sentí que me soplaba, yo lo tengo muy cerca y muy adentro. En 2001 pude rendirle un homenaje artístico en mi monólogo Mujeres en la guerra, y en 2009 hice una obra en su memoria, Columpio de vuelo. Con esta pieza quise poner al servicio mi presencia escénica para mostrar su ausencia que sigue doliendo. Mi mayor alegría es poder decirle a diario que sus sueños se cumplieron, que al año siguiente de su muerte en su homenaje sacamos la línea de aromáticas, un té gourmet, el té con leche; que su familia se la está jugando toda por un desarrollo sostenible en el territorio, que somos líderes en tés, aromáticas e infusiones frutales con la marca Hindú a nivel nacional, que el té Bitaco, marca de origen, ya incursionó en los mercados gourmets más exigentes del mundo; y que aquí todos, familia, amigos, colaboradores, lo recuerdan con mucho cariño. Este sábado subimos al punto más alto de nuestra Reserva Natural Himalaya; Noé Gutiérrez, el bitaqueño que más sabe de bosques nos lideraba. En el recorrido hasta la cima me habló de Alberto, de las cabalgatas y aventuras juntos.
Cuando nos despedimos le mencioné su aniversario, y me dijo: “¿25 años? Yo a cada rato pienso en él”. Y yo le comenté: “No hay día que yo no lo recuerde”. Mi meta es hacerle un homenaje como él quisiera: con el gozo profundo de estar vivos que él disfrutó tanto, y con la esperanza puesta en el final de esta guerra horrenda de la que fue víctima.
Para que su hijo y las siguientes generaciones puedan vivir en un país que progresa en el respeto por el otro, el desarrollo y la equidad, al que nuestra familia contribuya haciendo prosperar este pedacito de planeta que nos ha visto llorar y reír.
*Carlota Llano