La Buenaventura desconocida para la mayoría de los colombianos fue la que descubrieron esta semana 400 turistas europeos que llegaron a bordo del primer crucero que arriba a su puerto. De frente se encontraron con una descarga verde de paisajes, el melodioso sonido de las marimbas, la cadencia del un currulao, la explosión de sabores de su gastronomía, todo ello unido a la amabilidad y alegría de un pueblo que lleva su cultura en la sangre y tiene, por sobre todo, un corazón de oro.

Las imágenes del MS Hamburg, de bandera alemana, fondeando en la ciudad más importante del Pacífico colombiano, le recordaron al país ese tesoro escondido del que apenas empiezan a brillar unas cuantas joyas. Y cómo esa riqueza indiscutible tiene un potencial inexplorado, que puede hacer la diferencia en el progreso de sus comunidades.

En Buenaventura, que es mucho más que el puerto marítimo por donde Colombia mueve la mitad de su carga internacional o la ciudad de los problemas sociales y de seguridad, se conjugan esos destinos ideales para un viajero aventurero, para aquel que quiere tranquilidad lejos del azar de este mundo moderno o para ese otro al cual le atrae la naturaleza en todo su esplendor.

Playas que se funden con la selva, caminos que se entretejen para develar cascadas cristalinas, ballenas que maravillan con sus danzas y sus cantos, aquellos con los que arrullan a sus ballenatos recién paridos en las aguas cálidas del Pacífico tropical. Y en cada rincón de esos paisajes, un bonaverense de sonrisa amplia dispuesto a brindarle al visitante la experiencia más gratificante de su vida.

La llegada del MS Hamburg y de los 400 turistas europeos se sintió esta semana como un nuevo comienzo, en el que es posible construir una realidad distinta para Buenaventura y para su gente, en la que lo positivo sea lo importante y sinónimo de oportunidades, mientras lo demás se va superando. Se lo merecen la ciudad y sus habitantes.

Los problemas, que no son pocos, hay que resolverlos, en especial aquellos que se derivan de la indiferencia y la desatención de un Estado incapaz de tratar como se lo merece a la urbe más importante del Pacífico nacional, que es a su vez la de mayor potencial y proyección de cara al futuro del país. Buenas carreteras, el dragado de profundización tantas veces prometido, el retorno equitativo de los ingresos que produce el puerto así como el desarrollo sostenible de sus recursos, incluido el turismo, no dan más espera.

Buenaventura se merece que lleguen más cruceros con visitantes de todos los rincones del planeta para que disfruten de sus atractivos, de su cultura, de sus tradiciones, mientras se mezclan con su pueblo alegre y acogedor. Buenaventura debiera ser el destino natural de los vallecaucanos, muchos de quienes desconocen ese paraíso tan cercano, que también hace parte de su sangre y de su corazón.

Buenaventura tiene que estar en el radar permanente de Colombia, que ya no puede estar tan lejana, tan indolente, tan despreocupada de una ciudad que junto a su entorno está llamada a ser el futuro de la Nación.