El municipio de Guatavita, departamento de Cundinamarca, es uno de los pueblos de herencia precolombina y colonial con más turismo del país. Pero, Guatavita, no se confunda con la laguna del mismo nombre, que está ubicada en el pueblo vecino de Sesquilé, tiene una historia que pocos conocen en la actualidad, puesto que este pueblo de casas blancas de estilo colonial y republicano, fueron construidas a finales de los años 60 del siglo XX.
El pueblo, que fue fundado en el siglo XVI por el oidor Miguel de Ibarra, era desde épocas precolombinas un territorio de la cultura muisca que por su cercanía con la laguna de Guatavita, donde hacía los rituales de investidura del Zipa, lo habían convertido en centro religioso. Sin embargo, esta población, que luego de la llegada de los españoles se mezcló con criollos, siguió siendo muy pequeña hasta la segunda mitad del siglo XX.
De acuerdo con el sitio oficial del Municipio de Guatavita, para el año 1964 se empezó a construir un nuevo pueblo, a unos kilómetros cerca del lugar original, para que allí se mudaran los habitantes, dado que el sitio donde moraban sería inundado para hacer el embalse de Tominé, que ayudaría a solucionar las necesidades hidroeléctricas e hídricas de Bogotá.
Para 1967, las personas comenzaron a mudarse a la nueva Guatavita, construida por la firma Llorente & Ponce de León Ltda. “La Ciudad consta de 2 partes, la familiar que es un conjunto de casas simétricas donde vive la población nativa, y la pública o cívica donde están los edificios del Gobierno, plazas, almacenes, restaurantes, iglesia. etc., algunas reliquias se guardan en el Museo Parroquial y el Museo Muisca”, en el sitio oficial.
El embalse quedó de una longitud de 18 kilómetros, 38 metros de profundidad y 630 millones de metros cúbicos de agua, que cubrieron las construcciones antiguas. En total, de acuerdo con El Tiempo, fueron trasladadas 1.264 personas.
De acuerdo con Teresa Ramírez, habitante consultada por el medio citado y quien presenció el traslado, “Guatavita la vieja era de casas antiguas, blancas, uniformes y con techos de barro, eran débiles porque no las hicieron pensando en una inundación y cuando pasó, a algunas personas se les reconoció económicamente para dejar atrás su casa”.