El nombre puede verse a la distancia en la Calle 5 con Carrera 76: Complejo de Servicios de Salud Pública Aníbal Patiño Rodríguez. En una ciudad cargada de calles, de estatuas, de edificios con nombres, aquel Aníbal parece perderse en esa vertiginosidad.

¿Quién era? ¿Por qué el nombre de ese hombre que murió el pasado 7 de marzo en Cali aparece en aquella construcción?

Las señas oficiales dicen que fue un brillante ambientalista, científico, ganador de la Gran Cruz de la Universidad del Valle (1991), de dos medallas al mérito ecológico de la CVC, de la Orden de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca-Cruz Caballero (1991), del Premio Planeta Azul del Banco de Occidente, de la Distinción Nacional del Medio Ambiente en la modalidad vida y obra y del premio El Colombiano Ejemplar, categoría Medio Ambiente 2007.

De Aníbal Patiño nos dicen también que gracias a su lucha la Laguna de Sonso fue considerada una reserva natural, que ha sido uno de los más importantes estudiosos del río Cauca y fue una de las voces más fuertes por su cuidado; que estudió animales como el Bocachico y que fue un intelectual y un activista del medio ambiente en la ciudad.

Las opiniones, por otro lado, nos retratan a un caballero: “Soy admirador de él porque actuamos en el mismo campo, tuve la oportunidad de conocer al ser humano, más que al científico. Un hombre sensato, cariñoso. Fue un padre ejemplar, un hombre decente”, dice el director del Dagma, Luis Alfonso Rodriguez Devia.

Jorge Carlos Figueroa Ortiz, director del Inciva, afirma que su muerte es una de las grandes pérdidas para esta ciudad.

Con todos esos datos, el nombre de Aníbal Patiño Rodríguez que lleva el Complejo de Servicios de Salud Pública adquiere algunas de todas las dimensiones humanas de quien hasta el pasado martes lo portó en la tierra.

No se exagera si se dice que se trataba de un héroe, de uno de esos desconocidos cuya voz bien puede cambiar el mundo.

En un tiempo como este, en el que las crisis del medio ambiente hacen parte de las angustias políticas, lograr hacer de una laguna olvidada una reserva natural es un genuino acto de heroísmo.

En un tiempo como este y en un país en el que el campo y la naturaleza parecen estar al final de los intereses políticos y sociales, que un hombre dedique su vida a hablarnos de la necesidad de cuidar de los ríos es otro acto del más original heroísmo.

Así que el hombre que murió el pasado martes a los 97 años y cuyo nombre aparece en aquel edificio de la Calle 5 es sin duda un héroe.
Su obra no ha merecido los estruendos de la televisión o el cine y, aunque perdura en la memoria de quienes lo conocieron y quienes como él creen en su lucha, se tiene la impresión de que va desapareciendo de a poco, de que se va convirtiendo en un nombre que parece no decirle nada a nadie. En una indicación.

Su hijo, el escritor y poeta Carlos Patiño, escribió el libro de poemas ‘Hotel Amén’, en el que menciona a su padre en varias oportunidades. “En presencia del padre, los niños callan”, dice uno de sus versos. En la ausencia de ese héroe, la ciudad también debería callar por algún tiempo.