Cuando Salomón García y 312 campesinos más de la Asociación de Pescadores y Piangüeras del Río Cajambre, Pinpesca, terminaban de echar sus redes en el Pacífico, aceleraban los motores de sus lanchas hacia Buenaventura para vender el pargo, la corvina, el berrugate y el gualajo, aunque fuera de noche o el mar estuviera picado.
Como no tenían frigoríficos, no había más remedio que navegar las tres horas que dura la travesía de ida y regreso a negociarlos rápido y a cualquier precio, para que no se deterioraran. Aún así, varias veces llegaron descompuestos y estos ‘lobos de mar’ de las veredas Silva, Fragua, Boca del Brazo, Guayabal, Timba, Pital y Punta Bonita, del Consejo Comunitario del Río Cajambre, perdieron su jornal bajo el calcinante sol costero.
También se malgastaba la gasolina para la nave, y más aún, los bultos de hielo en los que conservaban el producto, por lo que el negocio pesquero, su principal fuente de ingresos, se les volvía literalmente agua.
Pero esto es cosa del pasado, porque estos campesinos fueron beneficiados con el Programa de Energía Limpia para Colombia, Ccep, por sus siglas en inglés, de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Usaid, el cual acaba de concluir tras 5 años de realizar proyectos de energía solar y eficiencia energética en el país.
Esta región de pescadores y piangüeras recibió un sistema fotovoltaico de 7,8 kilovatios para la sede de Pinpesca, en Punta Bonita, en cuyos techos se instalaron 32 paneles solares. También, 36 baterías que almacenan la energía para que funcione día y noche y 10 refrigeradores con capacidad de 225 litros cada uno.
Cajambre está en una zona no interconectada al sistema eléctrico, por lo cual sus pobladores dependen de las plantas eléctricas para ver un partido de fútbol en televisión o alumbrar sus calles. Pero solo las ponen a funcionar unas horas por falta de dinero para el combustible.
En medio de sus carencias, el sol que hoy congela su producción les mejoró la vida significativamente, expresa Wilfrido Angulo, de Pinpesca, mientras camina sobre puentes de madera que les ayudan a esquivar la marea. Está en Punta Bonita y va presuroso a encontrarse con su mujer, que lo espera con un plato de ‘tapao’ de pelada, uno de los tantos pescados que les provee el océano.
Sobre los beneficios del sistema, José Eddy Torres, director del Ccep, explica que “les permite acopiar suficientes cantidades de pescado que justifiquen llevar la lancha desde Punta Bonita a Buenaventura”.
Por ello, estos avezados navegantes morenos ya no andan cabizbajos. Encomendados a su patrona, la Virgen del Carmen, pudieron llegar a buen puerto.
La luz llegó a Chachajo
Partiendo del Bajo Calima, a tres horas en lancha por el río San Juan, se llega a Chachajo, morada de 500 indígenas Wounaan. Cuenta el gobernador del cabildo, Francisco Barquero, que el nombre del resguardo evoca la fineza de un árbol muy apreciado en esta selva húmeda limítrofe con el Chocó.
En estos territorios no todos tienen acueducto, pero a cambio reciben lluvia a diario y al igual que en Cajambre, las familias recogen agua en vasijas para los alimentos y todo lo demás.
Tantos aguaceros crecen al río San Juan, que inunda los patios, haciendo flotar los potrillos (canoas) que están por todas partes, porque allí son el vehículo de transporte obligado.
Eufóricos, los niños se vuelcan a las embarcaciones, toman el remo y juegan a ser canoeros. El paisaje así se antoja parecido a una ‘Venecia’ indígena.
Al irse los nubarrones dejan el cielo despejado para que la luz del astro rey llegue a 42 paneles solares que les donó el Ccep a igual número de hogares. Cada uno tiene su propia batería para almacenar la energía y usarla en la noche en la iluminación de las viviendas, en el jardín infantil, la escuela, el colegio y la casa de reuniones. También les sirve para recargar la batería de sus celulares.
Las oscuras calles de estos ribereños tienen hoy postes de alumbrado que se prenden y apagan automáticamente, según el grado de oscuridad.
“Nos cambió la vida con la energía, estamos muy contentos, los niños antes no estudiaban por la noche y ahora se quedan hasta las 11:00 p.m. Ya no nos afanamos por hacer la merienda temprano por la oscuridad; la hacemos entre 7:00 p.m. y 9:00 p.m.”, sostiene Nolberta Pertiaga, una de las pocas mujeres que habla con los visitantes.
Ellas visten la tradicional paruma, una tela de lino en un solo tono que amarran a la cintura a modo de falda.
Dice que algo que los tiene muy felices a todos es que las indígenas ya pueden tejer sus artesanías con palma de werregue alumbradas con bombillos, no con velas, como antes.
Aún hay más familias que le dijeron adiós a las velas y a los mecheros de petróleo en el Litoral: en la Isla Punta Soldado, frente a La Bocana, 114 hogares tienen un moderno sistema solar centralizado, en el que también aportó recursos Celsia-Epsa.
Otro resguardo, Santa Rosa de Guayacán, a orillas del río Calima, estrenó 23 sistemas unifamiliares como los de Chachajo. Y si bien estos nativos siguen comprando velas, ya no son para alumbrarse, sino para encenderlas a Ewandam, Dios en dialecto Wounaan.
Sin duda, a estas comunidades les llegó la buenaventura en forma de electrificación gratuita. Y algo muy importante: a través de una energía limpia, amigable con el medio ambiente.