A pesar de que Buenaventura y sus puertos le aportan a la Nación más de $5 billones en impuestos al año, el retorno de ese dinero, traducido en inversión oficial, es bajo, por lo que el municipio enfrenta escasez de agua, un desempleo rampante, altos niveles de pobreza y otras necesidades básicas.

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La situación es compleja, ya que además de esas carencias, y los problemas para la atención en salud y educación, la ciudad enfrenta inseguridad y la acción de bandas criminales. Muchas familias han sido víctimas del conflicto armado, sobre todo en la zona rural.

Por eso Buenaventura es considerada una ciudad de contrastes, pues mientras su red portuaria, la más importante del país —con cinco terminales marítimos— mueve el 60% del comercio exterior colombiano, un alto porcentaje de la población no tiene trabajo. Miles viven de la informalidad, por cuenta propia y de las ventas ambulantes.

La situación es paradójica, ya que así lo reconocen los propios gremios y empresarios, ya que mientras las inversiones en puertos son millonarias, los recursos que llegan para convertir a Buenaventura en ciudad-puerto, llegan a cuenta gotas. La corrupción es otro lío que afecta a los bonaverenses.

Las crecientes migraciones desde diversos puntos de la Costa Pacífica —en especial por el conflicto armado y el desplazamiento forzado— han agravado la situación social del municipio, pues muchas familias llegan casi a diario al casco urbano para asentarse en las zonas de baja mar en cambuches, ranchos y viviendas lacustres.

Al igual que la falta de agua potable, más de la mitad del día, el servicio eléctrico es deficiente. Se cuenta con una sola línea de transmisión, ya que en caso de año o atentados, como en el pasado, Buenaventura sufriría un largo apagón, como sucedió años atrás por la voladura de varias torres de energía.

Se trata de un panorama complejo social y económico para el primer puerto sobre el Pacífico, hoy el más importante de Colombia. Las cifras lo dicen todo.