"Lo que pasó entre nosotros fue una enorme tragedia. En la medida en que uno se acerca más y más, comprende la dificultad de decir las barbaries a las que llegamos en el conflicto armado interno, cómo esta locura de la guerra degradada desde todos los lados causó las atrocidades más inconcebibles y cómo pone en evidencia la forma como los colombianos llegamos a negar nuestra propia humanidad".

Así explica el padre Francisco de Roux el propósito que mueve a la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición que ya cumplió un año de funcionamiento bajo su tutela.

De los hallazgos realizados, de la necesidad de que todos los involucrados en el conflicto cuenten lo que pasó y de lo que debería venir de cara a la posible continuación de las movilizaciones sociales en el país, habló el sacerdote jesuíta.

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La Comisión de la Verdad acaba de cumplir su primer año de funcionamiento. ¿Cuál es el balance?

Hemos encontrado una enorme dinámica en el país porque se diga la verdad desde todos los lados. Lo hemos sentido en las 28 Casas de la Verdad que tenemos en Colombia, en el Amazonas, Arauca, el Catatumbo, el Bajo Atrato, Quibdó, Buenaventura, el Magdalena Medio, el centro del país.

Hemos recogido 7500 testimonios rigurosamente preparados, que nos ayudan a ver las cosas desde las víctimas pero también desde responsables que han aceptado voluntariamente contribuir a la verdad. Hemos podido hablar con muchísimas personas en conversaciones privadas y colectivas, en eventos como el de Sumapaz, donde hablaron campesinos de todo el país; como el de Medellín, para conocer sobre los 17.000 niños que fueron llevados a la guerra.

Hicimos en Pasto el evento de las mujeres buscadoras de sus familiares desaparecidos y en Cartagena el del abuso y la violación a las mujeres durante el conflicto. En Quibdó hicimos la reunión sobre la verdad del asesinato de los líderes en el Pacífico, todos son esfuerzos por movilizar al país, porque solo la verdad nos hará libres, como dice el Evangelio. Por eso no me sorprende que haya aparecido esa búsqueda de la verdad en torno a las fosas comunes que se hallaron en Antioquia.

¿Y cuál es el propósito de esa búsqueda de la verdad?

Con toda franqueza, lo que pasó entre nosotros fue una enorme tragedia. En la medida en que uno se acerca más, comprende la dificultad de decir las barbaries a las que llegamos en el conflicto armado interno, cómo esta locura de la guerra degradada desde todos los lados causó las atrocidades más inconcebibles y cómo pone en evidencia la forma como los colombianos llegamos a negar nuestra propia humanidad... Hay que empezar por los que nos quedamos callados cuando estaban pasando estos asuntos, por una ciudadanía que no ejerció veeduría sobre lo que estaban haciendo sus instituciones, y hay que plantearse preguntas sobre cómo, para proteger el honor o la legitimidad de estas instituciones, se taparon las cosas.

Cómo fue posible que los líderes espirituales no nos hubiésemos pronunciado con determinación, que la educación no hubiera enfrentado estas cosas, que el periodismo no hubiera tenido el coraje de enfrentarlo inmediatamente, que en el empresariado, los que se dieron cuenta de que las cosas estaban pasando, tampoco actuaran, y lo que nos pasó con el Gobierno y las alcaldías. Pero el propósito es, repito, una toma de conciencia profunda para construir un futuro completamente distinto.

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¿O sea que esa es la principal tarea?

La gran tarea que tenemos es recoger esa memoria y, en lugar de convertirla en un volcán de odios, resignificarla para decir esto no nos puede volver a pasar; es establecer con rigor cuáles son las cosas que son verdad y ponernos en una tónica de ‘vamos a construir juntos un país nuevo, donde quepamos en nuestras diferencias, donde nos respetemos y donde la dignidad humana de todos prevalezca por encima de cualquier cosa’, así como el cuidado de la vida. Es una verdad para la no repetición y la reconciliación entre todos, en la condición de que si no reconocemos e incorporamos lo que nos pasó, no será posible garantizar que no se vuelva a repetir.

Hay expectativa porque los empresarios también aporten a la verdad.
En Colombia hay más de un millón de empresarios, desde el que tiene una pequeña ferretería hasta el presidente de una multinacional. Hay muchos empresarios que han estado preocupados por esto y hay otros que, como la mayor parte de los colombianos, dejaron que las cosas pasaran sin reaccionar, otros que fueron extorsionados y secuestrados, otros obligados a contribuir a la guerra y hay otros que contribuyeron con su dinero a pagar al paramilitarismo, por eso no se puede generalizar.

Pero la voz de los empresarios es muy importante, sobre todo ahora, porque estamos escuchando a las víctimas y a los distintos actores del conflicto y si no escuchamos responsables de todos los lados o a afectados de todos los lados, difícilmente podemos contrastar lo que pasó.

¿Pero pareciera que el país no está preparado para conocer la verdad, pues cuando se habla de ella se generan odios y discusiones?

Siempre ha habido temor en todos los países de conocer la verdad y el caso colombiano es particularmente complicado porque el conflicto continúa, al igual que los asesinatos de líderes sociales; las disidencias de las Farc han comenzado a extorsionar, hay muchos sinsabor en los mundos indígena y afro por las cosas que siguen aconteciendo; los gaitanistas siguen actuando, el ELN sigue en guerra y, por supuesto, el Estado sigue en guerra con esa guerrilla.

Y, luego, hay toda esta exacerbación de la polarización. El Twitter sobre esto del conflicto se volvió una cañería, es una vergüenza el Twitter como está y en ese contexto abrirse espacio con la verdad no es fácil. Incluso, en algunas víctimas que vienen a darnos testimonio hay miedo y por eso en muchos lugares no podemos esperar que ellas lleguen sino que tenemos que irlas a buscar en sitios seguros. No obstante, a pesar de que eso es cierto, por ejemplo en las cárceles, hay personas que nos han dicho ‘habiendo sido militar o estado en la guerrilla o con los paramilitares, fui condenado por mi culpa, reconozco lo que hice, pero no quiero dejarles a mis hijos la imagen de una persona que hizo simplemente el mal, quiero contribuir a construir un país nuevo y si lo que puedo hacer es contar la verdad, quiero decirla’.

También hay una sensación de desesperanza porque el conflicto armado no se acabó...

Yo lo pondría en estos términos: no hemos tenido el coraje para poner los Acuerdos de Paz en el centro de la transformación que hay que hacer en el país. Son Acuerdos para la transición y está claro que para que logren su cometido se requieren 20 años de trabajo, pero al mismo tiempo se requiere una voluntad política que la sentí en las elecciones y en la forma cómo los ciudadanos eligieron a los nuevos mandatarios en el Valle, en Bogotá, en las ciudades más importantes y en 800 municipios. Esto hay que tomarlo en serio, hay que ponerlo en práctica, tomará años, estaba clarísimo que no se podía hacer todo de una vez, pero que hay que hacer todo lo que se pactó en La Habana e incluso hay que ir mucho más allá. Estamos esperando líderes que sean capaces de tener esa grandeza. Hay que hacer la Reforma Rural Integral, acabar con la coca, transformar la democracia, permitir que las víctimas estén en el Congreso. La gente sí tiene la sensación de que muchos piensan ‘no nos opongamos a esa Paz, pero hagamos lo justo para que nos digan que la estamos cumpliendo pero no vamos más allá’. Eso sí crea incertidumbre, porque en el país está siempre la posibilidad de que si las cosas no se hacen con gran determinación, se vuelva a prender fuego.

El año pasado se vivió una situación muy difícil con el paro nacional. ¿Cuál es su reflexión, ahora que se anuncian nuevas movilizaciones?

Honestamente, mi visión sobre lo que pasó con el paro es positiva. Yo sé que Cali sufrió mucho porque se produjeron actos de vandalismo, pero la sensación que tuve fue la de un país que, llevado por su juventud sobre todo, se abría a nuevas posibilidades y se quería colocar más allá de las polarizaciones para invitar a que construyéramos con esperanza una realidad distinta.

Repito, lo de Cali tiene sus peculiaridades, porque es una de las ciudades donde más se vive la inequidad que hay en el país, no la pobreza sino la diferencia entre ricos y pobres, entre otras cosas por los enormes desplazamientos del Pacífico que se generaron hacia acá por el conflicto.

Costará un gran esfuerzo para que la ciudad incorpore a esa gente, pero fuera de los pocos episodios que hubo en Bogotá y Bucaramanga, lo que ha sido esto en la Costa, en Medellín, en otras ciudades, es de un fervor y una ilusión muy grande. Por otra parte, si lo han leído bien, es un movimiento que no quiere destruir las instituciones, sino que esas instituciones los escuchen y los acojan para poder avanzar juntos.

Espero que, por un lado, el Gobierno, invitando a una Gran Conversación Nacional, con personas que él mismo ha escogido, y, de otro lado, el Comité del Paro, que no está pidiendo solo conversación sino negociación, converjan, para que se pueda avanzar en un solo propósito.

Pero allí también se han radicalizado las posiciones y ha habido violencia de lado y lado...

La Iglesia invitó a una expresión de la sociedad presentando su protesta y sus puntos de vista, pero una y otra vez insistió en que se hiciera sin violencia. La confrontación con el Esmad y las barricadas hacen muchísimo daño y es contrario a lo que configura la profundidad de la expresión colombiana, que es distinta a la de Chile y a la de otras partes.

Yo no sé cómo van a continuar las cosas, pero esperaría que predomine la voz de una sociedad que quiere ser escuchada. Creo que mucho pueden hacer los nuevos gobernadores y alcaldes acogiendo a la sociedad y sobre todo a la juventud. Estoy convencido de que tenemos que oírnos y hacer una gran conversación entre todos los colombianos.

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