La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, Ungrd, realizó una visita a Buenaventura luego de varias denuncias realizadas por el diario El País, para evaluar la emergencia que presentan algunos corregimientos, en los que el fuerte oleaje del mar ha destruido gran parte de las viviendas costeras.
En su visita, la entidad identificó riesgos críticos para la población y plantearon acciones para mitigar el impacto y proteger a las comunidades de Juanchaco, La Barra y Ladrilleros.
Por ejemplo, en Juanchaco, la más afectada, se constató que la erosión ha destruido más de 100 metros de terreno y comprometido una zona de aproximadamente 800 metros.
Pese a que la Alcaldía de Buenaventura ha iniciado labores para gestionar recursos y proceder con los estudios y obras correspondientes, la Ungrd identificó la necesidad urgente de implementar los proyectos de emergencia y brindar asistencia técnica a la Administración Municipal para la radicación de iniciativas ante la Subdirección de Reducción del Riesgo la entidad.
En el caso de La Barra, la Ungrd identificó la pérdida del 60 % del terreno habitado. Por esa razón, la comunidad tuvo que desplazarse por sus propios medios hacia nuevos asentamientos, por lo que la entidad se comprometió a apoyarlos mediante bancos de materiales y asistencia técnica.
En Ladrilleros, aunque las viviendas no se han visto comprometidas por el momento, la comunidad enfrenta limitaciones en la movilidad por desprendimientos de rocas, significando un riesgo para la población que habita la isla.
En su visita a Buenaventura, la Ungrd informó que en el área urbana se presenta un hundimiento sectorizado del terreno que dejó diez viviendas comprometidas estructuralmente. Al respecto, la Unidad hizo un llamado para que la población que está en esas zonas damnificadas atienda las recomendaciones de las autoridades y permita su evacuación si es el caso.
A inicios de este mes, El País hizo la denuncia sobre la compleja situación que atraviesa esta población, quien por sus propios medios ha tenido que enfrentar cómo el mar ha devorado gran parte de sus territorios, al tiempo que ha derrumbado viviendas, zonas comunes, restaurantes, hostales, entre otros.
Algunos de los intentos de los habitantes por mantener las enormes olas al margen fue rodear las casas con costales de arena, pero no tuvieron resultados y con el paso del tiempo, contrario a mejorar la situación, más personas siguieron perdiendo sus viviendas y sus medios para generar ingresos.
“Eso pasó en un lapso de tres meses. Primero se llevó el camping. Después las cabañas y la casa donde vivíamos. Nos tocó subirnos a la loma. Ahora vivo en una casa que me alquilaron en el acantilado y trabajo como guía turístico”, le dijo Cristian Hurtado a El País, quien era dueño de Punto Amor, la zona de camping y cabañas que construyó con su suegra, pero de la que ahora no hay rastro.