Tenía 5 o 6 años y entonces allá, en Puerto Tejada, vio a un grupo musical, ‘Los macheteros del Cauca’ tocando tambores, cununo y marimba, y entonces conoció el amor. “Cuando vi el tambor supe que quería vivir entre ellos”, dice ahora, a sus 61 años, convertido en el fundador y director de la Fundación Katanga, la primera en Cali en dedicarse a la enseñanza del folclor afro y a la construcción de instrumentos tradicionales del Pacífico profundo.

Addo Obed Possú tiene la piel como una noche brillante de luna nueva y las manos con esa consistencia suave y tensa del cuero de un tambor. No es retórica: Addo es un receptáculo de todo el Pacífico y la cultura que en su seno construyeron los negros. Addo no es un hombre, es una selva.

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Luego de fascinarse con el tambor y aprender a tocarlo, a los 14 años llegó a Cali con su familia. Cursó bachillerato. Pero después, incapaz de ignorar el llamado de su sangre, empezó a estudiar Folclor Musical en el centro de capacitación Alfonso López Pumarejo, en el barrio del mismo nombre. Que fue donde el llamado tomó la forma de un mandato: antes de cumplir los 20 años Addo sintió que no podía vivir sin regresar a su tierra, al Pacífico caucano, para comprender cómo de un árbol callado podía surgir el clamor de una marimba. Entonces hizo el viaje de regreso, que fue en verdad un viaje del alma.

Sentado en su taller de producción de instrumentos musicales en el barrio Meléndez, al sur de Cali, Addo lo cuenta como si se tratara de una epopeya. Se fue al Cauca y se internó en la selva junto a los ancianos y poco a poco empezó a distinguir cada uno de los árboles y a conocer sus resonancias y a comprender los ciclos de la luna para realizar el corte, y fue cuando comprendió, también, que su vida solo tendría sentido si la dedicaba a eso, a construir los instrumentos que le dan voz a toda una raza, a su raza.

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Hay trabajos que guardan dentro del su sudor pura poesía, como el de Addo y las 20 personas que hacen parte de Katanga. Su labor empieza con los viajes del hombre hasta las selvas de Buenaventura, donde siembra árboles que luego corta y traslada hasta Cali para darle forma a guasás, marimbas y tambores con la justa fuerza de sus manos. En cerca de una semana puede construir una marimba y en tres o cuatro días, -si la piel que necesita ya está lista-, un tambor.

Hace unos 29 años, sin embargo, comprendió que fabricar instrumentos no era suficiente, que además tenía que llevar sus conocimientos a otros. Ese fue el origen de Katanga -nombre de una provincia del Congo famosa por la calidad de sus tambores – que hoy día ofrece talleres de formación y de capacitación a más de 100 personas, entre niños jóvenes y adultos del Bajo Calima y el Bajo Dagua, en la zona rural de Buenaventura.

La fundación, que enseña a hacer, bailar y fabricar música tradicional, no cobra nada a sus alumnos. Impulsada por la Gobernación del Valle, Katanga además se ha consolidado como una organización gestora de cultura, al tiempo que desarrolla programas de reforestación de las especies que se usan para los instrumentos.

Hay quienes dedican sus esfuerzos diarios a producir máquinas cuyo único fin es producir dinero. Addo y su fundación, se levantan todos los días para producir música. Y mantenerla viva. ¿Cómo es posible, en estos tiempos prosaicos, mantener vivo tal romanticismo? Addo responde sin siquiera meditarlo: “Yo solo me sentí realizado el día que aprendí a hacer un tambor. Desde entonces no he dejado de hacerlos…”.