Cali es una ciudad donde en los días de la pandemia por el coronavirus los infractores a las normas de bioseguridad se cuentan por miles. Hasta octubre de 2020, la Policía sancionó a 5.339 ciudadanos por no usar tapaboca o llevarlo mal puesto: en la cumbamba, colgado sobre la oreja a manera de arete, en el cuello, en el bolsillo de la camisa o en el bolso.
Por otro lado, durante el confinamiento, otros 15.086 caleños o residentes de la ciudad recibieron un comparendo por no respetar el toque de queda; a 1.046 los multaron en cambio por consumir bebidas alcohólicas en espacios públicos en días de restricción.
Según las estadísticas, la mayoría de quienes incumplen las medidas son muchachos de entre 14 y 28 años (16.276 comparendos en todo el año, incluyendo los meses previos a la pandemia) y entre los 29 y los 43 años (10.031 multas).
Los jóvenes que infringen la norma y son vistos por la Policía están entonces endeudados con el Municipio, pero eso al parecer no les supone una preocupación. Apenas el 3% de los comparendos que se imponen en Cali son pagados por los infractores.
Eso se debe a que las consecuencias de no hacerlo no afectan a la mayoría de las personas. En el Código de Policía, en el apartado de las consecuencias del no pago de la multa transcurridos 6 meses, dice que el sancionado no podrá “obtener o renovar el permiso de tenencia o porte de armas”, y en Cali son minoría los que tienen salvoconducto; o “ser nombrado o ascendido en cargo público”, y son contados los que aspiran a eso.
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Lo mismo pasa con los otros impedimentos en caso de no pagar el comparendo: “ingresar a las escuelas de formación de la Fuerza Pública; contratar con el Estado; obtener o renovar el registro mercantil”. Así que a la mayoría de los que siguen morosos frente al Código de Policía esa deuda no les representa mayor problema, por lo menos mientras la Alcaldía no contrate a un equipo de abogados dedicado a hacer los cobros, como lo anunció el Secretario de Seguridad, Carlos Alberto Rojas.
Hay otros datos que llaman la atención: casi el 70% de los comparendos en el año 2020 fueron impuestos a personas que viven en el estrato 2 y 3; un 13.5% de los comparendos corresponden al estrato 1; el resto a los estratos 4, 5 y 6. La comuna donde más multas se imponen es la 16, en el oriente de la ciudad, y la segunda es la 19, en el sur.
A la hora de conducir, la norma que más se infringe en Cali es no tener al día la revisión técnico mecánica. A octubre 31, se expidieron 106.663 multas por ese concepto. ¿Se trata de olvidadizos? Le siguen no tener Soat, conducir en pico y placa, no portar la licencia de conducción y pasarse los semáforos en rojo. O lo sucedido durante la celebración de Halloween: decenas de motociclistas que salieron en caravanas pese a que las autoridades prohibieron ese tipo de aglomeraciones con anterioridad.
Al respecto Paola Sánchez, más conocida como ‘Mamucha’, representante legal de la Asociación de Clubes Moteros, donde están afiliados 77 clubes, aclara que los grupos organizados no participaron en esas caravanas.
— Por lo menos no los que hacen parte de la Asociación de Clubes Moteros. Nadie se iba a arriesgar a que lo multaran. Tampoco a un contagio de coronavirus. O a que lo roben. Los robos de motos se han incrementado en Cali y las caravanas se prestan para este tipo de delitos. Entonces no se debe estigmatizar a todos los motociclistas. Los moteros organizados no estábamos en caravanas, sino en otro cuento: coordinar las donaciones de regalos para los niños, como lo hacemos cada fin de año.
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Henry Murraín no conoce a Paola Sánchez - él vive en Bogotá - pero de alguna manera está de acuerdo con ella en eso de no estigmatizar a la población. Henrry es el director del área de Cultura Ciudadana de la Secretaría de Cultura de la capital. Hace unos meses gerenciaba Corpovisionarios, el centro de pensamiento que creó el matemático y exsenador Antanas Mockus “para lograr el cambio voluntario de comportamientos individuales y colectivos relevantes para la convivencia”.
Murraín explica que, en términos de cultura ciudadana, cuando un grupo de personas infringe las normas se debe resaltar eso: que son una minoría. Pueden ser miles vistos bajo la lupa de las estadísticas, pero en una ciudad donde habitan millones de ciudadanos representan un grupo muy reducido.
— En todas las sociedades hay porcentajes, así sean mínimos, de personas que no cumplen la norma. El tema es la administración de esa minoría que incumple. El gran problema es que aunque son solo una minoría, narrativamente son sobrevalorados a través de los medios de comunicación y las redes sociales, donde se visibiliza de manera significativa a esas personas que transgreden la norma. Y eso contribuye a que aquellas personas que transgreden y son minoría, generen la sensación en la sociedad de que es mucha más la gente que incumple que la que realmente lo hace.
En Cali, la percepción es que son más quienes incumplen. Según la encuesta ‘Cali Cómo Vamos’, el 76.4% de los ciudadanos considera que la conducta frente al cumplimiento de la permanencia en casa durante la cuarentena fue mala. Apenas un 14% la consideró “neutral”, y un 9% como buena.
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Frente a la recomendación de mantener un distanciamiento de dos metros con el otro debido al coronavirus, la encuesta asegura que el 79% de los habitantes de la ‘Sucursal del Cielo’ considera que el cumplimiento de esa recomendación es malo. Algo similar ocurre con el uso del tapaboca. El 66% de los caleños considera que el comportamiento frente a esta norma no es el mejor.
— En la comunicación pública hay que ser cuidadosos. Estamos hablando de millones de personas que hacen cosas. Y cuando describimos la realidad a través de los medios, o a través de los debates de redes, seleccionamos algunos rasgos de la realidad, algunos comportamientos y algunos ciudadanos. Cuando sobrerepresentamos el comportamiento negativo, se contribuye a que la sociedad sea más permisiva frente a la transgresión. Al sobrerepresentar el comportamiento negativo de minorías, terminan teniendo mayor representatividad pública, lo que conduce al resto de la sociedad en la dirección de esa minoría – dice Henry Murraín, que en este punto hace una aclaración:
No se trata de que los medios o los debates en redes ignoren los comportamientos negativos, o que se dediquen a “contar historias positivas”; el debate va mucho más allá: se trata de narrar la realidad de una manera más justa, con una mayor representatividad. Hablar de los miles que infringen la norma, pero también de los millones que no lo hacen.
—La pugnacidad política ha favorecido que en Colombia se generan estas narrativas de la sociedad como colapso, porque frente al colapso se necesita un salvador o salvadora. Tenemos que empezar a ver cómo se construye una narrativa en la que la esperanza también sea una forma de contar atractiva, inteligente, bien lograda. Por ejemplo en Cali se habla de 100 o 200 motociclistas que salieron en caravanas. Uno dice: uy, en esta pandemia eso es un montón de gente. Pero si comparás esa población con el resto de la ciudadanía que respetó la norma, terminan siendo una minoría ínfima. Igual pasó en Bogotá con el Día sin IVA. El 90% de la gente decía en las encuestas: “ni por el chiras salgo a una aglomeración en un almacén”. Es una mayoría contundente. Pero el 10% sí estaba dispuesto a hacerlo. Y el 10% en una ciudad de 7 millones de habitantes es muchísima gente. Por eso el análisis de esta situación de pandemia, en la que se requiere el aporte de millones de personas, es importante que se haga con justicia de las proporciones.
El profesor Nelson Molina Valencia, director del Instituto de Psicología de la Universidad del Valle, explica de otro lado que quien incumple la norma lo hace debido a que no tiene ni conciencia, ni reconocimiento de la misma. Y eso ocurre porque no se siente parte de algo, vinculado a un colectivo con el cual deba ser responsable.
— Es lo que se denomina ‘anomia’: la desvinculación de la persona del grupo, desconociendo las consecuencias que tiene el incumplimiento de una norma. Si no me siento vinculado a la sociedad, lo que me están indicando no me pertenece, no creo en ello, lo puedo desafiar, y en esa desvinculación de lo colectivo lo que entra a jugar son unos altos sentidos del valor de lo individual. Te pongo el caso de los motociclistas que salieron en caravana: pueden ser pocos, pero en pandemia, si están contagiados, ellos podrían propagar el virus, perjudicando a miles de personas. Esa falta de visión de lo colectivo es el elemento base del asunto, como contrapeso del alto sentido de lo individual.
Aquella desvinculación con las normas de bioseguridad tiene que ver con los imaginarios que algunos ciudadanos mantienen: “el nuevo coronavirus es un invento de los políticos, un negocio, a mí nunca me ha dado, no conozco a nadie enfermo”.
También, entre algunos jóvenes, los más multados en Cali por la Policía, persiste la cultura que Henry Murraín define como la del ‘macho machito’, tan extendida en América Latina. Entre ciertos grupos de muchachos, el machismo hace que el riesgo, exponerse al peligro, bien sea a una barra brava o al covid, sea celebrado. Entonces ocurre lo que pasó en el barrio San Marino: la Policía debió intervenir una verbena donde se aglomeraron 800 personas, sobre todo menores de edad.
El profesor Nelson Molina señala también que el individualismo es una condición de los sistemas políticos neoliberales, y tanto Colombia como muchos países de América Latina y Europa están bajo ese modelo. Uno en el que se le da un fuerte valor al individuo, a las libertades individuales, frente a los valores colectivos y solidarios.
Igualmente tanto en Cali como en el resto del país y de América Latina, en algunos sectores de la población todavía se premia la ‘viveza’, saltarse la norma o lo que se conoce popularmente como ‘malicia indígena’. Somos la sociedad que celebra el gol con la mano de Maradona.
Danis Rentería, el Secretario de Paz y Cultura Ciudadana de Cali, añade al debate que esta es una ciudad receptora de inmigrantes a los que no se les garantizó unas condiciones de vida justas, sistemas educativos, y donde además algunos trasladaron las normas y las tradiciones de sus territorios, lo que chocó con la identidad caleña.
—Lo que venimos haciendo desde la Secretaría de Paz y Cultura Ciudadana no es imponer, sino conciliar con las comunidades. Cómo les damos a entender que en Cali hay unas dinámicas diferentes a las de sus territorios de origen. En Cali se habla del concepto de la caleñidad, para habitar la casa en común. Es un estado de convivencia en donde todos nos respetemos, nos apoyamos, donde podamos acatar las normas cívicas. Promoverlo es la labor que venimos desarrollando.
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El profesor Nelson Molina Valencia considera que, para lograr que las minorías que incumplen la norma las acaten, se debe vincular a esas minorías apelando a valores muy reconocidos en la ciudad. Por decir algo la salsa. O el fútbol, el Deportivo Cali y el América.
— Ese tipo de elementos alrededor de los cuales hay una filiación positiva podría ser aprovechado para transmitir los mensajes y que la gente se sienta responsable de algo mucho más cercano. Porque cuando el Presidente Duque o el Ministro de Salud hablan, la gente no tiene una cercanía tan directa, distinto a si lo hacen sus referentes. Los deportistas, los bailarines, los artistas, pueden ser clave para vincular desde el punto de vista emocional a los ciudadanos con el cumplimiento de la norma. Sin embargo, considero que en Cali ha habido fallas en las estrategias de comunicación, que quizá han sido efectivas, pero no afectivas, capaces de vincular a la gente a través de las emociones. La idea es que eventualmente la misma presión y vergüenza social de los que estén al lado sean los que ayuden a generar toda la contención, que no necesariamente tiene que ser policial. Puede ser pura presión social y vergüenza social lo que opere para hacer cumplir la norma.
Danis Rentería, el Secretario de Paz y Cultura Ciudadana, está de acuerdo. Su despacho, dice, ha trabajado con actores como ‘el Flaco’ Solorzano e influenciadores como ‘Bola 8’ para transmitir mensajes en la comunidad sobre la importancia de cuidarnos entre todos en la pandemia, “pero es cierto que es una estrategia que se debe reforzar”.
Otra de las estrategias con las que se intenta promover la cultura ciudadana es Graficalia, en la que la misma comunidad plasma murales en los barrios con los mensajes que considera importantes transmitir. El mismo objetivo se trabaja a través del programa de Huertas Comunitarias, dice Danis. El director de Cultura Ciudadana de Bogotá, Henry Murraín, considera que desde los púlpitos, las aulas – virtuales-los medios, la gerencia de una empresa, “todas las personas que tenemos algo de poder pedagógico y narrativo”, tenemos la responsabilidad de ayudarle a entender a la sociedad la importancia de cuidarnos en colectivo.
Al respecto, al profesor Nelson Molina le llamó la atención que en Wuhan, China, de donde provino el nuevo coronavirus, acaban de celebrar Halloween con fiestas multitudinarias. Al seguir las normas colectivas, lograron regresar a la normalidad.
— En cambio nosotros, por rehuir a la norma, en el fondo estamos renunciando a la posibilidad de seguir reuniéndonos en un futuro cercano. Entramos en una serie de contradicciones muy complicadas. Queremos volver a la normalidad, pero sin reconocer el sentido de la cohesión colectiva para lograrlo. Y si seguimos así no vamos a salir de ese circulo vicioso.