Sucedió durante un año. El colibrí cola de raqueta (Ocreatus underwoodii) llegaba todos los días a la finca La Conchita, ubicada en el kilómetro 18 de la vía al mar entre Cali y Buenaventura, para tomar agua con azúcar de la mano de Olga Cecilia Gómez Botero, la propietaria. Mientras tomaba agua, revoloteando su plumaje verde metálico, brillante, todo un cuadro, Olga, curadora de arte, le cantaba. Hasta que un día, el colibrí no volvió.

– Fue como si se me hubiera muerto mi mamá. Cuando se vive entre los pájaros, se desarrolla un vínculo muy especial. Ellos se comunican con uno. Es una mañana de martes y Olga está sentada en el comedor de la finca, al lado de un jardín repleto de plantas cuyas flores atraen a las aves: fucsias, abutilones, mermeladas, higuerones, anturios, heliconias, hortensias. En el comedor hay un libro, ‘La conducta de los pájaros’, de la investigadora Jenifer Ackerman, una de las invitadas a la Feria Internacional de Aves de Colombia que inicia el 16 de febrero en Cali. Junto a Olga está su esposo, Jesús Antonio Mendoza, ‘Chucho’, cuidador de aves. Todos los días se levanta a las 4:00 de la mañana para preparar el agua con azúcar de los bebederos – por cuatro de agua, una de azúcar blanca – poner los bananos y el cuchuco, trozos de maíz con alto contenido de energía.

En una ocasión, cuenta ‘Chucho’, llegó a la finca un pájaro que jamás había visto en su bosque. Se llama Grallaria. Es un ave rastrera que atrae a los avistadores. Jesús Antonio, para acostumbrarla a que llegara a la finca, comenzó a alimentarla con lombrices. Después de unos meses, cada que la Grallaria llegaba, lo llamaba con un sonido particular, muy distinto a su canto tradicional. Él le respondía. Hasta le puso nombre: ‘Conchita’, como la finca, que pronto se llenó de fotógrafos y pajareros quienes además de avistar aves, anhelan el ‘Shinrin Yoku’ (baño de bosque). Es una práctica japonesa que consiste en pasar tiempo en medio de la selva para mejorar la salud, el bienestar y la felicidad.

– A las perdices les digo ‘niñas’ y cuando me ven en el bosque, llegan a mis pies y me siguen, como si fueran pollos – dice ‘Chucho’.

La Conchita es una de las ocho fincas en el kilómetro 18 de la vía al mar entre Cali y Buenaventura que transformaron su vocación agrícola o ganadera o de casas de veraneo para en cambio cuidar el bosque de niebla y abrir sus puertas al avistamiento de aves. En parte gracias a eso, hoy la zona es considerada como uno de los mejores lugares en el mundo para pajarear. Solo a la Conchita llegan 18 especies de colibríes que son la sensación para fotógrafos extranjeros, sobre todo el Záfiro de Corona Violeta. También arriban más de 100 especies de otras aves como el Quetzal de Cabeza Dorada, el Trogón Collarejo, el Sirirí, el Tucán Colirojo, la Guacharaca, que en esta mañana se alimentan a unos cuantos paso de nosotros, tan tranquilos, como si estuvieran acostumbrados a la presencia de los humanos. Hace un poco más de una década, esos pájaros eran cazados, o capturados, por algunos campesinos y habitantes del kilómetro 18.

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La primera gran expedición para estudiar el bosque de niebla de San Antonio en el kilómetro 18 se hizo a inicios del siglo pasado. Se le llamó Expedición Chapman. Fue financiada por el Museo de Historia Natural de Nueva York y al mando estaba el mejor ornitólogo del mundo, Frank Chapman. Chapman y su equipo llegaron a Colombia en barco. Partieron desde Nueva York, arribaron a Buenaventura, atravesaron la antigua vía hacia el puerto hasta el bosque de niebla, donde permanecieron varias semanas estudiando las aves y registrando la variedad de especies en un listado. Desde entonces los grandes ornitólogos centraron su atención en ese bosque. Entre ellos, tres colombianos: Humberto Álvarez López, el padre de la ornitología moderna en el país; el biólogo caleño Manuel Giraldo y el también biólogo Gustavo Kattan, ya fallecido.

En 1994 publicaron una investigación en la que demostraron que cerca del 40% de las aves del kilómetro 18 se había extinguido a nivel local, porque se estaba reduciendo el bosque de niebla que, hace un siglo, estaba conectado con el Parque Natural Los Farallones. Debido a la tala indiscriminada durante décadas, quedó reducido a una pequeña selva ‘isla’, cercenada del parque. En 1995, una fotocopia de la investigación terminó en manos de Carlos Mario Wagner, un habitante del sector que en ese entonces apenas terminaba el colegio. Cuando leyó el artículo, Carlos Mario sintió alegría y rabia. Allí decía que el bosque de San Antonio, el patio trasero de su casa, era uno de los mejores lugares del mundo para observar aves. Pero también advertía que casi la mitad de las especies había desaparecido.

Carlos Mario decidió salir al bosque todos los días para conocer los pájaros que aún quedaban. Era una época difícil. El conflicto armado en Colombia estaba en su momento más álgido. El domingo 17 de septiembre del año 2000, la guerrilla del ELN cometió un secuestro masivo en el kilómetro 18. Se llevaron a 61 personas de los restaurantes. La familia de Carlos Mario estaba, además, preocupada por su futuro. Le decían que debía de estar loco por madrugar todos los días a las 4:00 de la mañana a ver pájaros. Él respondía que a eso se iba a dedicar. Sus papás pensaron que las aves no le iban a garantizar el sustento.

Sin embargo amigos y algunos vecinos empezaron preguntarle por qué se internaba en la selva. Carlos no podía describirles en palabras la alegría que sentía al avistar pájaros. Todavía no lo puede explicar. Les propuso que mejor lo acompañaran. Algunos “copiaron” y se convirtieron en pajareros.

– Con una pequeña cámara digital tomaba fotos de las aves y cuando se las mostraba a mis vecinos, se sorprendían de la belleza de los pájaros. En el imaginario de la gente del kilómetro 18, El Saladito, Felidia, no había esa conciencia de la riqueza natural que se tenía. Con la Asociación Río Cali, una ONG dirigida por miembros de la comunidad de la cuenca alto del río Cali, se logró que se declarara al bosque de niebla de San Antonio como un AICA: un área de importancia para la conservación de las aves.

El grupo de pajareo de Carlos Mario también comenzó a realizar talleres en las escuelas y en las fincas sobre la urgencia de cuidar los bosques. En esa época las actividades económicas de los habitantes del kilómetro 18 representaban una amenaza para el ecosistema: ganadería, agricultura, extracción de materiales, turismo de equipos de sonido a todo volumen que espantaban a las aves.

En uno de los talleres, José, el dueño de una finca, después de escuchar en silencio a Carlos Mario durante más de una hora, le dijo muy bonito el discurso, muy romántico eso de conservar la selva, pero soy ganadero y agricultor, y quiero darle una mejor calidad de vida a mi familia: que mis hijos vayan a la universidad. Y para eso necesito talar más bosque para ampliar mis fronteras agrícolas y ganaderas. Así la selva estuviera protegida por la ley, en la práctica era un canto a la bandera.

En ese momento Carlos Mario entendió que la única manera de proteger al bosque era comprometer a los habitantes del kilómetro 18 a que lo hicieran. Y para lograrlo, se necesitaba que la conservación significara ingresos económicos para la comunidad. Fue cuando se le ocurrió que, si los dueños de las fincas recibían recursos por los turistas que llegaran a observar aves, de repente se unirían para cuidar los árboles y con ellos a los pájaros.

Después de cinco años de pedagogía, los propietarios de las fincas creyeron en su propuesta. A una familia de campesinos, por ejemplo, les hizo una promesa: no talen el bosque durante un año. En ese tiempo, en cambio, les vamos a traer turistas. Van a recibir más dinero por los turistas que por la madera. Lo mismo hizo con un campesino que se dedicaba al tráfico de aves. Capturaba los pájaros y los vendía en la galería Alameda de Cali.

Fue así como se creó un movimiento conservacionista en el kilómetro 18 ligado a las aves. La primera finca que abrió sus puertas al aviturismo se llama Alejandría, propiedad de un ciudadano argentino, Raúl Nieto. A una hora de allí, en el kilómetro 55 entre los municipios de Dagua y el Queremal, abrió también el avistamiento de aves Doña Dora. Desplazada por la violencia desde el municipio de Pradera, llegó a ese punto de la carretera para vender café y hojaldras. Un odontólogo pajarero, Gilberto Collazos, le sugirió a doña Dora que pusiera una tabla con plátano para atraer a las aves, lo que aumentaría sus clientes. No le faltó razón. Hoy el avistamiento Doña Dora es visitado por fotógrafos de todo el mundo que buscan a uno de los pájaros más coloridos: el compás. Dorso café, plumaje gris, vientre rojo, mandíbula verde.

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La finca se llama San Felipe. Desde hace 38 años pertenece a Clara Elena Cabarcas Martínez y a su esposo. Clara reconoce que durante los primeros 35 años que fueron allí, no les pusieron atención a los pájaros. Sabían que estaban, pero eran parte del paisaje, nada más.

Todo cambió cuando un colega, ganadero, que vivía en Bogotá, le dijo que tenía planeado un viaje al kilómetro 18. ¿Para hacer qué?, le preguntó Clara, y le contó que ella tenía una finca. El ganadero le dijo que el kilómetro 18 es uno de los sitios en el mundo con mayor cantidad especies de aves, casi 400, y él, pajarero, iba a avistarlas. Fue la primera vez que Clara escuchó la palabra pajareo.

Enseguida se dio a la tarea de investigar sobre las aves y el turismo que generan. Colombia tiene 79 especies endémicas, es decir que no se encuentran en ningún otro lugar del planeta, y varias vuelan sobre el kilómetro 18, como la tángara multicolor. Clara además había decidido ponerle fin a la ganadería de leche que tenía en Cundinamarca. Anhelaba regresar a Cali. Y tenía un propósito superior: ofrecer un motivo más para visitar la ciudad, además de la salsa. Hoy su finca San Felipe es considerado de los sitios predilectos de los fotógrafos de pájaros.

Es el único lugar donde llega a un comedero una paloma muy apetecida por los avistadores, la Geotrygon montana. Es un ave tímida, por lo que rara vez se deja observar. Quien logró que superara esa timidez tiene el nombre de un médico que hacía milagros: José Gregorio Hernández, cebador de aves.

– A las especies difíciles de atraer les pongo nombres. A la paloma Geotrygon montana, le digo Juanita. A la Grallaria, Leticia. Al Tinamú, Carlitos. Cuando llego al comedero, les digo a los avistadores que tienen que estar en silencio, y ellos me miran como si estuviera loco cuando empiezo mi canto: digo Leticia, mi amor, venga, y llega la Grallaria; digo Carlitos, salga, y aparece el Tinamú, o digo Juanita, no sea tímida, y se asoma la paloma. Las aves son mis amigas – dice José Gregorio.

En San Felipe hay un sendero de 650 metros, con una línea de vida, un lazo sostenido por postes, donde las personas invidentes pueden vivir la experiencia de observar a las aves, solo que, por supuesto, a través de sentidos distintos a la vista. Lo mismo ocurre muy cerca, a cinco minutos en carro, en la Finca Bosque de Niebla, Birding and Nature, propiedad de una familia de pajareros: la abogada Ángela Márquez Trejos, su esposo, el ingeniero de sistemas Luis Eduardo Camacho y su hijo, Juan David, uno de los guías de aves más jóvenes de Colombia.

Ángela y Luis Eduardo coincidieron en que, siendo niños, soñaron con ser biólogos. Por esas cosas de la vida terminaron en otros oficios. Hasta que Luis Eduardo conoció un grupo de pajareros y comenzó a acompañarlos los fines de semana. Un año después se le unió su hijo, que en ese entonces apenas tenía seis años, y meses después se les unió Ángela. Fue tal la fascinación de la familia por las aves, que vendieron su apartamento en Cali, su carro, y compraron la finca, donde en su bosque permanecen pájaros de nombres tan bellos como su plumaje: el Clarinero Primavera, el Frutero Escamado, la Perdiz Colorada.

Después de haber recorrido decenas de sitios de avistamiento, adecuaron el suyo con la idea de cubrir todas las necesidades de los avistadores. Como la mayoría de los aficionados a las aves son jubilados, instalaron pasamanos en los senderos. Sembraron además decenas de plantas en el jardín para que los pájaros lleguen de manera natural, y no tanto a los comederos artificiales. Debe existir un equilibrio, dice Ángela. E instalaron códigos QR que les describen a las personas invidentes el paisaje y las especies de aves que los rodean. La del kilómetro 18 es la primera ruta de avistamiento de aves para personas con discapacidad en Latinoamérica y una de las pocas en el mundo.

La idea se le ocurrió a Luz Adriana Márquez, la esposa de Carlos Mario Wagner, tras un viaje a España donde observó un recorrido para personas ciegas. En ese entonces no existían los códigos QR, así que las descripciones de los paisajes estaban grabadas en braille. Luz Adriana le propuso a Carlos Mario hacer algo parecido en la Feria de Aves de Colombia que él ya empezaba a promover.

Pasaron varios años para que se concretara la idea. Ninguna de las entidades a las que les solicitaron apoyo financiero en un principio se animó con el proyecto. Hasta que ganaron el premio Riqueza Natural, promovido por la USAID para la conservación de la biodiversidad, compitiendo con 1500 propuestas.

En ese momento ya se les había unido Juan Pablo Culasso, uruguayo, ciego de nacimiento, sonidista. Trabaja con la biblioteca sonora Macaulay Library, la biblioteca de sonidos de naturaleza más importante del mundo. En enero de 2021 se inauguró la ruta, que comprende recorridos por las fincas San Felipe, Bosque de Niebla y la Florida. Juan Pablo Culasso se encargó de preparar una guía sonora del bosque de niebla, disponible en Spotify. Clara Cabarcas, la propietaria de San Felipe, no olvida el día en que Juan Pablo llegó a la finca a vivir la experiencia.

Estaba preocupada. Pese a que todo estaba en su lugar, en aquella mañana extrañamente no veía ningún pájaro. ¿Por qué?, se preguntaba. Cuando se lo comentó a Juan Pablo, él se sonrió. Le dijo que no se preocupara. Tú no los ves, pero en tu bosque están todos los pájaros, agregó. ¿Ves ese árbol de la derecha? Allá está cantando un Piranga Roja. Mira que más allá se escucha un Picaflor Antifaz. Y a mi izquierda percibo una Golondrina Blanquiazul. Lo que pasa, agregó Juan Pablo para tranquilizar a Clara, es que es una temporada de abundancia de comida en el bosque y las aves no llegan a los comederos.

– Son tantas las aves en este paraíso que es el kilómetro 18, que los invidentes observamos fácilmente toda esa riqueza a través de los oídos.