SALUD
Amor en tiempos de covid-19: el apoyo familiar a los profesionales de la salud en la pandemia
Historias que revelan la cara familiar del personal médico que ha salvado decenas de vidas en las UCI para pacientes graves con coronavirus.
Una de las primeras batallas ganadas por la ‘Revolución de las canas’ tuvo lugar en el barrio Porvenir, el martes 7 de julio. Daniela González Hernández, enfermera jefe de la UCI de la Clínica Versalles, era sospechosa para covid después de entrar en contacto con una auxiliar contagiada. Al vivir con sus dos abuelos, quienes tienen numerosas comorbilidades, Daniela decidió enviarlos a casa de un tío mientras esperaba el resultado de la prueba. Dos días más tarde los ancianos dieron por teléfono su sentencia final a Daniela: “Pues si usted tiene covid, todos nos contagiamos y entre todos nos cuidamos”.
Betsabé Hernández de González y José Arjail González no dieron su brazo a torcer. Querían vivir de nuevo con su nieta a como diera lugar (o más bien, en términos de crianza y cariño, su hija). Y dado que hacerles cambiar de parecer era imposible, Daniela se recluyó en su propio cuarto el mismo día en el que sus abuelos regresaron a casa, o sea el martes 7 de julio.
“Imagínese que en casa de mi hijo (el tío de Daniela) y su esposa me compraban desayuno, almuerzo y comida. Me daba una pena inmensa, porque yo podía cocinarles todo lo que quisieran. No dejaban de recordarme que debía tomar mis medicamentos, aunque yo ya sabía de antemano que era mi deber. Eran tantos los miramientos que me hacían sentir indispuesta. Por eso decidí regresar”, cuenta Betsabé.
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El hecho de que su abuela tuviera un cuadro de hipertensión, diabetes e hipercolesterolemia, y su abuelo haya presentado dos accidentes cerebrovasculares que le provocan ligeros problemas de movilidad y que además cuente con un largo historial de tabaquismo, solo hacía que Daniela extremara las medidas mientras esperaba el resultado de la prueba PCR. Cada vez que terminaba de comer se dirigía al baño para lavar su plato, vaso y cubiertos personales en un tarro cuya mitad era de agua y alcohol, sustancia a la que le añadía dos pastillas de hipoclorito. Una semana más tarde el resultado para covid fue negativo.
—Daniela, ¿qué responsabilidad la jala más? ¿La de sus abuelos o la de sus pacientes?
Hay un silencio de cinco segundos.
—Eso es duro —responde y medita por otros cuatro segundos—. Diría que las dos, creo... No, mentira, no sabría decirte... Todas las precauciones, todas las veces que espero que la cafetería de la Clínica se desocupe para almorzar sola y sin riesgos, los momentos que al llegar de un turno de 24 horas me rocío de un spray de hipoclorito, todo eso, no lo hago por mí, sino por ellos. El cargo de conciencia sería tremendo si... ya sabe.
Al momento de esta entrevista, Betsabé -“mejor llámeme Betsita”- había salido una sola vez de su casa, el domingo 27 de septiembre, cuando fue a la panadería tras avisar a Daniela, quien le compró un tapabocas N95. “Ahora debo respetar a la gente que me saluda, es decir, los bendigo desde la distancia. Uno debe aprender a vivir con el covid, pero cuidándonos”, afirma Betsita. La mujer de 80 años tardó tan poco en ir y volver aquel domingo que los buñuelos que traía consigo aún seguían tan calientes que despedían un ligero humo que brillaba en plena mañana.
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El nivel de ocupación de las camas UCI es, para algunos analistas, el indicador que más peso tiene a la hora de flexibilizar o no la cuarentena. Por ejemplo, en Cali era imposible pensar en la reactivación económica a mediados de julio, cuando la ocupación era del 95 % y solo 12 camas estaban disponibles, además de que para ese entonces había 13 pacientes en cola en todo el Valle (cabe anotar que Cali también recibe personas de municipios aledaños).
Solo cuando la cantidad de unidades llegó a más de 1000 en la región, y el estrés en el sistema de atención a pacientes graves por coronavirus logró ubicarse en un 51,4 %, es que llegó el 1 de septiembre, día en que finalizó el aislamiento social obligatorio y ya se hablaba de una “nueva normalidad”.
Mientras el resto de la población celebraba poder salir a la calle de nuevo, cansados de un encierro domiciliario de seis meses, el personal médico que había cubierto covid experimentaba lo contrario: estaba feliz de regresar al hogar y de abrazar (y besar) a sus hijos, hermanos, padres, novios, esposos, maridos... Los héroes del Siglo XXI al fin eran personajes activos en lo que podía conocerse como el amor en los tiempos del covid.
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“Los médicos no somos víctimas”
“Tratar pacientes de Sars-Covid severo es cuidado intensivo en su máxima expresión”. La sentencia es pronunciada con plena convicción por uno de los ‘cerebros’ detrás de la UCI de la Clínica Valle del Lili, Gustavo Adolfo Ospina, quien tiene más de doce años de experiencia como intensivista. Aún recuerda que en las primeras ocho semanas de pandemia debía ingresar por la parte lateral de su casa para, acto seguido, encerrarse en una habitación para él solo. El contacto con su hijo Jacobo, de diez años, y su esposa Lorena Delgado, quien es odontóloga, estaba prohibido.
Las conversaciones tenían lugar por Skype y los juegos de ‘El ahorcado’ y ‘Stop’ debían realizarlos con una puerta-ventana de por medio: mientras el doctor se ubicaba en la zona verde del patio, su familia se acomodaba en el interior de la sala.
—Apenas habían transcurrido dos semanas de reportado el primer caso y ya había cuatro médicos muertos por covid en Colombia. Eran tiempos de mucha incertidumbre… Temía contagiar al niño y a mi esposa— recuerda Ospina.
—No volver a mi trabajo de odontóloga, que Jacobo no viese a ninguno de sus amigos, no tener contacto con mis padres, estar preocupada por que algo le pasara a Gustavo… todo eso me hizo llorar de corrido por un mes riposta la esposa del médico..
—Me aparté de mi familia entre mediados de marzo y casi inicios de junio, es decir, cuando ya había claridad de que (probablemente) no me iba a morir a causa del covid. Además, para ese entonces la situación ya era demasiado para Jacobo. Abrazarlo por primera vez me produjo felicidad y miedo.
—Sin embargo —continúa Lorena—, ese periodo me hizo estar más unida a Jacobo. Veíamos películas de Harry Potter o armábamos legos. También descubrí un mundo nuevo para mí, el de la cocina: aprendí a hacer fríjoles o a cocinar un pescado. “Mamá, haces unos platos deliciosos”, me decía Jacobo. Yo le sonreía.
Entre los fragmentos de vida diaria que el doctor Ospina había recuperado tan pronto finalizó su cuarentena, se encontraba ese momento de lectura de libros históricos con su hijo, de repasar el ascenso y caída del Imperio Romano, las conquistas de los mongoles o las dos guerras mundiales.
Y como influenciado por el tono histórico de los libros que disfruta con su hijo, el doctor pronuncia otra sentencia: “Los médicos que hemos cubierto covid no somos víctimas. Es cierto que hemos tenido una carga muy alta, es cierto que es algo que te golpea la cabeza, pero en un futuro podré decirle a mis nietos que estuve en la primera línea de fuego durante la pandemia”.
Una normalidad menos áspera
Solo cuando Marisol Infante Juspia, médica asistencial del HUV, se roció de pies a cabeza con desinfectante es que pudo abrazar a su hermana Ángela, tras cinco meses de no verse las caras más que por videollamada.
El reencuentro tenía una razón de ser: el cumpleaños número 89 de su abuelo, celebrado el jueves 27 de agosto. Dentro estaban su cuñado y sobrino, Matías, aquel niño de ocho años que solía jugar con su hijo de cinco... Su hijo Jacobo, a quien solo veía cada 15 días desde que empezó todo esto... Apenas lo menciona y, de repente, a Marisol se le corta la voz.
“Una vez llegó la pandemia, junto con mi esposo, que también es médico en una unidad de urgencias, decidimos que Jacobo pasara a vivir donde mi suegra y dos padrinos. Cuando tengo la oportunidad de verlo, le llevo ropa o regalos. Repasamos las clases, leemos cuentos y le pregunto qué muñecos ha visto en la televisión. Me dice que sus favoritos son los de superhéroes”, narra la médica.
El horario de esta profesional es variable, pero en términos esquemáticos, al mes debe cumplir con alrededor de 16 turnos y con algunos fines de semana en los que debe laborar hasta 24 horas seguidas.
De acuerdo con ella, el estrés con el que debe lidiar el gremio que cubre covid es muy denso, lo que termina por afectar la salud mental de algunos compañeros, sobre todo si a veces se topan con familias que los señalan de pertenecer al ‘Cartel del covid’.
“Colombia no es un país agradecido con sus médicos. Tan solo hablemos de las personas que no les importa no usar tapabocas en la calle, es decir, si no les interesa su propia salud ni la de sus familias... menos les va a importar qué nos acontezca a nosotros”, expresa la médica asistencial del HUV.
Ángela, su hermana, cuenta: “Aquí en casa aún nos comportamos como si estuviésemos en cuarentena, en especial yo, que soy asmática, y mi papá tiene antecedentes de parientes con problemas cardíacos. Solo salimos para hacer el mercado o vueltas bancarias”.
Ángela espera que una vez llegue una normalidad menos áspera, toda la familia emprenda un viaje: quizá al frío del Kilómetro 30, la humedad del río Danubio o el calor de una playa aún sin definir.
Hablemos de todo... menos del covid
Completar un turno que empezó a las siete de la noche y finalizó a las siete de la mañana del día siguiente para después conducir más de cuatro horas desde Cali hasta Salento, Quindío, no provocó el más mínimo bostezo a Diego Fernando Hoyos, terapeuta respiratorio habituado a dormir cuatro horas al día desde hace dos años. En el asiento de atrás estaba Bongo, su perro Pointer Inglés, y en el de copiloto, su novia Lorena Marcela Mora, enfermera jefe.
Visitar el Valle del Cocora era un plan que ambos apenas habían decidido a las 3:00 de la mañana de ese mismo día, durante un breve descanso para tomar café tras una dura jornada en la UCI para pacientes covid de la Clínica Valle del Lili. Los novios tenían dos días libres: el lunes 14 y martes 15 de septiembre. Debían aprovecharlos como fuera.
No habría sido nada estratégico inclinarse por ver películas, que era su única actividad de pareja en los últimos seis meses; o ir a comer, algo que ya habían hecho semanas atrás en el piloto llevado a cabo en el Parque del Perro, oeste de Cali.
—Si por nuestros turnos coincidíamos dos días en casa durante un mes, ya era mucho —afirma Diego.
—La única forma de cruzarnos era si yo —interviene Lorena— salía a las 7:00 de mañana y para ese momento Diego apenas tomaba turno, entonces aprovechábamos para desayunar afuera. Y lo mismo, pero en la cena, cuando eran las 7:00 de la noche.
Lo que sí estaba prohibido era compartirse alimentos dentro de la clínica. Las restricciones eran muy amplias los primeros meses, recuerda Lorena. Por ejemplo, tampoco se podía tomar un vaso con agua dentro de la UCI, por lo que la enfermera jefe debía retirarse todo el traje y cumplir con el proceso de desinfección para tan solo ir al baño e hidratarse, pues la máscara elastomérica le provocaba una sed infernal.
—Llegó un punto en el que nos fatigamos de que casi todas nuestras conversaciones fueran sobre las experiencias que teníamos en la UCI.
—Vivíamos momentos difíciles como pareja, pero ni siquiera había tiempo para solucionarlos— cuenta Diego.
Ese 14 de septiembre Lorena, Diego y Bongo llegaron a Salento al mediodía. Ver las palmeras de cera daba una sensación de que había otro tiempo por fuera del caos vivido en el resto del mundo, un tiempo en el que solo importaba contemplar cómo las palmas de cera se tardan 40 años para llegar a los 70 metros de altura. En la noche, a las 8:00 p.m., los novios encendieron una fogata y reprodujeron canciones de rock en español. Al fin eran libres de hablar de lo que quisieran, menos de la pandemia.
Amar, pero sin besarse
Los momentos de mayor romance que experimentó Maira Alejandra Lucumí con su novio durante la cuarentena fue cuando dio positivo para covid el 29 de junio. Al no ser posible que se internara en casa de su madre, adulta mayor, la enfermera jefe de la UCI para pacientes covid de la Clínica Versalles fue invitada por Álex Fabián Sánchez a que se hospedara en un cuarto de su casa. Cada vez que regresaba del trabajo, Alex retiraba la cortina que daba a la habitación de Maira para hablar con ella, cenar con ella, reír con ella. Eran felices, recuerdan, pese a que durante 15 días nunca compartieron abrazos. Ni mucho menos se besaron.
Hasta ese entonces sus únicos encuentros eran de noche, cuando Álex recogía a Maira en su moto una vez ella concluía su turno de doce horas. El novio debía partir de su casa en el barrio Desepaz, oriente de Cali, para luego hacer una pequeña parada en la Clínica Versalles y, acto seguido, continuar hasta el sector de Tierra Blanca, en lo alto de la ladera. Era un recorrido de polo a polo a cambio de unos pocos minutos juntos.
Al día siguiente la enfermera retomaba su cotidianidad. “Estar pendiente de los signos vitales de los pacientes, cambiar su posición mientras están en cama, administrar el tratamiento farmacológico o asear a los enfermos son algunas de nuestras tareas diarias. Pero tampoco podemos olvidarnos que nuestra vocación también nos mueve a dar más humanidad al paciente; es por eso que nos encargamos de hacer los enlaces por videollamada con sus familiares”.
Si bien conocer decenas de historias de pacientes graves atraviesa la sensibilidad de Maira, ella reconoce que en la mayoría de ocasiones levanta un delgado muro que le protege de emociones nostálgicas. El 29 de julio, semanas más tarde de la recuperación de la enfermera, Álex presentó síntomas de covid en medio de la celebración del cumpleaños de Maira.
Estuvo internado once días en su casa. La única forma de ver la cara de Maira o siquiera oír su voz era a través de su celular.
“Fue, en extremo, desesperante”, recuerda. Pero esas fechas solo parecen una niebla difusa, un futuro sin importancia, siempre que Álex -con ayuda de su memoria- se abría paso un mes atrás, cuando una prueba PCR jugó en favor de su noviazgo.
“El covid fue nuestro gran evaluador”: Achc
Como dirían algunos analistas, la emergencia del covid aceleró en pocos meses los planes que se tenían para varios periodos en cuanto al fortalecimiento del sistema de salud en Colombia. Juan Carlos Giraldo, director de la Asociación Colombiana de Hospitales y Clínicas (ACHC), entregó un panorama de este proceso, pero también de los pendientes que hay a futuro.
¿Cuáles fueron las fases de expansión en la red de hospitales y clínicas?
Hay dos que son muy visibles, ambas con un fuerte apoyo del Gobierno Nacional y entes territoriales. En la primera, que se desarrolló entre marzo y junio, se determinó qué áreas debíamos habilitar para la expansión, garantizamos que existieran todos los elementos de protección personal suficientes, capacitamos el personal médico para atender la emergencia y fueron modificados sus turnos; el resultado fue que dedicamos el 50 % de toda la capacidad hospitalaria para atender solo covid.
Y en la segunda etapa, que es la vigente, se adelantó la expansión externa, evidenciada en el aumento de laboratorios certificados para procesar pruebas covid: pasamos de siete a 120 en todo el país; además, se logró que las camas llegaran a más de 11.000 al día de hoy.
¿Y esas cifras son suficientes para enfrentar lo que resta de pandemia?
Si bien Colombia ha sabido responder de forma efectiva, debemos tomar medidas en caso de que se desborde nuestra capacidad. Y ahí viene la fase tres, que consiste en una última expansión interna, es decir, que implica buscar más áreas que puedan ser usadas para la emergencia, como quirófanos, salas de recuperación, etc. Digamos que el covid ha sido nuestro gran evaluador al nosotros determinar qué se debe preservar y qué modificar.
El gremio médico lanzó una alerta en junio al advertir que no había suficientes intensivistas para operar las UCI, ¿esa preocupación sigue vigente?
Dado que algunos hospitales y clínicas no pueden cumplir con ese estándar, se buscó que al menos se contara con un personal capacitado para la emergencia, es decir, urgenciólogos, internistas, anestesiólogos e incluso médicos generales. Además, también se han hecho préstamos transitorios de personal entre regiones y ciudades.
¿Cómo la crisis económica post-pandemia golpeará al sistema de salud?
Cerca de 110 hospitales bajaron sus ingresos en un 40 % en abril, mayo y junio después de que la prestación de servicios se redujera casi a la mitad. Y al ser un impacto que se suma a la crisis que tenemos con las EPS, necesitamos que el Gobierno Nacional aplique mecanismos que obligue a las aseguradoras a estar al día con el sistema.
De hecho, las EPS deben $11,2 billones, con corte a diciembre...
Exacto, pero el informe más reciente, que no hemos publicado aún, nos dice que la deuda es de $10,6 billones. Uno podría decir que mejoró, pero lo que se oculta detrás de esa cifra es que la morosidad (vencimiento de la deuda) pasó de estar en un 60 % en el mes de diciembre a 64 % al día de hoy.
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