DISCAPACITADOS
Bailando ballet, Óscar superó su discapacidad
Nació con pie plano y problemas en la cadera y hoy es un destacado bailarín de ballet y danza contemporánea.
El mundo artístico es para muchos un ‘hobbie’. El escape de las rutinas académicas o del trabajo. Sin embargo, para Óscar Iván Cruz Ramírez, el baile y el teatro se convirtieron en un reto personal que desafiaron las leyes de la gravedad y los diagnósticos médicos que indicaban que, el brillante bailarín en el que se convirtió, no iba si quiera a poder moverse con normalidad. Un caleño que con 25 años ha logrado demostrar que las limitaciones físicas no son un obstáculo para volar.
Se llama como su papá, Óscar Cruz, y lleva grabado en su corazón todas las enseñanzas que su mamá, Nilfa Ramírez, le ha inculcado desde el momento en que se dio cuenta de su deformación en la cadera. Es el segundo de tres hermanos que se criaron jugando en las calles del barrio Antonio Nariño, en el que aún vive. Recuerda con emoción las tardes de clásicos de fútbol, en las que su única preocupación era evitar un saque de banda que lo obligara a cruzar las fronteras invisibles de sectores aledaños.
El 19 de julio de 1991 vino al mundo. Y a sus 18 meses dio sus primeros pasos en compañía y apoyo de sus padres. Fue diagnosticado meses después con una deformación en la cadera, tenía torcidas las piernas y el pie plano, lo que, además, afectaba sus rodillas.
“Mi problema de la cadera es de nacimiento”, explica Óscar, pues “mi mamá trabajaba en una empresa de confección de ropa. Ella trabajó sentada cosiendo durante todo el embarazo. La barriga siempre golpeaba contra la máquina. Mi problema de la cadera comenzó allí”.
Acudieron a la Fundación de Rehabilitación Integral ‘Julio H Calonje’, en la que por cuatro años, por medio de botas y zapatos ortopédicos, buscaron corregir el problema de pie plano que, de hecho, todavía tiene.
Para los médicos era una complicación de movilidad que lo iba a privar de muchas actividades como correr, pero para él y su familia, no hay “mal que por bien no venga”, por lo que su constancia hizo que, a pesar de sus caídas y golpes por la falta de coordinación en sus piernas, disfrutara de los deportes y las actividades físicas. Lo que no sabía, es que años después iba terminar siendo uno de los mejores bailarines de ballet y danza contemporánea en el país.
Nace una estrella
A sus 3 años, ya pasaba la mayor parte del tiempo en el Colegio Distrital del Valle aprendiendo a leer, escribir y contar. Su condición intelectual era tan alta, que como niño ‘prodigio’ de su familia, se graduó con honores y siendo el número 1 del colegio a los 13 años. “¡Y eso que se iba a graduar a los 11, pero nosotros no permitimos que lo adelantaran dos años más! Era demasiado”, recuerda su mamá con orgullo.
Era sobresaliente en matemáticas, por eso su padre siempre soñó con que fuera matemático. Su facilidad para los números dejaba entrever para él un destino prometedor. Tres años después comenzó la carrera de Licenciatura en Matemáticas y Física en la Universidad del Valle. Eso fue motivo de orgullo paternal.
Cuando estaba en tercer semestre presentó una obra en el teatrino de la universidad. Nunca había tenido tal acercamiento a las artes escénicas hasta ese día en el que la actuación se convirtió en la protagonista de su propia vida. Entre números y fórmulas, se fue filtrando su deseo de que su vida podía estar llena de personajes, papeles, escenas y mundos por descubrir.
Entre súplicas logró que su mamá, cómplice clave en ese momento, le informara a don Óscar sobre la decisión que había tomado. Entre discusiones y acuerdos, no tuvieron más remedio que apoyar la “carrera apresurada” que estaba por comenzar su hijo. Y es que “hasta ahí le llegó la universidad”, como menciona hoy entre risas su papá.
Uno de los grandes retos que estaba por asumir Óscar era el de enfrentarse así mismo. Su cuerpo y condiciones de salud, se suponía, no iban a permitirle todos los movimientos que implica actuar y expresarse corporalmente. Dice que nunca pudo mejorarse biológicamente, por lo que optó por acostumbrarse a sus condiciones.
Empezó su formación en el Estudio de Actores. En esta academia no solo se ven asignaturas de actuación, también, entre otras, debía estudiar danza. Y como bailarín, era bueno en los números. ¡Sufría de arritmia musical!
Poco a poco fue mejorando en los diferentes movimientos corporales. No pasó mucho tiempo para que resaltara en el grupo y meses después, comenzara a aparecer en algunas presentaciones en escena. Sin embargo fue hasta el segundo semestre de estudios que sus padres se dieron cuenta de que eso de la actuación y el baile, no era puro “show”, así que comenzaron a ir a presenciar las obras en las que él participaba.
“Mi papá nunca había asistido a ese tipo de actividades, pero cuando él fue y vio que yo estaba rindiendo, empezó a ir y a ir. La verdad yo nunca se lo he dicho a él, pero me gustó mucho eso, el saber que empezó a cambiar la mentalidad y que me apoyaba, hacía que yo me esmerara más porque sabía que ahora iban a venir mis papás y familia a verme”, comenta Óscar mientras fija su mirada en el rostro de su padre.
De alumno a maestro
Cumplidos sus 22 años comenzó a dar clases en Estudio de Actores, instituto que un día le mostró lo que era su más profunda pasión y le abrió las puertas de sus escenarios, pero también del corazón. En su primer grupo de estudiantes se topó con la persona con quien ahora comparte sus sueños, Stephany Martínez, una modelo de 26 años con la que lleva tres años y muchos triunfos juntos.
Mientras comenzó su camino instruyendo a quienes querían seguir sus pasos, se le dio la posibilidad de hacer parte de un taller de danza contemporánea de Cuba que iban a dictar en ‘Be Danza’. Los dos meses siguientes, se lanzó a incursionar en esa modalidad de baile y mejoró su técnica y movimientos al lado de uno de sus grandes amigos y a quien dice, le debe mucho, Edward Londoño.
La experiencia del taller de danza, permitió que Javier Doimeadios, uno de los cubanos, ofreciera darle clases individuales por su talento y disciplina, lo que lo llevó a ingresar a la compañía Incolballet desde el 2015 y en la que actualmente aún trabaja. Además, Javier lo impulsó a que audicionara para la compañía piloto del teatro Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá a un proyecto que duraría un año.
Eran dos días de audición. En el segundo comenzó a sentir un sospechoso dolor en el pecho que lo preocupó. No pasaron muchas horas para darse cuenta que tenía chikunguña y que el dolor en los huesos podía jugarle una mala pasada para el día en que definiría otro de sus grandes propósitos. Con fiebre, dolor y picazón en el cuerpo, se fue a dar el último paso que le hacía falta para definir su estancia en la compañía.
Horas después recibió la anhelada noticia: ¡Clasificó! Con lágrimas, cuenta que fue una de las pruebas más difíciles con la que se dio cuenta de que no se había equivocado el día en que tomó la decisión de abandonar un sueño ajeno y comenzar a luchar por el propio.
“Siempre he creído que el ser humano es capaz de hacer muchas cosas, siempre y cuando se lo proponga. Todo es cuestión de actitud y de mente. Nada me ha detenido”, afirma sonriente.
Ni siquiera su problema físico, ya que para ser bailarín se necesitan condiciones físicas fuera de lo normal, además, tener rotación y esa rotación debe venir desde la cadera.
Tampoco lo detuvieron las burlas de las que fue víctima durante su adolescencia, porque muchas personas creían que por el hecho de que bailara ballet era homosexual.
Su decisión de echar siempre adelante y su poder de voluntad lo llevaron años después a mostrarse en destinos internacionales como el Festival Internacional de Danza en Paisajes Urbanos en el 2016, en La Habana, Cuba.
Tal y como le enseña a sus pupilos el joven maestro, todo es actitud. Lo que no se consigue es por pereza.
“Yo siempre he vivido en un lugar de estrato bajo y eso ha hecho que me dé cuenta que todo es actitud. Yo crecí jugando fútbol en la calle descalzo con mis amigos que hoy en día están en malos caminos. Teníamos navidades en las que simplemente no había ‘niño Dios’ para nosotros. Ese tipo de situaciones difíciles son las que forman”, recuerda Óscar.
La fama, el dinero y el reconocimiento son banalidades para él. Se ha dado cuenta de que gracias a la docencia, ha mejorado su paciencia con las personas y quiere que muchos, al igual que él, logren apasionarse por lo que hacen. Es por esto que, junto a su novia, quien es tecnóloga en administración de empresas, tienen el deseo de formar una academia para que personas con un sueño similar al de ellos, puedan “guerrearse” la vida.
Ambos, quieren crear un espacio en donde a través del manejo corporal y el baile, se puedan mejorar las técnicas de modelaje.
Por ahora, se prepara para viajar a Surinam este año y continuar por el camino del éxito que se ha propuesto. En su proyección a futuro se ve en otros países, aprendiendo y disfrutando del arte. Conociendo culturas y nuevas técnicas. Volando alto y bailando al ritmo del folclor cubano y contemporáneo que al son de hoy, lo han llevado tan lejos.
Niño prodigio
A sus 3 años, ya pasaba la mayor parte del tiempo en el Colegio Distrital del Valle aprendiendo a leer, escribir y contar. Su condición intelectual era tan alta, que como niño ‘prodigio’ de su familia, se graduó con honores y siendo el número 1 del colegio a los
13 años.
Siempre tuvo las mejores calificaciones. Sus capacidades sobrepasaban las de un niño común. Cada año recibía medallas, diplomas y menciones de honor, acompañados de boletines con las mejores notas, sobre todo, en matemáticas.
La mayoría de personas que triunfan en lo artístico han comenzado su camino desde muy pequeños, pero en el caso de Cruz, quien inició de cero a sus 16 años, ha sido una ventaja haber empezado tarde porque si bien no tiene las condiciones físicas normales, ha adquirido mucha destreza para desenvolverse con tal finura en el escenario, que hace que sus dolores en la cadera sean casi imperceptibles.
Los bailarines también necesitan de mucha flexibilidad, lo que lo llevó a ingresar a la Liga de Gimnasia, en la que aprendió gimnasia olímpica para luego, entrenar porrismo en el equipo ‘Cali Sport’.
Después de sus prácticas en María Sanford, se dio cuenta que podía llegar más lejos de lo que él mismo se imaginaba. Su talento afloraba y su perseverancia hacía que todas la personas a su alrededor lo comenzaran a ver como un ejemplo, un líder. Tanto así, que uno de sus profesores, Manuel Mondragón, le brindó la posibilidad de estudiar becado en el Ballet Santiago de Cali. Mientras mejoraba en la danza, continuó en las porras de manera simultánea, por tres años.